"Fuimos dos estudiantes que negociamos con las FARC por la vida de mi padre"
Lucy Wallis - BBC World Service | Viernes 16 octubre, 2020
Cuando el padre de Miles Hargrove, Tom, fue secuestrado por guerrilleros en Colombia, él confió en un amigo de 22 años para negociar con los secuestradores. ¿Podrían tener éxito estos jóvenes estudiantes ante las Farc?
La historia comienza cuando el contestador automático del joven empezó a parpadear repetidamente.
"Miles, es tu madre. Tenemos un pequeño problema y necesitas llamar a tu tío Raford", se escuchaba en el mensaje.
Y era solo el primero de nueve correos de voz, algo estaba claramente mal.
"Sabía que era muy serio", recuerda Miles.
"Los siguientes mensajes eran de mi tío diciendo que me comunique y entonces pienso 'Dios mío, ¿qué pasó?'".
Era septiembre de 1994 y el estudiante de 21 años se encontraba en su dormitorio en la universidad de Texas.
Temía malas noticias. ¿Tal vez un accidente automovilístico?
Secuestro
Lo que le dijo su tío lo dejó sin aliento: "Tu papá iba camino al trabajo esta mañana y fue secuestrado".
Los padres de Miles, Tom y Susan Hargrove, vivían en Cali, una ciudad en el suroeste de Colombia.
La familia se mudó allí unos años antes por el trabajo de Tom como especialista agrícola y Miles y su hermano habían terminado la escuela allí.
Pero se estaba convirtiendo en un lugar cada vez más peligroso.
Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) todavía se encontraba en guerra con el gobierno colombiano y una forma de recaudar dinero era el secuestro de personas.
Esto comenzó a ocurrir con más frecuencia en las regiones cercanas a Cali y Susan ya había tenido la premonición de que algo malo podía suceder.
Ya le había pedido a Tom que buscara un nuevo trabajo.
"Su auto fue encontrado al lado de la carretera donde estaba instalado un retén. Su identificación y algunos folletos que dejaron las Farc fueron dejados en el asiento delantero", recuerda Miles.
"Los guerrilleros estaban llevando a cabo lo que se llama una operación de 'pesca milagrosa'. Básicamente, colocaban estos controles en las carreteras en busca de autos o dinero en efectivo, cualquier cosa que les pudiera generar recursos para su causa. Y cuando un estadounidense pasó por allí, todos de repente pensaron que ahí es donde estaba el gran dinero", cuenta.
Testigos dijeron que pusieron a Tom en la parte trasera de una de las camionetas que acababan de robar y se dirigieron hacia el este, rumbo a las montañas.
Miles voló a Colombia para acompañar a su madre. Su hermano menor, Geddie, quien estaba estudiando en Egipto, también se unió a la familia.
"Fue aterrador porque nos habían dicho que probablemente estarían tratando de averiguar todo lo que pudieran sobre la familia para ver con quién estaban negociando", afirma Miles.
Añade que su madre se mantuvo fuerte y en control de sus emociones, pero en el fondo la familia estaba en pánico.
Algo que los ayudo fue que otras personas habían pasado por lo mismo antes.
"De repente aparecieron y empezaron a hablar con nosotros y a decirnos: 'Negocien con ellos, tendrán que pagar un rescate, esto llevará tiempo, pero simplemente cooperen y así es como van a resolverlo'".
Se había advertido a la familia que podían esperar al menos tres semanas o un mes para saber algo de los secuestradores de Tom.
El día 21 llegó un video de "prueba de vida".
Tom fue filmado rodeado de combatiente enmascarados con armas de fuego. Fue una imagen impactante, pero Miles dice que también fue un alivio verlo y saber que estaba vivo.
"La peor parte para mí fue ver a mi madre mirar las imágenes. Solo recuerdo que ella tocó la cara de mi papá en la pantalla del televisor".
Los secuestradores exigieron lo imposible: US$6 millones para recuperar a Tom.
Además dijeron que solo negociarían con la familia o un amigo de confianza.
"Todo el mundo nos dijo que pedir ayuda para intentar un rescate era lo que no debíamos hacer", señala Miles.
"Las Farc controlaban un gran territorio en Colombia en ese momento. Controlaban las tierras altas, y con tratar de enviar alguna unidad militar a esa área para que liberaran a mi padre las posibilidades de que sobreviviera eran escasas o nulas", sostiene.
El negociador debía hablar español con fluidez, comprender el dialecto local y, lo más importante, ser alguien en quien la familia pueda creer absolutamente.
