La oración
Leopoldo Barrionuevo leopoldo@amnet.co.cr | Sábado 03 mayo, 2008
ELOGIOS
Leopoldo Barrionuevo
De la escuela primaria recuerdo dos clases de oraciones: las que nos enseñaron para construir frases con verbo incluido y sentido completo y las guitarreadas de los gauchos “al caer la oración”, sin olvidar el gato de Peteco Carabajal “El gato de la oración”, donde canta “lloran los grillos pidiéndole a Dios” y “sólo hay cenizas en mi corazón”. Pero esto ya era parte de la Primera Comunión y tenía que ver con el verbo orar, algo que se ha ido perdiendo como quien no quiere la cosa.
Ahora en cambio, nos bombardean con oraciones por la web, con figuritas de las que jugaban tapadas en un libro nuestros abuelos, dibujos novecentistas y cielos despejados, con prados florecientes y animales domésticos arrobados en la contemplación del paisaje y música de fondo (de violines por supuesto para mayor cursilería) y antes de abrir las figuras uno empieza a sufrir por el espacio que se lleva cada filmina y por los hackers al acecho para depositar en los pliegues del abanico de diapositivas, cantidades abismales de virus cibernéticos…
Pero no todos son oraciones, hay mucha chatarra de mal gusto, ofensas escondidas, frustraciones dignas de un psicoanalista, gente clamando por autoestima que dicen no poseer, la soledad en que viven, los ataques políticos más inimaginables que puedan concebirse, propios del anonimato en que se circunscriben y el relato de los que pecaron y recibieron misericordia y el perdón que nos aguarda si les enviamos el mensaje ipso facto a un número determinado de amigos y parientes que recibirían lluvias de males y desgracias si rompemos la cadena.
Pareciera que los que narran sus penurias no hallaron el camino y naufragaron en la ignominia hasta que llegó la salvación que nos recetan sin que nadie se lo pida. Y surge por doquier el marketing de la oración a cambio de un depósito en dólares para participar en retiros espirituales (sin almuerzo), para los cuales se recomienda llevar un cojín, un manta para el piso, una libreta, una botella de agua e —imagino— el recibo de los dólares depositados en la suculenta cuenta de la organizadora.
Pareciera ser que algunos tienen relaciones muy estrechas con la divinidad y alcanzan la verdad que nos transmiten por unos pocos denarios en moneda local, que en ciertos países no es recibida con beneplácito, de ahí el afán por la obtención de divisas oficiales. Y prosigue la autoayuda, la búsqueda de la felicidad, la superación personal, la lucha permanente contra la incomunicación, los miedos, limitaciones de todo tipo, la mejora de relaciones, la complacencia, la arrogancia, el dar sin recibir, el descubrimiento de lo obvio y por fin la creencia de que no estoy equivocado y que me acerco a la Verdad.
Los libros que dominan bibliotecas y librerías se refieren a lo mismo, pero es más barato Internet, solo cuando yo lo busco, no cuando me lo imponen como si fuera mi obligación aceptar tanta prepotencia y pido, ruego no me impongan nada ni me digan que soy un ignorante porque no sigo esos senderos, cuando tengo libertad de escoger o de no hacerlo y cuando me doy cuenta que el gran secreto estriba en buscar, no en alcanzar, en perseguir, no en llegar, en hurgar en mi vida lo que es mío y me duele, aprendiendo a perdonar a los que no fueron capaces de llegar a tocar y habitar en la Verdad, en especial cuando yo tampoco lo he logrado y la vida se me va en respetar todo aquello que no acepté, porque lo más probable es que me haya sido negado lo que me pareció acertado. Mucho menos me envíe presuntas oraciones de Borges o García Márquez porque jamás escribieron algo parecido, es una patraña, retenga sus lágrimas y reconozca un estilo literario. Respete mi oración, Amén.
www.leopoldobarrionuevo.com
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