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La revolución de los datos y nuestra información personal: ¿hacia una dictadura digital?

Ignacio Guzmán ignacio@gydasesores.com | Viernes 31 mayo, 2019

Ignacio Guzman

"Un día tuvimos una conversación en la que pensamos que podríamos (usar los datos de Google sobre sus usuarios) para predecir la bolsa de Valores. Y luego decidimos que era ilegal. Así que dejamos de hacerlo”, Eric Schmidt, CEO de Google, Abu Dhabi, año 2010.

Algunos días atrás conversamos sobre las concesiones que permanentemente hacemos respecto al acceso a nuestra información personal y sus posibles consecuencias cuando utilizamos plataformas digitales tales como Google, WhatsApp, Facebook, Amazon, Gmail, Twitter, entre tantas otras las cuales, además, suelen estar vinculadas en diferentes formas entre sí.

Hay quienes aseguran que, a estas alturas, la reacción al fenómeno de acceso a nuestra información y la generación de perfiles con nuestros datos, es tardía o, cuando menos, difícil de revertir. No obstante, globalmente existe un notable grupo de activistas, ingenieros, abogados, científicos, académicos y curiosos, ocupados en estudiar, dimensionar e intentar contrarrestar posibles efectivos negativos de esta tendencia.

Debemos dimensionar la situación del acceso a nuestros datos personales. Por ejemplo, hay científicos que indican que actualmente Amazon está en la capacidad de saber – utilizando únicamente los patrones de consumo de sus clientas – cuando una mujer está embarazada, incluso antes que ella misma. Y a partir de ese conocimiento, enviar todos los artículos que podría estar necesitando debido a su condición de gravidez.

El posicionamiento frente a potenciales competidores es solo una de las infinitas ventajas que provee el acceso, almacenamiento y procesamiento de datos personales.

Hoy en día la conectividad global de las personas con diferentes plataformas del mundo permite posibilidades infinitas. Además, mediante la concatenación del internet, conectividad y la vinculación con las plataformas digitales, constantemente generamos y enviamos información a diferentes bases de datos, por ejemplo: (i) las rutas diarias de nuestros vehículos gracias dispositivos satelitales, (ii) nuestras condiciones físicas mediante de relojes y dispositivos inteligentes que miden los movimientos del corazón, el rendimiento, pasos diarios, rutas, peso, entre muchas otras características; (iii) nuestros gustos, búsquedas y preferencias gracias a Kindle, Facebook, Netflix, Spotify, Tinder, Google y tantas otras plataformas que – además – comparten la información entre sí; y (iv) nuestros hábitos de consumo, gracias a Amazon, Ebay, Itunes, entidades financieras y bancarias, entre muchas otras. Sumado a esto, gracias al Internet de las Cosas (IoT) cada vez con mayor frecuencia nuestras viviendas, electrodomésticos, ropa y accesorios podrán conectarse y generar información sobre nuestro estilo de vida, salud, qué nos falta en la alacena, cómo ahorrar energía en casa, cuáles medicamentos precisamos, conocer personas de acuerdo con nuestro perfil, qué carreras se adecúan a nuestros intereses, cuál información política enviarnos, y así muchas otras posibilidades.

Dentro de este panorama, es posible pensar que las grandes empresas y organizaciones globales nos conocen - o pronto llegarán a conocernos - mejor que nosotros mismos y entenderán con mucha precisión el contexto en el que nos desenvolvemos día con día. Por otra parte, podemos asegurar que detrás de los servicios o experiencias que nosotros creemos adquirir mediante las transacciones que corren por el internet, una parte importante de la compensación que hacemos a nuestros proveedores no es únicamente económica, sino datos e información valiosos que, extrañamente, no sabemos exactamente cómo serán utilizados posteriormente.


¿A quién le pertenecen mis datos personales?

De acuerdo con Anita L. Allen, del Harvard Law Review, Big Data es la gran cantidad de información susceptible de recopilación, almacenamiento y análisis a gran escala. Usando estos datos, las compañías e investigadores pueden implementar algoritmos complejos y tecnologías de inteligencia artificial para revelar patrones, enlaces, comportamientos, tendencias, identidades y conocimientos prácticos no determinables de otra manera

Dicho lo anterior, nos hemos preguntado alguna vez ¿a quién pertenece la información y datos que constantemente generamos y entregamos a las empresas, gobiernos y organizaciones?