Ninguno de ellos pudo asumir ese papel porque no dominaban el español con la suficiente habilidad, por lo que recurrieron a un amigo colombiano de Miles, Robert Clerx.
Ellos se habían conocido el primer día de Miles en la escuela secundaria en Colombia y habían sido amigos cercanos desde entonces. Como Miles, Robert era estudiante y solo tenía 22 años.
Todo tenía que mantenerse en secreto.
También recibieron consejos e instrucciones de un experto ennegociaciones del Reino Unido, quien les dijo que estuvieran tranquilos, que hablaran despacio y que siguieran un guión.
Robert cuenta que antes de cada comunicación "básicamente teníamos un libreto de lo que íbamos a decir, lo que íbamos a preguntar, y la idea era no desviarnos".
Los secuestradores hablaron en código, por lo que Tom se convirtió en "el edificio" y ellos declararían cuántos "barriles" (cuánto dinero) estarían dispuestos a pagar por ese "edificio".
La negociación
En la primera negociación, la familia se reunió alrededor de una radio de onda corta utilizada para la comunicación y Miles escuchó por primera vez la "vozescalofriante" de uno de los secuestradores de su padre.
La familia había decidido una estrategia arriesgada: ofrecer US$41.000 para demostrarle a las Farc que los US$6 millones era una cifra completamente inalcanzable para ellos.
"El riesgo de hacerlos enojar siempre estaba ahí", cuenta Miles.
"Eso es lo que nos explicaron los asesores a nosotros y a Robert: 'Van a hacer amenazas, te van a decir cosas más horribles. Al final del día es un negocio, Tom es una mercancía, si los rehenes lo lastimaron o lo mataron, entonces no ganan dinero y han desperdiciado mucho tiempo y recursos'", explica.
Como tal, la oferta enfureció a los secuestradores.
"Con ese dinero ni siquiera obtendrás el cuerpo", le dijeron a Robert.
Pero las negociaciones continuaron, dos veces por semana, generalmente a las 7 de la tarde.
"Recuerdo que en una ocasión tuve un examen", recuerda Robert.
"Hubo algunos retrasos en la sala de computación de la universidad, literalmente tuve que salir del examen y decir: 'Maestra, lo siento, tengo que irme'. Probablemente fui el chico más maleducado de la clase, porque simplemente salí, pero es que no podía decirle que estoy negociando un secuestro".
A medida que continuaban las conversaciones, los vecinos de los Hargrove, la familia Greiner, los animaban constantemente a intentar llevar una vida lo más normal posible.
"Claudia Greiner nos impulsó mucho a hacer un esfuerzo", cuenta Miles.
"Ella había pasado un tiempo en el Reino Unido y realmente admiraba esa mentalidad británica rígida, y nos inspiró a todos a reunirnos, cenar, tener velas, flores, poner la mesa".
Aunque los secuestradores bajaron levemente el rescate, seguían exigiendo millones a la familia que no podía pagar ese tipo de suma.
Luego vino un doloroso silencio. Los secuestradores detuvieron todo contacto durante un mes.
En ese momento, Miles comenzó a desear volver a escuchar la voz del secuestrador.
Y cuando se reanudaron las negociaciones, las Farc esperaban que la familia elevara su oferta, pero como eso no sucedió la guerrilla se enfureció aún más.
Cortaron el contacto de nuevo, esta vez durante dos meses.
El pago
Susan Hargrove se ocupó de romper ese silencio: envió cartas a las montañas, habló con exvíctimas de secuestros que habían sido detenidas por las Farc y con sacerdotes que trabajaban en el área donde se rumoreaba que Tom estaba detenido.
La familia había decidido aumentar su oferta a US$201.000 y entregaron el dinero a los secuestradores cuando finalmente se reanudaron las negociaciones.
Los secuestradores estuvieron de acuerdo.
Nueve meses después de que se llevaran a Tom, finalmente parecía que iba a regresar a casa con sus seres queridos.
Hasta el día de hoy, Miles prefiere no contar cómo la familia obtuvo el dinero, pero lo hicieron y lo escondieron en cajas antes ser entregado.
"Todo el mundo nos había dicho que un miembro de la familia no debe llevar físicamente el dinero porque también te pueden retener", recuerda.
Y cuenta que un agente del FBI que se hizo muy cercano a su familia recomendó a un empleado de entrega profesional para que llevara el efectivo a las montañas.
"Nuestros vecinos encontraron un conductor que estaba dispuesto a conducir un viejo camión destartalado", añade Miles.
"Las dos personas que elegimos no se conocían y eso era parte del plan en cierto sentido, porque si no tenían una relación previa eran menos las posibilidades de que intentaran huir con el dinero", cuenta.
