Jefes: Cuestión de química
Redacción La República redaccion@larepublica.net | Jueves 03 mayo, 2012
Jefes: Cuestión de química
Cuando se le preguntó a Mourinho cómo animó a su Real Madrid al ser eliminado del torneo de Campeones de Europa respondió que apeló al orgullo de los jugadores, indicándoles que no tenían nada que reprocharse al irse a sus casas “muertos, exhaustos, después de darlo todo” y que fueran a abrazar a sus esposas e hijos. ¿Qué hacer cuando los miembros de una organización o equipo se esfuerzan al máximo nivel y los resultados son adversos?
La prepotencia de algunos dirigentes o técnicos es también fuente de desmotivación para personas que, en su conciencia, hacen un trabajo honrado, intenso y leal. La química imperfecta ocurre entre estas personas y jefes indiferentes, egocéntricos y concentrados en resultados sin mirar las condiciones de quienes los producen. “Cuando nos reunimos solo el jefe habla, no escucha las pocas observaciones que permite y es agresivo si alguien comete la osadía de cuestionar un dato, lo único que le importa es aplaudirse a sí mismo”, dicen los miembros de algunas entidades.
Todo tiene su límite. Una conciencia limpia es la mejor compañera ante la adversidad; pero no debe confundirse con resignación. La pregunta que se debe considerar es: “¿Qué me está enseñando esta situación?” El aprendizaje es la llave a nuevas puertas; sin él quedamos encarcelados en el pasado. La peor reacción es bajar los brazos o boicotear al jefe. Una posible acción es planear la salida para ir donde el talento sea más valorado. A nadie le dan medallas por ser víctima de injusticias o por enfermarse para que a otros les vaya bien.
La obsesión aleja el objetivo. La paradoja es que cuanto más se aferre una persona a la idea de ser aplaudida más distante se coloca de lograrlo. En cambio, quien hace las cosas con pasión y por principios, tarde o temprano recibe lo que ni siquiera esperaba. El aplauso interior, íntimo, por una labor bien hecha, es más satisfactorio que un certificado mal ganado. Las intenciones cuentan y la autenticidad rige el futuro de cada cual, tanto si es dirigente como jugador. La humildad triunfa sobre la vanidad y la avaricia.
“Yo siento la presión de saber que mis jugadores son grandes personas. Disfruto mucho más con la alegría de otros que con las mías; sufro más con los momentos negativos de los otros que con mis propios momentos”, esta solidaridad de Mourinho explica por qué hay jugadores que son perseverantes para levantarse ante las caídas y leales al sueño compartido con su líder.
German Retana
german.retana@incae.edu
Cuando se le preguntó a Mourinho cómo animó a su Real Madrid al ser eliminado del torneo de Campeones de Europa respondió que apeló al orgullo de los jugadores, indicándoles que no tenían nada que reprocharse al irse a sus casas “muertos, exhaustos, después de darlo todo” y que fueran a abrazar a sus esposas e hijos. ¿Qué hacer cuando los miembros de una organización o equipo se esfuerzan al máximo nivel y los resultados son adversos?
La prepotencia de algunos dirigentes o técnicos es también fuente de desmotivación para personas que, en su conciencia, hacen un trabajo honrado, intenso y leal. La química imperfecta ocurre entre estas personas y jefes indiferentes, egocéntricos y concentrados en resultados sin mirar las condiciones de quienes los producen. “Cuando nos reunimos solo el jefe habla, no escucha las pocas observaciones que permite y es agresivo si alguien comete la osadía de cuestionar un dato, lo único que le importa es aplaudirse a sí mismo”, dicen los miembros de algunas entidades.
Todo tiene su límite. Una conciencia limpia es la mejor compañera ante la adversidad; pero no debe confundirse con resignación. La pregunta que se debe considerar es: “¿Qué me está enseñando esta situación?” El aprendizaje es la llave a nuevas puertas; sin él quedamos encarcelados en el pasado. La peor reacción es bajar los brazos o boicotear al jefe. Una posible acción es planear la salida para ir donde el talento sea más valorado. A nadie le dan medallas por ser víctima de injusticias o por enfermarse para que a otros les vaya bien.
La obsesión aleja el objetivo. La paradoja es que cuanto más se aferre una persona a la idea de ser aplaudida más distante se coloca de lograrlo. En cambio, quien hace las cosas con pasión y por principios, tarde o temprano recibe lo que ni siquiera esperaba. El aplauso interior, íntimo, por una labor bien hecha, es más satisfactorio que un certificado mal ganado. Las intenciones cuentan y la autenticidad rige el futuro de cada cual, tanto si es dirigente como jugador. La humildad triunfa sobre la vanidad y la avaricia.
“Yo siento la presión de saber que mis jugadores son grandes personas. Disfruto mucho más con la alegría de otros que con las mías; sufro más con los momentos negativos de los otros que con mis propios momentos”, esta solidaridad de Mourinho explica por qué hay jugadores que son perseverantes para levantarse ante las caídas y leales al sueño compartido con su líder.
German Retana
german.retana@incae.edu