La amenaza persiste
La muerte de Bin Laden no extermina las causas sociales, económicas, culturales y religiosas que alimentan el fanatismo terrorista
Redacción La República redaccion@larepublica.net | Sábado 07 mayo, 2011
La muerte de Osama bin Laden, el terrorista más temido del mundo y líder de Al Qaeda, representa un respiro para la cultura occidental, especialmente en Estados Unidos.
Diez años esperó el pueblo estadounidense que se reivindicara su derecho a la justicia por los daños infligidos a miles de víctimas inocentes que dejó el ataque a Nueva York, además de los muertos que ha aportado en la campaña militar contra el terrorismo.
La zozobra mundial que provocaron los actos de Al Qaeda en Nueva York, Madrid y Londres, los temores constantes en diferentes países de Europa y Asia son la causa de que los líderes internacionales se congratulen con el presidente Barack Obama por el brillante trabajo de inteligencia que condujo a la desaparición de Osama.
Sin duda la muerte de Bin Laden y las consecuencias de sus atentados terroristas obligan a un replanteamiento de muchas cosas, puesto que se trata de actos que exceden las normas con que la humanidad se ha regido hasta ahora.
Por supuesto, el hecho de que Al Qaeda quedara acéfalo no merma en nada su capacidad de ataque mediante un terrorismo que ha procurado justificarse en una interpretación de la Yihad, que ha sido considerada como ilegal por diferentes líderes de esta religión.
Más importante aún es que la muerte de Bin Laden no extermina las causas sociales, económicas, culturales y religiosas que alimentan el fanatismo terrorista.
Osama proclamaba una guerra contra la explotación e imposición occidentales, lo que supuestamente le otorgaba el derecho a desplegar una lucha religiosa.
Aunque la red terrorista conserva una fuerza de ataque considerable, lo cierto es que tanto Bin Laden como Al Qaeda perdieron protagonismo al quedar excluidos de las revueltas que se desarrollan en muchos países de Oriente Medio.
No ha sido la fe en el Islam la fuerza generadora, unificadora u organizadora en el despertar del Magreb a los ideales de dignidad, libertad y democracia.
Las naciones desarrolladas deben hallar los mecanismos para cautivar con su ejemplo, tolerancia y apoyo a las sociedades de derecho que tratan de emerger en esa región.
Así, cualquier semilla de tiranía fundamentalista y terrorismo caerá en tierra estéril, sin importar la latitud en que se asomen.