El monto acordado fue entregado de manera segura y esperaron la liberación de Tom.
"No es como en las películas en las que entregas el dinero y tu papá está parado al otro lado", dice Miles.
"No funciona de esa manera. Tomaron el dinero y realmente no explicaron nada más, pero a través de la experiencia de todos con los que habíamos hablado, teníamos la impresión de que volvería en un plazo de tres días a una semana".
Pasaron tres días, sin señales de Tom. Pasó una semana y nada.
Las semanas se acumulaban y todos se sentían abrumados por la sensación de que tal vez no volvería a casa después de todo.
Los misioneros
Finalmente recibieron una llamada telefónica de los secuestradores, indicándoles que encendieran la televisión inmediatamente.
Un reporte de noticias mostró los cuerpos de dos misioneros estadounidenses que habían sido retenidos por las Farc durante un año y medio. Los militares intentaron rescatarlos, pero sus captores los ejecutaron y huyeron del campamento.
"Nunca olvidaré esa noticia", afirma Miles.
"Fue una de las cosas más horribles que vi en mi vida, porque las imágenes eran muy explícitas, pero sobre todo porque conocíamos a las familias, estábamos al tanto de sus secuestros. Podíamos haber sido nosotros y lo sabíamos".
Aquella noticia hizo que la familia Hargrove se desesperara y Susan, en contra de todos los consejos, decidió una estrategia peligrosa: hacer pública su historia.
"Fue algo muy arriesgado", sostiene Miles.
"Quiero decir que casi la regla número uno en ese momento era no hablar de los secuestros porque esto solo eleva el precio de la víctima. Pero ella sintió que si crearía algún tipo de presión sobre ellos para hacer algo", explica.
Dos días después, los secuestradores se pusieron en contacto. Exigieron otros US$130.000 más para liberar a Tom del cautiverio.
Es posible que pensaran que la familia tenía tanto miedo después de lo sucedido con los misioneros como para pagar más.
Miles cuenta que en ese momento pidieron una confirmación de que Tom todavía estaba vivo, pero la prueba que recibieron no fue convincente.
"No había nada allí (un mensaje escrito por Tom) que probara que estaba realmente vivo. Podría haber escrito cualquier fecha con un arma apuntando a su cabeza y nos aconsejaron que no aceptáramos".
Pero la situación en Colombia los obligó a tomar una decisión muy rápidamente.
El desenlace
Uno de los líderes máximos del cartel de Cali, Gilberto Rodríguez Orejuela, había sido capturado por el ejército, creando una atmósfera amenazadora en la ciudad.
"Vivíamos en uno de los barrios más bonitos de Cali y ahí es donde estaban los capos de la droga, así que veíamos aterrizar helicópteros en patios cercanos, se estaban colocando barricadas en todas partes", cuenta Miles.
Al mismo tiempo, comenzaron a circular rumores de que el ejército colombiano estaba planeando avanzar hacia las Farc y la familia no quería que Tom quedara atrapado en el fuego cruzado.
Se arriesgaron y pagaron a los secuestradores US$110.000 más el 13 de agosto de 1995.
El dinero del rescate fue entregado por un sacerdote católico y el mismo conductor que habían contratado para el primer pago.
Cuando se entregó el monto se suponía que las Farc iban a explicarles dónde encontrar a Tom y se usarían radios para transmitir las instrucciones a una ambulancia de la Cruz Roja Internacional que estaba esperando.
En cambio, las Farc se robaron las radios.
"Ahí fue donde las cosas se pusieron realmente mal, porque la guerrilla había acordado liberar a mi papá simultáneamente con el pago del rescate y no lo hicieron", indica Miles.
"La única información que dieron fue que estaría en un pueblo cercano unos días después, así que esa era nuestra única esperanza", cuenta.
El equipo de la Cruz Roja fue al pueblo y esperó todo el día, pero no había ni rastro de Tom.
La situación era desesperante.
"Fue entonces cuando estábamos en la desazón absoluta porque ya no había una hoja de ruta para nosotros. Teníamos dificultades para mirarnos a los ojos y reconocer lo que podía venir después", cuenta el hijo de Tom.
Robert, por su parte, recuerda que se sintió muy frustrado.
Pero nueve días después, el 22 de agosto de 1995, Miles, Geddie y Robert estaban en la cocina a punto de comenzar a preparar la cena cuando escucharon un ruido afuera.
"Salimos de la cocina y no podía creer lo que estaba viendo", cuenta Miles.
