Filibusteros
| Miércoles 29 septiembre, 2010
Debemos fomentar en nuestros hij@s los valores que ahora se ven como parte de antaño, la honradez, el esfuerzo, la prudencia, el respeto por los demás, la tolerancia, la humildad y el temor y amor a Dios o al ser superior que se considere
Filibusteros
Excelente metáfora utilizó doña Laura Chinchilla, en su discurso del día de la Independencia, al indicar que los filibusteros de hoy son los delincuentes. Todos los que nos han robado la paz, los que nos hacen vivir con limitaciones en muchos sentidos. Hoy, por ejemplo, no es posible hacer lo que en tiempos de mi niñez tanto disfrutábamos, escaparse al río, en caso que hoy hubiera uno limpio, ir a apear naranjas, organizar caminatas a La Cruz o a la piedra de Aserrí, en grupos de niños y niñas que difícilmente superaban los 15 años. Hoy cualquier acción de estas puede resultar en tragedia.
Viví en carne propia hace pocos días la amargura de un asalto a mano armada en mi casa de habitación, del que gracias a Dios, solo tengo que lamentar el trauma de mi pequeña y sus amigas, por haber sido amarradas y encerradas; pues ciertamente todo lo material que se llevaron ni siquiera lo he podido contabilizar.
Esta experiencia me ha enseñado que a uno no le roban solamente, que lo marcan y le cambian de por vida. Que pese a que uno cuente con ADT, agregue cámara espía, cambie los portones y puertas, compre un arma de fuego más grande, eche al perro chihuahua y compre un rottweiller, no vuelve a dormir en paz.
Y es que no se lleva, un bandido que asalta, solo los bienes que están dentro de la casa, se lleva el hogar. Transforma aquel lugar en que una se sentía segura, resguardada del mundo y sus inequidades, ese lugar que solo había recibido a los seres amados, pues ahora tiene una estela de dolor, de temor de desconfianza, lo transforma en un lugar más. Se puede sentir hasta el aura negra de esos psicópatas, incompatibles con seres honestos, en las paredes. El maullido del gato, el salto del perro, provocan un sobresalto que uno siente le acelera el corazón a una potencia indecible. Al final se llega a entender que de todo el arsenal que pueda tener para asegurar el hogar, en un momento de temor, cuando por la noche despierta y se siente amenazada, solo queda confiar en la más grande de las armas “la protección de Dios”.
No podemos seguir creyendo la utopía de que vivimos en un país pacífico. Lamentablemente eso dejó de ser cierto hace mucho tiempo atrás. No podemos continuar escudándonos en comparaciones con otros países que sufren con más fuerza el flagelo del narcotráfico de drogas, el asesinato express y la corrupción sin límite, para decir que estamos bien. Debemos tomar acciones conjuntas con las entidades encargadas de resguardar la seguridad ciudadana, tejer redes solidarias de protección recíproca con nuestros vecinos, familiares, amig@s, con quien transita por la calle, con el compañero y compañera de estudios, volver al principio básico de la humanidad, el amor al prójimo, y defendernos unos a otros a capa y espada. Fomentar en nuestros hij@s los valores que ahora se ven como parte de antaño, retomar los valores de nuestros antepasados, la honradez, el esfuerzo, la prudencia, el respeto por los demás, la tolerancia, la humildad y el temor y amor a Dios o al ser superior que se considere. Enseñarles la imperiosa necesidad de ser rectos, inculcarles la verdad irrefutable de que el dinero fácil es equivalente a muerte segura. Apartarles del mal y lograr con ello murallas infranqueables, que nos protegerán.
María Gamboa Aguilar