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Fuentes financieras y la autonomía universitaria

Carlos Denton cdenton@cidgallup.com | Miércoles 30 junio, 2010



Fuentes financieras y la autonomía universitaria


“Quien paga la música manda en el baile” es un dicho conocido por todos. En el caso de las universidades estatales este no es exactamente el caso porque estas históricamente han logrado un cierto nivel de “autonomía.” Este concepto implica que ningún docente o educando puede ser separado por sus pensamientos o por las investigaciones que lleva a cabo. Ninguna autoridad externa a la universidad puede remover un catedrático, y además es casi imposible despedirlo con los procedimientos internos institucionales.
Este concepto de autonomía o libertad de cátedra se ha extendido de facto, por lo menos desde la perspectiva de la comunidad universitaria, para convertir el campus en un recinto virtualmente extraterritorial, donde la policía y otras autoridades tienen que pedir permiso para entrar.
Es un concepto idílico; un claustro bonito donde hay total libertad de acción y pensamiento. Las ideas grandes universales se debaten libremente y los educandos aprenden sentados a los pies de los mejores pensadores nacionales e internacionales.
El problema con el modelo de autonomía está en que en contraste con uno de los primeros profesores, Sócrates, que fue pagado por sus estudiantes, los educandos ticos aportan casi nada por la educación que reciben. Sin embargo los profesores quieren recibir un salario fijo. La cuenta por estos servicios educacionales la tiene que pagar el contribuyente de impuestos.
Todos los años las autoridades de las universidades estatales se ven obligados a presentar un presupuesto al gobierno y a este le toca aceptarlo o modificarlo en una negociación. La autonomía no permite que el gobierno exija que se elimine un programa de docencia donde hay pocos alumnos, ni tampoco tiene el derecho de pedir que se modifique un sistema donde los docentes ascienden en rango de “asistentes” a “catedráticos” casi de forma automática. Pero sí pueden decir, como es el caso en 2010, “no tenemos recursos suficientes para dar lo que piden.”
Lo que me ha llamado la atención es que las universidades estatales han hecho poco para buscar fuentes alternas de financiamiento. A veces hacen genuflexiones frente al concepto de “venta de servicios,” pero generalmente hacen poco o nada para ayudarse y cada año llegan “sombrero en mano” donde las autoridades a pedir dinero. A veces ni tan amables al pedir son, y “exigen” recursos.
Hay miles de costarricenses egresados de estas universidades estatales que ahora ocupan muy buenos puestos en la sociedad; pagaron poco o nada por la educación que recibieron y han sido favorecidos por la sociedad en ese sentido. ¿Por qué no se organizan “fondos de beneficencia” donde los egresados puedan aportar recursos para becas, equipos de laboratorio, libros, y quizás hasta edificios? Así es como funcionan los grandes centros de educación superior mundiales; los egresados ayudan a financiar las operaciones actuales. ¿Por qué no en Costa Rica?
Cuando hay más de uno pagando la música es menos claro quién es el que manda en el baile. Cuando personalmente he sugerido esta idea a las autoridades de una de las universidades estatales la respuesta ha sido “los egresados ticos no tienen un sentido de agradecimiento por la educación que recibieron.” Si ese es el caso me parece que deberían lanzar programas internos para inculcar un sentimiento de agradecimiento.
Una nota histórica falta aquí. Por más autónomo que fue Sócrates como maestro, las autoridades de Atenas le obligaron a suicidarse en 399 a.C.

Carlos Denton
cdenton@cidgallup.com

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