"Allí estaba mi papá con el pelo largo y anaranjado, barba larga y un poncho. Fue una de las cosas más impactantes que experimenté en mi vida. Corrí hacia él".
Susan, la madre de Miles, estaba en su dormitorio. Estaba hablando por teléfono con el hermano de Tom, Raford, discutiendo lo que podrían hacer a continuación, cuando su esposoirrumpió.
"Ella grita y deja caer el teléfono. Entonces mi tío supone que la guerrilla había entrado para llevarse a otro miembro de la familia o que tal vez el cuerpo de mi papá había sido arrojado frente a la casa", dice Miles.
"Mi mamá estaba sentada ahí en estado de shock, solo gritando, mirando a mi papá y él tuvo que acercarse y abrazarla. Ella estaba llorando en ese momento, fue uno de los momentos más explosivos y emocionales que puedas imaginar", comenta.
Miles había asumido que el cabello de su padre, que generalmente era de un blanco plateado, había sido teñido, pero más tarde descubrió que se había vuelto naranja debido a una deficiencia de vitaminas.
Tom había pasado hambre y había estado encadenado en cautiverio; no había sido alimentado con vegetales durante más de cuatro meses.
"En su mayoría (los guerrilleros) eran adolescentes, muchos de ellos tenían 14 y 15 años y no habían recibido educación alguna. Mi papá tenía un doctorado y en un momento se dio cuenta de que tenía más años de educación que sus 10 guardias juntos", cuenta Miles.
La liberación
El día de su liberación lo despertaron y le dijeron "es tu hora de irte".
Lo dejaron caer desde un auto al costado de una carretera.
Después de que logró llegar a la ciudad más cercana, viajó de un lugar a otro hasta que finalmente llegó a su casa.
Fue un final feliz, pero la familia estaba traumatizada.
"Habíamos formado un equipo con un objetivo en mente, y ese era liberar a mi papá. Lo logramos, así que en ese momento realmente queríamos olvidar", dice Miles.
Tom, por otro lado, estaba desesperado por hablar sobre lo que había pasado.
"Tenía esta increíble necesidad de compartir su historia y hablar de ella y hablar de ella y hablar de ella", cuenta su hijo.
Y cuando la familia se encontraba con amigos, esto cambiaba repentinamente la atmósfera.
Revivir el peor año de la vida de ellos una y otra vez ejerció una presión particular sobre su madre, dice Miles.
Cuando la familia se mudó de regreso a Texas, Tom pasó a dar conferencias sobre sus experiencias a varias organizaciones, incluidas agencias antiterroristas y empresas de seguridad, pero Susan estaba cambiada.
"Mi madre se había criado en el extranjero. Le encantaba viajar por el mundo y por primera vez en su vida no tenía ningún interés en ello. En realidad, no quería mucho salir de casa. No quiero decir que fuera una completa ermitaña, pero su espíritu de aventura se fue para siempre", señala el hijo.
Miles dice que siempre estará agradecido con su amigo Robert por su papel en la liberación de su padre.
"Todos nos sentíamos tan maduros en ese momento, pero a medida que crecí me di cuenta de que éramos solo niños. Y es increíble para mí que pudiéramos haber justificado alguna vez poner este tipo de presión sobre Robert. Me sorprende que los adultos en la habitación pensaran que eso era un cosa que podíamos hacer, pero no teníamos otra opción", afirma.
Robert señala que la experiencia dejó una marca en sus días de estudiante; nunca volvió a ser tan despreocupado.
Mientras que otros estudiantes dividían sus vidas entre estudiar y divertirse, una parte de Robert siempre recordaba que había "cosas más importantes en la vida que eso".
Todavía vive en Cali con su esposa e hijo, y trabaja en la escuela en la que él y Miles se graduaron.
Miles, que ahora tiene 47 años y vive en Texas, trabaja como cineasta. Durante los días más oscuros del secuestro, constantemente filmaba las experiencias de la familia y convirtió esas imágenes en un documental.
"Miracle Fishing" (Pesca milagrosa) llegó demasiado tarde para Susan y Tom, quienes murieron en 2009 y 2011 respectivamente.
Se debía estrenar en el Festival de Cine de Tribeca en abril de este año, pero el evento fue cancelado debido a la pandemia de coronavirus.
Si bien Tom se sintió impulsado a hablar sobre sus experiencias inmediatamente después de su liberación, en el caso de Miles, el impulso creció con el paso del tiempo.
"A menudo pensé que salí bastante intacto. Pero cuando me siento y analizo, he tenido esta necesidad de 25 años de contar esta historia", dice.
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