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El tango, danza eterna

Leopoldo Barrionuevo leopoldo@amnet.co.cr | Sábado 25 septiembre, 2010



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El tango, danza eterna

El tango es la música que nace en ambas márgenes del Río de la Plata alrededor de 1880 producto de la hibridez de la melodía de la milonga pampeana, el ritmo candomblé de los negros, la evolución de la contradanza canaria que se convierte en la habanera, por excelencia el baile de pareja abrazada y ciertos aportes del tanguillo andaluz, el cuplé y la zarzuela.
En algo más de 30 años, el tango recorrerá un camino que va desde el prostíbulo hasta los salones europeos y el triunfo internacional de Carlos Gardel, producto original de la inmigración alentada por la Constitución de 1853, la llegada de 6 millones de europeos en su mayoría hombres y el crecimiento incesante de una ciudad que de 150 mil habitantes en 1865 creció a 1.600.000 35 años después.
La historia del tango es muy rica en la enumeración de orquestas, cantores, bailarines, músicos y poetas populares y si bien el baile se refugió durante la crisis previa a la Segunda Guerra Mundial en la calle, los clubes de barrio y en especial en los “formativos”, bailes de patio en los cuales se pagaba una pequeña cuota (lo que se denomina “formar”), para costar las bebidas sin alcohol, la cerveza de barril y el vino de frutas también llamado clericot.
También en los barrios se cerraba una calle con un camión en cada esquina, se sacaba una enorme radio y los vecinos bailaban cuidando la “colada” de los de otro barrio.
Pero en 1935, con el ingreso de Juan D’Arienzo, Aníbal Troilo, Miguel Caló, Carlos Di Sarli, Angel D’Agostino y cientos de orquestas, los bailes pasaron en los 40 a los clubes, los salones multitudinarios, las sociedades de fomento, el cine, el teatro y cuanto sitio pudiera convertirse en pista de baile a punto tal que en Carnavales, River, Boca, San Lorenzo, Racing habilitaban pistas en los clubes y contrataban varias orquestas de típica, jazz y tropicales con las que reunían cada noche un promedio de más de 100 mil bailarines cada club, incluidas chaperonas.
Con el advenimiento de Perón y Evita creció la fiesta hasta que los militares prohibieron bailes y reuniones de todo tipo y el tango decayó, fue reemplazado por el rock y una guerra de disqueras internacionales descargó su golpe final.
Pero el baile no desapareció, por el contrario, se hizo internacional y cumplió su primer siglo, renaciendo entre sus cenizas, como el Ave Fénix y circundando el mundo para llegar a ser la más antigua danza de pareja abrazada del planeta y abarcar países que no soñaron bailarlo, a punto tal que cerca de 5 mil parejas compiten en el Campeonato Mundial de tango que anualmente se celebra en Buenos Aires en diversas categorías que no necesariamente son ganadas por argentinos o uruguayos, donde prosperan cientos de academias en las cuales se va a bailar con pasión, como catarsis o para renovarse física y espiritualmente de la estresante vida actual.
Desde ya, concurren más parejas maduras que jóvenes, como si el tango fuera como decía Discépolo “un pensamiento triste que se baila”, pero es cierto que al tango se disfruta cuando se ha vivido casi lo suficiente, cuando se ha sufrido la angustia de vivir y cuando se comprende que la danza es una de las más antiguas prácticas de la pareja humana, cuyos códigos resultan demasiado importantes como para no practicarlos. Difícilmente exista un baile más elegante, ese adjetivo que la RAE distingue como lleno de garbo, nobleza, gracia y sencillez y que es sinónimo de buen gusto y distinción en la medida que proviene de eligere, saber elegir, seleccionar y escoger, así que seamos consecuentes: el tango no es un baile de simples pasos que se aprenden sino de una elegancia que se practica con distinción.
El autor es Académico Correspondiente para todo el mundo de la Academia Nacional del Tango de la República Argentina
www.gardelytango.com

Leopoldo Barrionuevo

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