La vivienda como inversión
Carlos Denton cdenton@cidgallup.com | Miércoles 08 octubre, 2008
Carlos Denton
Se estará escribiendo mucho sobre el descalabro financiero en Estados Unidos por varias semanas y por lo visto, muchos estarán culpando la avaricia de los operadores de Wall Street y la especulación que se desató en el mercado, como causal del problema. Sin duda alguna, hubo avaricia y dolo en bastante de lo que ocurrió, pero la realidad es que el sistema financiero estadounidense se montó sobre un concepto equivocado en las últimas dos décadas, y era inevitable que tenía que derrumbarse.
Peor todavía, hubo mucha mentalidad de manada que entró en juego, basada en esa idea incorrecta de que la compra de una casa es una inversión.
Una vivienda particular no es una inversión; no lo es en Estados Unidos, ni tampoco en Costa Rica ni en ningún otro lado. Una casa no produce bienes y servicios, ni tampoco ningún tipo de renta. Es un lugar donde una persona y su familia viven, y es mucho mejor comprar vivienda propia que pagar alquiler. Da seguridad social y una sensación de satisfacción. También es una manera para que una familia vaya acumulando capital, pero a fin de cuentas para el 99% de los dueños de casas que se venden (fuera de Estados Unidos entre 1995 y 2005), aunque reciben un pago superior a lo que invirtieron, después tienen que comprar otra vivienda; con pocas excepciones se termina pagando más por la nueva y cualquier ganancial de la primera, va a la segunda.
Tal fue la distorsión en la economía de Estados Unidos, que en los años citados, una proporción insólita y distorsionada de la inversión nueva total del país se dirigía al sector vivienda. En vez de construir fábricas, hoteles, y centros y oficinas comerciales, inversiones que generan productos y servicios que se pueden vender dentro o fuera del país, los estadounidenses edificaban casas familiares, condominios y, en los últimos años de la burbuja, “McMansions”. Si bien es cierto que ocupaban mano de obra cuando se construían estas viviendas, cuando estaban terminadas más bien consumían más energía y recursos, y producían poco.
Al final dos cosas ocurrieron: primero, ya no encontraban los constructores quienes tuvieran la capacidad de comprar lo que edificaban, y para los pocos que aparecían, se les tenían que ofrecer condiciones crediticias insólitas. Las hipotecas emitidas se empaquetaban y se vendían como instrumentos financieros a los chinos, los japoneses, los sauditas, nacionalidades que venden mucho a Estados Unidos y que no tienen qué hacer con todos los dólares. Cuando los dueños de las casas no podían pagar sus hipotecas, el valor de los instrumentos vendidos en la bolsa colapsó.
Es probable que varios estadounidenses, dueños de viviendas sobrevaluadas en la burbuja descrita, tomaran prestado, contra sus casas allá, para comprar condominios o segundos hogares en Costa Rica. Más de uno no podrá ahora mantener o pagar por lo que tienen en Tamarindo, Jacó u otro punto playero, y deberían aparecer unas gangas estupendas localmente para el que quiere comprar, y que no pudo antes por los precios exagerados.
Pero recuerde al considerar la compra, no obstante lo que le diga un corredor de bienes raíces, una casa no es una inversión.
cdenton@cidgallup.com
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