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La edad del crimen

Luis Alberto Muñoz redaccion@larepublica.net | Jueves 24 enero, 2008


La edad del crimen

Luis Alberto Muñoz
lmunoz@larepublica.net

La inseguridad en Costa Rica tiene nombre, cara y edad. No es una nebulosa abstracta o una fría estadística, claramente pertenece a una generación. Migrante o no, difícilmente se ve a un anciano ejecutando bajonazos o desvalijando una casa.
Ya es hora de que este problema se trate con la seriedad que merece.
Mucho se ha hablado de la incapacidad de las autoridades para atender este flagelo; sin embargo hasta que los intereses que presionan al Ministerio de Seguridad salgan a la luz, se podrá entender el porqué de una mayor preocupación por el hampa internacional que por la calidad de vida de los costarricenses, de paso contribuyentes.
Pero seguir insistiendo en la ineptitud del gobierno es como echar agua a un barril sin fondo, por esta razón más bien deseo en esta ocasión autocriticar la función periodística y analizar nuestra conducta hacia esta problemática social.
Ya es hora de que los medios de comunicación abandonen los celos profesionales y la mezquindad entre colegas, para unir esfuerzos en una campaña abierta de investigación, en una actitud de denuncia sin miramientos a calidades políticas, con el fin de profundizar en la raíz de la inseguridad ciudadana que está arrastrando a todos los estratos sociales por igual al mayor infierno nacional.
Es hora de ir más allá de las imágenes de sangre, del vídeo y la nota roja que solo alimentan el morbo, más bien el compromiso de quienes dirigen un medio durante esta crisis es escudriñar las causas que promueven la impunidad y dan espacio a la detestable violencia, antes de que se escape de las manos como en la mayor parte de la región.
Además de tener que vender periódicos y telenoticieros para subsistir, existe una responsabilidad mayor hacia la sociedad, profundizar, indagar y aportar ideas que generen un mejoramiento de la calidad de vida, sin ello el periodismo se transforma en una función estéril, sin esperanzas, insensible ante el dolor del prójimo.
Detrás del drama humano cotidiano que sufren las víctimas del crimen, existen historias de funcionarios que pudieron haber hecho la diferencia, de jueces, legisladores y hasta presidentes que callaron indolentes ante este enemigo público. Estas historias hoy ruegan por ser contadas.
Costa Rica debe luchar con todas sus fuerzas contra la profecía autocumplida, aquella de que la violencia se transforme en un lenguaje común latinoamericano.
Es posible que esta tarea rebase las capacidades de un gobierno, por eso me dirijo a quienes sí pueden cambiarla, a quienes hoy son parte del problema y de la solución, en palabras de Gabriel García Márquez, “a ustedes, soñadores con menos de cuarenta años, les corresponde la tarea histórica de componer los entuertos descomunales”.

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