El carisma de los perversos
| Sábado 07 septiembre, 2013
Cuando perdemos la confianza en quien tenemos al lado y los cimientos de la sociedad que construimos se erosionan como algunas de nuestras carreteras, no queda un sitio de resguardo para nadie
El carisma de los perversos
Anibal Lecter es uno de los personajes ficticios más conocidos y admirados del cine, la literatura y, ahora, de la televisión. Un asesino y un caníbal, pero encantador, inteligente y simpático. Otros personajes siniestros se han ganado un lugar en las pantallas, pero no dedicaremos más líneas a generarles fanáticos. Entre los villanos de filmes fantasiosos tenemos también nuestros favoritos y hasta los héroes un tanto trastornados atraen hoy más al público que los de conducta incuestionable.
Ojalá el fenómeno se limitara a los libros o al llamado sétimo arte, pero en el mundo real en que vivimos también tenemos claros ejemplos. No hay que olvidar que Adolf Hitler, hombre del año 1938 según la revista Time, tenía el don de causar admiración en quienes le escuchaban e incluso en nuestros días no le faltan seguidores.
Es fácil reconocer a alguno que otro gobernante o líder con ideas, decisiones y actos que no dejan de hacernos cuestionar su lucidez y, sin embargo, con un séquito fiel a su servicio. Y ni que decir de alguno que otro mesías o profeta autoproclamado con devotos discípulos que los siguen, literalmente, hasta la muerte.
Una de las particularidades que se enlistan en los perfiles de algunos trastornos es una alta capacidad de seducción, lo que permite enceguecer a víctimas y testigos de actos cargados de perversión e insania. Lo más curioso es que, aun cuando se descubre la verdad tras la fachada, no deja de aparecer quien les reconozca, admire y alabe sus grandes capacidades, aun cuando fueran encauzadas hacia un mal propósito.
Admiramos al que se sale con la suya, a quien evade la justicia o comete impune cualquier atrocidad que dé muestras de alguna suerte de astucia que creemos envidiable.
Alguna razón de esto nos darán los cuentos de la infancia, donde el héroe era el que se aprovechaba de los demás y salía triunfante; otra nos la darán algunos personajes que se ubican en curules y despachos para asegurarse algunos cinquitos a costa de cualquier oportunidad venidera.
Las personas honestas y solidarias —en vías de extinción— son las víctimas predilectas de unos y otros; ovejas para ser trasquiladas por la sagacidad de los vivillos.
A esta clase pocos quieren pertenecer ahora, porque haciendo lo correcto nadie se hace rico ni famoso, antes le pasan los otros por encima.
Pero cuando perdemos la confianza en quien tenemos a nuestro lado y los cimientos de la sociedad que construimos se erosionan como algunas de nuestras carreteras, no queda entonces un sitio de resguardo para nadie.
Porque si queremos ser todos predadores, cuando se acaben las ovejas ¿qué comerán los lobos?
Rafael León