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El origen del colapso social

Arturo Jofré arturojofre@gmail.com | Viernes 14 septiembre, 2007


La declinación de una civilización o sociedad no es técnica en su origen, sino espiritual. Una de las causas del colapso es la pérdida de unidad en la sociedad como un todo. Esa fue una de las conclusiones a las que llegó el filósofo e historiador Arnold Toynbee. El colapso se inicia cuando la sociedad se estanca, cuando deja de progresar. Cuando esto ocurre, se atribuye el fracaso a fuerzas que están más allá de nuestro control, sin embargo, las fuerzas externas normalmente solo dan el golpe de gracia a una sociedad ya colapsada.

Una sociedad no muere nunca “de causas naturales”, muere siempre por suicidio o por asesinato, y lo usual es que sea por lo primero. La autodestrucción de una sociedad es producto de los desatinos y eso es lo que Toynbee llama el colapso. Shakespeare, en “El Rey Juan”, lo decía así: “Esta Inglaterra no ha estado nunca, ni nunca estará / A los pies ensoberbecidos de un conquistador, / A no ser cuando ella misma se hirió primero.”

Es inevitable que nuestro cuerpo social se enferme, es utópico pensar en una sociedad ideal, es decir, no humana. Los abusos son inevitables, lo importante es que la sociedad tenga la capacidad para actuar con firmeza contra ellos y evitar que esos abusos se transformen en “usos sociales”. En las sociedades que pierden su fuerza interna, los abusos terminan convirtiéndose en prácticas casi normales. Cuando esas cosas tocan los valores fundamentales, estamos cometiendo un gran desatino.

En las sociedades estáticas, señala Toynbee, se mira hacia las generaciones más viejas, hacia los muertos; mientras que en las sociedades en crecimiento, la visión se dirige hacia personalidades creadoras. Es aquí donde la distinción entre los valores fundamentales que le dan fuerza a una sociedad y las simples prácticas y costumbres del pasado que nos paralizan, tiene una relevancia capital.

Nada de lo que socialmente positivo hemos construido en Costa Rica, ni aun los legados más importantes, son inmunes a la autodestrucción. Hemos heredado antorchas que han alumbrado por décadas nuestra vida social y nuestra tarea es cuidar esos grandes valores que han permitido diferenciarnos. Pero, por sobre todo, tenemos la responsabilidad de encender nuevas antorchas.

Un elemento clave que sostiene la convivencia social es la confianza que inspiran las instituciones y los líderes. Esa confianza, que en nuestra sociedad tiene altos y bajos, en términos generales ha sido mucho más sostenida y positiva en el tiempo que en el resto de los países latinoamericanos. Pero no es inmune.

En lo esencial la gran mayoría tiene mucho más convergencias sobre los grandes desafíos nacionales que divergencias. Los elementos que puedan separarnos, por relevantes que sean, no deben ser un obstáculo para avanzar en otros campos. Esto exige un gran desprendimiento de los líderes clave de nuestra sociedad. Como decía el poeta Meredith, “En la vida trágica, Dios lo sabe, ¡No es menester de ningún villano!

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