Francisco: papa, jesuita y argentino
Arnoldo Mora mora_arnoldo@hotmail.com | Viernes 22 marzo, 2013
En (el papa) Bergoglio nada es pose. Él siempre ha sido así. Pero esto no basta para subsanar la crisis que azota a la Iglesia. Se requiere ir más lejos. Los otros pasos deben darse pronto
Francisco: papa, jesuita y argentino
Nuestra América sigue ocupando el mayor espacio en los medios en estas últimas semanas. Primero lo fue por la muerte de Hugo Chávez, que concitó multitudes y homenajes de gobernantes y organismos del mundo entero, especialmente de nuestra región.
No se habían acabado los ecos de ese duelo cuando un nuevo clamor se levantó en todos los rincones del planeta y que tiene como epicentro un país nuestro: se eligió un papa jesuita argentino.
Su coronación como Jefe del Estado Vaticano y cabeza máxima de la Iglesia católica, ha hecho que 132 jefes de Estado y misiones de gobiernos, lo mismo que líderes religiosos, se dieran cita junto a un millón de fieles en la imponente Plaza de San Pedro.
Y no era para menos. La elección del cardenal de Buenos Aires Jorge Mario Bergoglio ha hecho historia.
La escogencia de la persona en sí no fue sorpresa, ya que había cosechado 40 votos en el cónclave anterior. Su liderazgo entre los purpurados era conocido.
Lo que sí es novedoso es que Bergoglio sea jesuita y provenga de un país del Sur. Lo cual se debe a que, por fin, las cúpulas de poder de la Iglesia se percataron de que, desde la década de los 80 del siglo XX, se venía dando un cambio radical en la historia del cristianismo. Este dejaba de ser una religión mayoritariamente occidental y pasaba a ser una del Tercer Mundo, pues allí vive más del 70% de sus creyentes.
Es frente a este nuevo interlocutor que deben situarse las jerarquías eclesiásticas. A esos pueblos deben responder, su mirada debe dirigirse a ellos y hacerse eco de sus reclamos de justicia y dignidad, porque es gracias a ellos que el cristianismo conserva una amplia presencia en el mundo actual.
Para lograrlo, el papa Francisco ha debido comenzar por hacerse creíble. Lo está logrando con inusitada rapidez, dados sus gestos y actitudes que hablan más que cualquier discurso.
Su espontaneidad y sencillez, la escogencia del nombre de Francisco en homenaje al más grande maestro espiritual que ha producido el cristianismo después de Jesús de Nazareth y Pablo de Tarso, y su rechazo al pomposo y decadente barroquismo curial, le han captado de inmediato la simpatía de las masas y personalidades provenientes de los más diversos horizontes doctrinales, geográficos y culturales.
Lo anterior se debe a que en Bergoglio nada es pose. Él siempre ha sido así.
Pero esto no basta para subsanar la crisis que azota a la Iglesia. Se requiere ir más lejos. Los otros pasos deben darse pronto.
Debe explicitar y argumentar sus posiciones doctrinales a través de documentos y discursos. Y esos gestos e ideas deben plasmarse en decisiones que, como jerarca máximo, tome, tales como nombramientos de los principales responsables de los organismos de la Curia Romana y de Obispos en la Iglesia universal.
Allí se verá si su opción por los pobres es algo más que una actitud personal —por más loable que sea—y se traduce en una concepción doctrinal y en directrices programáticas y decisiones políticas, todo ejecutado por personas rectas y de su misma línea de pensamiento.
Los hombres y mujeres de buena voluntad, creyentes o no, esperan que lo logre.
Arnoldo Mora
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