La esencia de la libertad
| Viernes 14 noviembre, 2008
La esencia de la libertad
Admirado por la capacidad de reinvención y de cambio de la sociedad estadounidense manifiesta en las elecciones del 4 de noviembre, hito en la historia de las libertades civiles, recuerdo dos hechos relevantes, uno reciente y el otro ya lejano, pero que cambió el rumbo del mundo. Con la caída del muro de Berlín en 1989 quedó claro que es la libertad del individuo la que transforma a la civilización, la que derrumba barreras y la que hace progresar a las sociedades. Los países esclavizados por la cortina de hierro respiraron libertad y buscaron inmediatamente el apoyo de Occidente, el apoyo de sociedades que bregaron su riqueza en el respecto a la propiedad privada, en el libre comercio y en la libertad de expresión. Buscaron alejarse de Rusia y no buscaron a China, ni a Corea del Norte, ni a Cuba, países todavía empobrecidos hoy por aristocracias políticas supuestamente solidarias con los obreros y los más pobres. Ni buscaron a la América Latina para aprender de su incesante e interminable lucha por reivindicar sofismas socialistas propios del mejor realismo mágico. El otro hecho, el más reciente, es igual de importante. El 15 de setiembre de 2008, con la caída de Lehman Brothers en Wall Street, uno de los bancos de inversión de rancio abolengo en Nueva York, los ciudadanos que confiaron su riqueza a otros que se encargaron de hacerles creer que la administraban bien pasaron la factura. No tuvieron necesidad estos ciudadanos de acudir a tribunales ni alimentar las cuentas patrimoniales de los abogados para dejar sentir su reclamo. Sencillamente ejercieron su libertad de elección en la institución más natural de una sociedad: el mercado. Hemos escuchado, a la luz de estos acontecimientos, que llegó el fin de la economía de mercado, que una nueva humanidad nacerá bajo los augurios de astros que nos guían a una nueva era. Pues bien, es probable que el mercado convalide sus más preciadas virtudes: la responsabilidad con la que se manejan las decisiones, la honestidad en la información y, lo más importante, la búsqueda del bienestar individual y colectivo que solo bajo un régimen de libertad de mercado se puede desarrollar de manera fuerte y permanente.
Con la quiebra de los bancos de inversión, el mercado se limpió de impurezas, de irresponsabilidades privadas y públicas, de engaños de riqueza fácil y rápida. Al mercado se le puede engañar si se mancuernan intereses privados con actuaciones públicas.
La burbuja financiera en Estados Unidos se gestó por la interacción de su gobierno y sus agencias, por una regulación que no se llevó a la práctica oportuna y adecuadamente, y por el deseo de enriquecerse fácilmente por parte de unos pocos pero poderosos banqueros respaldados por malas prácticas y por ser amigos cercanos del gobierno.
El mercado funcionó como debía funcionar: destruyendo lo que se cimentó mal y preparándose para retomar su única función esencial: que los individuos actúen de manera armónica entre ellos en procura de su bienestar.
Juan E. Muñoz Giró
Admirado por la capacidad de reinvención y de cambio de la sociedad estadounidense manifiesta en las elecciones del 4 de noviembre, hito en la historia de las libertades civiles, recuerdo dos hechos relevantes, uno reciente y el otro ya lejano, pero que cambió el rumbo del mundo. Con la caída del muro de Berlín en 1989 quedó claro que es la libertad del individuo la que transforma a la civilización, la que derrumba barreras y la que hace progresar a las sociedades. Los países esclavizados por la cortina de hierro respiraron libertad y buscaron inmediatamente el apoyo de Occidente, el apoyo de sociedades que bregaron su riqueza en el respecto a la propiedad privada, en el libre comercio y en la libertad de expresión. Buscaron alejarse de Rusia y no buscaron a China, ni a Corea del Norte, ni a Cuba, países todavía empobrecidos hoy por aristocracias políticas supuestamente solidarias con los obreros y los más pobres. Ni buscaron a la América Latina para aprender de su incesante e interminable lucha por reivindicar sofismas socialistas propios del mejor realismo mágico. El otro hecho, el más reciente, es igual de importante. El 15 de setiembre de 2008, con la caída de Lehman Brothers en Wall Street, uno de los bancos de inversión de rancio abolengo en Nueva York, los ciudadanos que confiaron su riqueza a otros que se encargaron de hacerles creer que la administraban bien pasaron la factura. No tuvieron necesidad estos ciudadanos de acudir a tribunales ni alimentar las cuentas patrimoniales de los abogados para dejar sentir su reclamo. Sencillamente ejercieron su libertad de elección en la institución más natural de una sociedad: el mercado. Hemos escuchado, a la luz de estos acontecimientos, que llegó el fin de la economía de mercado, que una nueva humanidad nacerá bajo los augurios de astros que nos guían a una nueva era. Pues bien, es probable que el mercado convalide sus más preciadas virtudes: la responsabilidad con la que se manejan las decisiones, la honestidad en la información y, lo más importante, la búsqueda del bienestar individual y colectivo que solo bajo un régimen de libertad de mercado se puede desarrollar de manera fuerte y permanente.
Con la quiebra de los bancos de inversión, el mercado se limpió de impurezas, de irresponsabilidades privadas y públicas, de engaños de riqueza fácil y rápida. Al mercado se le puede engañar si se mancuernan intereses privados con actuaciones públicas.
La burbuja financiera en Estados Unidos se gestó por la interacción de su gobierno y sus agencias, por una regulación que no se llevó a la práctica oportuna y adecuadamente, y por el deseo de enriquecerse fácilmente por parte de unos pocos pero poderosos banqueros respaldados por malas prácticas y por ser amigos cercanos del gobierno.
El mercado funcionó como debía funcionar: destruyendo lo que se cimentó mal y preparándose para retomar su única función esencial: que los individuos actúen de manera armónica entre ellos en procura de su bienestar.
Juan E. Muñoz Giró