Extraños en casa
| Sábado 05 diciembre, 2009
Extraños en casa
Un par de veces nos hemos aventurado a recibir extranjeros en nuestra casa. Algunas experiencias fueron menos afortunadas que otras, pero al menos la última visita nos ha resultado muy satisfactoria; aun así, vale la pena repasar algunos de los ajustes vitales que hacemos cuando tomamos parte (ustedes o nosotros) en tales aventuras.
Los preparativos para alojar a una o varias personas más pueden sacar de balance el presupuesto. Hay que pensar en comida para más bocas y en un menú que se ajuste a las costumbres de otras culturas (y nótese que incluso en casas vecinas la alimentación cotidiana puede ser muy diferente). Si no se tiene cama extra, hay que conseguirla; así como cualquier implemento que pueda facilitar la vida del invitado. Nos preguntamos si tendrán las mismas costumbres que nosotros: ¿Se bañarán todos los días? ¿Desayunarán? ¿Les gustará la natilla? O si más bien tienen formas de comportarse distintas: ¿Serán vegetarianos?, ¿Serán de alguna religión extraña? ¿Admirarán a Obama?
Hay que pensar en las necesidades de transporte y la colaboración que requieran para ubicarse en esta tierra de direcciones confusas; y si se quiere tener un poco más de cortesía, se necesita buscar tiempo de donde no lo hay para llevarlos a conocer algún lugar bonito. Es penoso cuando notan esas inconsistencias en nuestra cultura que no tienen explicación, como que en un país que se promocione la naturaleza no haya programas formales de reciclaje. Tratamos de buscar las calles menos agujereadas para que el carro no brinque tanto y las rutas donde creemos que hay menos delincuentes para que no se lleven ningún susto innecesario. Y que no se nos ocurra poner el noticiero, porque con tanto crimen y muerto podrían sentirse en zona de guerra.
Tratamos de defender lo bueno que tenemos, como los servicios públicos al alcance de todos, pero (como efectivamente pasa) en media estadía se va el agua y la electricidad sin explicación alguna, y el discurso se viene abajo. De nada sirve hablarles de telefonía celular barata si a cada rato nos quedamos sin servicio.
Lo más risible es el desajuste que hacemos en nuestra vida diaria para aparentar que somos normales. Ya no se puede dejar ropa o libros tirados, tendemos a comer más sentados a la mesa que acompañados de la tele y hasta limpiamos la casa más a fondo para no dar malas impresiones. A fuerza hay que comunicarse en inglés (si tenemos suerte), e incluso cuando son hispanohablantes de otras latitudes hay que hacer un esfuerzo para entender nuestros dialectos locales, tanto como las costumbres.
Quizá estos días es poco viable ir de visita a otros países, pero cuando recibimos un extranjero, lo recibimos con su nación entera, que se refleja en su forma de ser y de pensar. Al final de todo eso es lo rico de la experiencia, conocer gente diferente que nos hace reflexionar sobre nuestras propias costumbres y la realidad que vivimos. Cuando llegan son extraños, mas cuando se van, es como si parte tuya se fuera con ellos.
Rafael León Hernández
Psicólogo
Un par de veces nos hemos aventurado a recibir extranjeros en nuestra casa. Algunas experiencias fueron menos afortunadas que otras, pero al menos la última visita nos ha resultado muy satisfactoria; aun así, vale la pena repasar algunos de los ajustes vitales que hacemos cuando tomamos parte (ustedes o nosotros) en tales aventuras.
Los preparativos para alojar a una o varias personas más pueden sacar de balance el presupuesto. Hay que pensar en comida para más bocas y en un menú que se ajuste a las costumbres de otras culturas (y nótese que incluso en casas vecinas la alimentación cotidiana puede ser muy diferente). Si no se tiene cama extra, hay que conseguirla; así como cualquier implemento que pueda facilitar la vida del invitado. Nos preguntamos si tendrán las mismas costumbres que nosotros: ¿Se bañarán todos los días? ¿Desayunarán? ¿Les gustará la natilla? O si más bien tienen formas de comportarse distintas: ¿Serán vegetarianos?, ¿Serán de alguna religión extraña? ¿Admirarán a Obama?
Hay que pensar en las necesidades de transporte y la colaboración que requieran para ubicarse en esta tierra de direcciones confusas; y si se quiere tener un poco más de cortesía, se necesita buscar tiempo de donde no lo hay para llevarlos a conocer algún lugar bonito. Es penoso cuando notan esas inconsistencias en nuestra cultura que no tienen explicación, como que en un país que se promocione la naturaleza no haya programas formales de reciclaje. Tratamos de buscar las calles menos agujereadas para que el carro no brinque tanto y las rutas donde creemos que hay menos delincuentes para que no se lleven ningún susto innecesario. Y que no se nos ocurra poner el noticiero, porque con tanto crimen y muerto podrían sentirse en zona de guerra.
Tratamos de defender lo bueno que tenemos, como los servicios públicos al alcance de todos, pero (como efectivamente pasa) en media estadía se va el agua y la electricidad sin explicación alguna, y el discurso se viene abajo. De nada sirve hablarles de telefonía celular barata si a cada rato nos quedamos sin servicio.
Lo más risible es el desajuste que hacemos en nuestra vida diaria para aparentar que somos normales. Ya no se puede dejar ropa o libros tirados, tendemos a comer más sentados a la mesa que acompañados de la tele y hasta limpiamos la casa más a fondo para no dar malas impresiones. A fuerza hay que comunicarse en inglés (si tenemos suerte), e incluso cuando son hispanohablantes de otras latitudes hay que hacer un esfuerzo para entender nuestros dialectos locales, tanto como las costumbres.
Quizá estos días es poco viable ir de visita a otros países, pero cuando recibimos un extranjero, lo recibimos con su nación entera, que se refleja en su forma de ser y de pensar. Al final de todo eso es lo rico de la experiencia, conocer gente diferente que nos hace reflexionar sobre nuestras propias costumbres y la realidad que vivimos. Cuando llegan son extraños, mas cuando se van, es como si parte tuya se fuera con ellos.
Rafael León Hernández
Psicólogo