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Happy Hour con Hugo

| Martes 26 agosto, 2008




Happy Hour con Hugo

Estados Unidos debe cambiar su actitud ante Latinoamérica en general y —quizás— hacia la República Bolivariana de Venezuela en particular

El próximo presidente de Estados Unidos debería invitar a Hugo Chávez a un par de mojitos, hablar con su contraparte (un jugador de béisbol en su juventud) sobre el significado de que Bobby Abreu, venezolano de nacimiento, juegue para los Yanquis, felicitarlo por sus esfuerzos a favor de los latinoamericanos más desposeídos, y asegurarle el compromiso de Washington de ayudarlo en tan heroica tarea.
El próximo presidente debería hacer esto, porque es lo correcto, y porque no tiene otra opción.
Para finales de 2008, la República Bolivariana de Venezuela habrá aceptado sacrificar cerca de $1.000 millones anuales en ingresos petroleros, ofreciendo precios de descuento a través del programa Petrocaribe a 19 países, incluyendo a la mayor parte de Centroamérica y a casi todas las naciones caribeñas.
A cambio, Venezuela espera —con toda razón— que millones de personas en estos países estén agradecidas, y que sus líderes se inclinen a apoyar el régimen de Chávez en las Naciones Unidas y otros foros internacionales.
Adicionalmente, la popularidad del programa podría resultar en que los gobiernos pro-Chávez sean elegidos en algunos estados miembros.
Dado que la zona de Petrocaribe forma un escudo potencial gigante entre Estados Unidos y el resto del hemisferio, el futuro presidente debería estudiar alternativas a la política actual de su país con respecto a Latinoamérica, que consiste principalmente de deportar mexicanos pobres, y tratar de limitar el acceso de los estadounidense a la cocaína luchando una guerra antidrogas en otros pueblos.

Bajo una nueva administración, Estados Unidos debería involucrarse con la región de maneras más productivas.
Debe darse cuenta de que no puede promover acuerdos de libre comercio que, por cierto, protegen su mercado doméstico de una variedad de importaciones, especialmente productos agrícolas, que resultan vitales para la economía latinoamericana.
Otra buena opción sería brindar apoyo a los sistemas locales de educación, a través de un programa dinámico no gubernamental —¿Profesores sin Fronteras?— en el cual los participantes eduquen a los maestros del mañana en áreas que incluyan matemáticas, ciencia e informática.
Estados Unidos puede operar una política de buen vecino en América Latina, independientemente de Chávez.
Una alternativa sería un intento de trabajar con el presidente bolivariano, quien se mantendrá en el poder hasta 2013 (y quien podría retener su influencia más allá de esa fecha), que controla masivos ingresos provenientes de una de las seis reservas de petróleo más grandes del planeta, y para quien la oportunidad de colaborar con el país más productivo del mundo podría resultar más atractiva de lo que muchos estadounidenses imaginan.
La economía venezol
ana, cuyo desempeño aún sigue siendo espantoso pese a estar inundada de petrodólares, no puede esperar mucha ayuda de sus mejores amigos actuales —Cuba, Nicaragua, Ecuador y Bolivia—, dado que estos se cuentan entre las naciones menos desarrolladas del mundo.
En contraste, tecnologías de punta y ejecutivos sobresalientes (incluyendo millones de profesionales con dominio del español) están disponibles en Estados Unidos (a precios competitivos, además, gracias al colapso del dólar).
Para que el acuerdo funcione, el próximo presidente de Estados Unidos debe entender —20 años después del hecho— que la Guerra Fría ya terminó, y que satanizar a Chávez solo convence a muchos latinoamericanos de que la política centenaria de Washington de oponerse a líderes izquierdistas mientras apoya a las dictaduras de la derecha sigue viva en 2009.
No será fácil para Estados Unidos plantearle propuestas a un líder cuyas políticas incluyen la nacionalización de industrias claves e incrementar el grado de planificación centralizada de la economía.
Por otro lado, Venezuela tiene el derecho como país soberano de poseer un programa económico equivocado.
Para mejorar su golpeada imagen en el hemisferio, Estados Unidos necesita ser más generoso con sus vecinos.
En lo que concierne a Venezuela, el próximo presidente norteamericano debería tratar de romper con el ciclo de extremismo en ambos bandos, buscando formas de cooperar en lugar de solo denigrar.
¿Otro mojito, señor Presidente?






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