De acuerdo con el MIT Technology Review, todos estamos mejor cuando las plataformas tecnológicas dominantes operan en el marco del interés público. Siendo esto lo que sucedió tanto con el internet como con la Web, y es por eso que esas plataformas han sido un estímulo tan poderoso para la innovación. Por ejemplo, cuando la industria de la computación pasó de una plataforma propietaria (Windows) a una plataforma abierta (la Web) que no es propiedad de nadie en particular, el resultado fue un resurgimiento de la innovación de software.

Idealmente, la protección de la privacidad de los datos debe entenderse como una responsabilidad ética de los buenos gobiernos, empresas e individuos. Los ideales de justicia, derecho y respeto nos invitan a regular el acceso a la información personal.

Desafortunadamente, las experiencias cotidianas revelan que nuestra información es permanentemente utilizada por terceras personas para dirigir algunos de nuestros hábitos de consumo, decisiones políticas, pasatiempos, viajes o inversiones.

Constantemente nos encontramos con límites prácticos para proteger y disponer libremente de nuestra información personal; dos de ellas podemos decir que son fundamentales: (i) las grandes presiones culturales y económicas para participar en transacciones que exigen revelaciones de información, y (ii) los individuos no negocian ni pueden negociar de manera efectiva los "términos y condiciones" relacionados con la privacidad para garantizar ventajas en este sentido.

En la era del Big Data, la responsabilidad moral de proteger la propia privacidad parece una tarea compleja, por no decir imposible. Es factible si nos enfocamos en actividades comunes como ser más reservado en nuestras conversaciones, usar contraseñas en dispositivos electrónicos, instalar software de seguridad, encriptar y moderar el uso de las redes sociales. No obstante, estos tipos de actividades no son capaces de brindar una privacidad de información robusta.

Es posible que, aunque los individuos tenemos la responsabilidad moral de proteger nuestra propia privacidad, el Big Data representa un desafío que precisa de enfoques colectivos y políticos para la autoprotección.

Mediante un abordaje técnico y regulatorio correcto, que participe a todas las partes involucradas, sean estos individuos, gobiernos y empresas, es posible que la compleja amenaza a la privacidad que supone el Big Data, pueda traducirse significativamente a formas en que el Big Data pueda mejorar la experiencia de la privacidad y la vida privada de las personas.


Los escenarios de cara al futuro cercano

En la actualidad, es sumamente rentable construir bases de datos que contengan información de personas. Las empresas que poseen los datos y las herramientas para extraerla, cuentan con enorme poder y facultades para entender y predecir el mundo. Es ahí en donde surge la interrogante de si es posible crear una infraestructura de datos públicos igualmente poderosa, un Big Data para las masas, a la que cualquier persona en el mundo pueda acceder.

Diferentes analistas consideran que plataformas como Google son las bases de datos de las intenciones humanas. Es decir, las consultas de búsqueda ingresadas en Google expresan necesidades y deseos humanos. Al almacenar todas esas consultas diarias, semanales, anuales o estacionarias, Google puede crear fácilmente una base de datos de intenciones humanas.

El acceso a este conocimiento de la intención humana hace posible que este tipo de compañías y organizaciones puedan predecir, por ejemplo, el movimiento del mercado de valores, como se indicó preliminarmente.

Debemos comprender que nos ubicamos en un momento de transición en la historia. Muchas actividades humanas básicas están cambiando profundamente, entre ellas, la forma en que buscamos información; la forma en que nos conectamos con las personas; la forma en que decidimos a dónde queremos ir, y con quién queremos estar. La manera en que tomamos tales elecciones está cada vez más dominada e informada por unas pocas empresas de tecnología con una potente infraestructura de datos. Evidentemente todos apreciamos que la tecnología pueda mejorar nuestras vidas. Pero resulta fundamental que más personas puedan influir en estas decisiones vitales sobre cómo vivimos y para esto es necesario desvincular de la ecuación los intereses estrictamente económicos y políticos.

Finalmente, podemos alinear nuestra opinión a la del científico Michael Nielsen, quien vislumbra dos posibles escenarios para para el Big Data y el acceso a nuestros datos. Es posible que la mejor infraestructura de datos continuará siendo propiedad privada de unas pocas y grandes compañías que la ven como una ventaja competitiva para trazar el conocimiento humano. La segunda alternativa sería que la mejor infraestructura de datos sea pública y disponible para ser utilizada por cualquier persona en el mundo, una plataforma poderosa para la experimentación, el descubrimiento y la creación de nuevas y mejores formas de vida. No obstante, no resultan optimistas las expectativas de que ésta segunda alternativa sea la que prevalezca en el corto o mediano plazo..









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