ESQUINA EPICUREA: Comida ética III
| Viernes 20 febrero, 2009
Comida ética III
Qué majadero este tipo, dirá el hedonista, el gastrónomo ensimismado en su viaje de placer, el indiferente a los acontecimientos del mundo y las nuevas realidades, el que por las razones que sea tenga otras prioridades y el tema no le suene interesante.
Pero al leer la noticia de que una inmensa masa de hielo del tamaño de la isla de Hawái se ha desprendido de uno de los cascos polares debido al calentamiento global y vincularla con el estilo de vida que llevamos, me lleva a concluir —así como el señor Al Gore— “una verdad incómoda”: no podemos dejar de ver más lo que tenemos en el plato frente a nosotros sin llegar a cuestionar, de una manera u otra aunque sea por curiosidad, cuál fue el impacto que se generó en el ambiente para llegar a producir dicho ingrediente.
Sí, estamos claros en que con solo el hecho de respirar ya estamos afectando el entorno, somos y seremos consumidores, no hay salida; sin embargo tenemos poder de decisión y si alguien o algo en este mundo será quien salve al mismo mundo, seremos nosotros los consumidores, que al hacer la presión debida al ejercer nuestro poder de compra moveremos montañas.
Tome por ejemplo un inofensivo camarón, si la empresa que lo capturó barrió el fondo del mar y destruyó corales y el fondo marino para poner ese bichito en la urna de un local, entonces no podemos hablar de ética en esa actividad.
Sí, el tema es duro de tragar, es duro de incorporar en nuestra cultura basada en el tener más que en el ser, y quizás el costo de modificar nuestro estilo de vida de un solo, sea más perjudicial que hacerlo progresivamente aunque estuviéramos haciendo lo correcto.
El punto es que como consumidores debiéramos estar preguntando más frecuentemente sobre cómo fue elaborado el producto y a qué costo ambiental, por encima de consideraciones de si tengo el derecho de hacerlo, si me da la gana, o si puedo o no por mi poder adquisitivo.
No sé por qué, pero más frecuentemente que antes me encuentro en varios sitios la famosa máxima de un sabio jefe que se dice provino de una cultura nativa de Estados Unidos y que nos dejó de herencia universal algo que dice: “hasta que no nos quede nada en la tierra con que alimentarnos nos daremos cuenta que el dinero no se puede comer”.
Buen provecho y hasta la próxima semana.
Qué majadero este tipo, dirá el hedonista, el gastrónomo ensimismado en su viaje de placer, el indiferente a los acontecimientos del mundo y las nuevas realidades, el que por las razones que sea tenga otras prioridades y el tema no le suene interesante.
Pero al leer la noticia de que una inmensa masa de hielo del tamaño de la isla de Hawái se ha desprendido de uno de los cascos polares debido al calentamiento global y vincularla con el estilo de vida que llevamos, me lleva a concluir —así como el señor Al Gore— “una verdad incómoda”: no podemos dejar de ver más lo que tenemos en el plato frente a nosotros sin llegar a cuestionar, de una manera u otra aunque sea por curiosidad, cuál fue el impacto que se generó en el ambiente para llegar a producir dicho ingrediente.
Sí, estamos claros en que con solo el hecho de respirar ya estamos afectando el entorno, somos y seremos consumidores, no hay salida; sin embargo tenemos poder de decisión y si alguien o algo en este mundo será quien salve al mismo mundo, seremos nosotros los consumidores, que al hacer la presión debida al ejercer nuestro poder de compra moveremos montañas.
Tome por ejemplo un inofensivo camarón, si la empresa que lo capturó barrió el fondo del mar y destruyó corales y el fondo marino para poner ese bichito en la urna de un local, entonces no podemos hablar de ética en esa actividad.
Sí, el tema es duro de tragar, es duro de incorporar en nuestra cultura basada en el tener más que en el ser, y quizás el costo de modificar nuestro estilo de vida de un solo, sea más perjudicial que hacerlo progresivamente aunque estuviéramos haciendo lo correcto.
El punto es que como consumidores debiéramos estar preguntando más frecuentemente sobre cómo fue elaborado el producto y a qué costo ambiental, por encima de consideraciones de si tengo el derecho de hacerlo, si me da la gana, o si puedo o no por mi poder adquisitivo.
No sé por qué, pero más frecuentemente que antes me encuentro en varios sitios la famosa máxima de un sabio jefe que se dice provino de una cultura nativa de Estados Unidos y que nos dejó de herencia universal algo que dice: “hasta que no nos quede nada en la tierra con que alimentarnos nos daremos cuenta que el dinero no se puede comer”.
Buen provecho y hasta la próxima semana.