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Encuestas y democracia

Arnoldo Mora mora_arnoldo@hotmail.com | Viernes 11 diciembre, 2009



Encuestas y democracia


Tan frío como una madrugada decembrina, el ambiente en que se desenvuelve la campaña política se ha visto animado por la publicación de encuestas que tienen como objetivo consultar al electorado sobre sus preferencias. Aunque bien sabemos que los resultados que arrojan dichas consultas son muy relativos, pues dependen, entre otros factores, del método empleado, de los sectores consultados y del momento en que lo fueron, sin embargo juegan un papel nada desdeñable.
En la práctica, las encuestas se incorporan como parte de la propaganda, al menos por parte de aquellos grupos que se consideran favorecidos por sus resultados, lo que obliga a quienes se sienten relegados a negarles importancia. Pero lo cierto es que nadie las puede ignorar. No hay duda, entonces, de que las encuestas servirán para que, aprovechando la tregua navideña, los comandos de campaña ajusten sus estrategias, con la esperanza de consolidar posiciones en enero quienes consideran que van bien, y para tratar de dar un gran salto hacia delante quienes piensan que las cifras no responden a sus expectativas.
Pero más allá de la manipulación propagandística de las encuestas, considero que se deben asumir con mucha seriedad aquellos datos que son relevantes para tomarle el pulso a la salud de nuestro sistema democrático. La democracia no se mide por sus resultados electorales, sino por la legalidad y honestidad de sus procedimientos. Una campaña electoral solo puede ser considerada “democrática” si respeta los procedimientos legales independientemente de los resultados que se den. En una democracia real solo cuenta el respeto irrestricto a la voluntad del Soberano.
Por eso de las encuestas mencionadas, me preocupan ante todo dos datos por cuanto tienen que ver directamente con la buena marcha de nuestro sistema democrático. En concreto, la encuesta de la Escuela de Estadística de la UCR (la que me merece más confianza ya que no está financiada por sectores interesados) hace patente el creciente descrédito en que ha caído una institución que debe ser el garante por excelencia de la pureza electoral, como es el Tribunal Supremo de Elecciones. Nunca en las últimas décadas había caído tan bajo la credibilidad de una institución que no hace mucho tiempo era objeto de veneración por parte de los costarricenses y de sana envidia por el resto de los países de la región. Envuelta en una nube de sospechas sobre un presunto fraude en las elecciones de febrero de 2006 y de haber legitimado la aparente violación a la Constitución por parte de Arias y del Embajador yanqui durante el referendo en torno al TLC, hay razones para darle crédito a este revelador dato que arroja la consulta de la UCR. Por eso tampoco nos ha de extrañar otro dato, que resulta preocupante para la buena marcha de la democracia, cual es el alto nivel de abstencionismo y el creciente grupo de indecisos y de gente dispuesta a votar pero que no muestra entusiasmo por ningún candidato; son los que votarían por el “menos malo”, dando a entender con ello que la clase política no les inspira ninguna confianza.
En conclusión, lo que está en juego en esta campaña no es solo la escogencia de los que habrán de gobernar en los próximos cuatro años, sino también la credibilidad del sistema democrático, no en abstracto sino tal como está funcionando en la práctica.

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