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El animal humano

| Sábado 26 enero, 2013


Podemos recurrir a la FIV, pero convertirse en un padre responsable implica interesarse por lo que harán con esos embriones, con el potencial de convertirse en nuestros hijos o que quizá ya lo sean


El animal humano

Somos animales, mas nos reconocemos humanos por convención o conveniencia. En nuestra historia hemos excluido a importantes grupos según los intereses dominantes: a los indígenas para apropiarnos de sus territorios, a los afrodescendientes para que hicieran los peores trabajos, a los niños por considerarlos inútiles y a las mujeres por ser mujeres.
Quizá esta categoría sea más restrictiva hoy que en el futuro; la ciencia es ahora más cuidadosa al decretar el fin de una vida humana (piense en los casos de supuestas muertes neurológicas que no eran tales), tal vez algún día hará lo mismo al señalar su inicio; o quizá dentro de poco, cuando podamos desarrollar un embrión sin implantarlo en un útero, algún tribunal por allí deberá replantear sus argumentos.
No me opongo a la técnica, sino al desatino de un razonamiento jurídico, semejante a decir que un recién nacido no es persona si nadie lo alimenta, pues si el tribunal dictaminó que el término concepción “no puede ser comprendido como un momento o proceso excluyente del cuerpo de la mujer” (sic), se ha casado con una tesis sumamente vulnerable. La premisa no es consecuente con el resultado.
Un voto disidente del mismo tribunal señala que el término concepción “debería ser interpretado, más allá de cualquier otra consideración, como la fecundación del óvulo por el espermatozoide (…) ese es todavía jurídicamente el sentido de tal término e incluso parte muy importante, por no decir mayoritaria, de la ciencia médica así también lo estima”.
Así, el tribunal se adscribe a un criterio de una posible minoría médica que justifica la manipulación y desecho de embriones, no la FIV; otros argumentos habrían bastado para esto último. Al decir que el embrión sin implantar no es objeto de su competencia, cualquier cosa que le hagamos es válida: experimentar, vender, destruir, intercambiar núcleos, crear órganos…
Ante un debate abierto, los DDHH no pueden parcializarse hacia la posición más permisiva. El argumento responde a un objetivo válido e innegable: el derecho a ser padres, pero bajo una manifiesta despreocupación por los medios.
No hay por qué oponerse a la FIV, mientras se haga de una forma responsable, como le tocará garantizar al Estado ante la enorme puerta que dejaron abierta quienes debían resguardarla.
Si al embrión se le considera humano, aunque sea en potencia, se le trata con el cuidado requerido, no se fecundan todos los óvulos posibles para ver qué pasa, escoger los más atractivos al ojo clínico y rechazar el resto. Nos mueve a perfeccionar la técnica para obtener los mejores resultados, de la forma menos invasiva para la mujer y sin menospreciar la vida.
Aun cuando al embrión no se le considere persona, con un código genético propio y capacidad de desarrollarse en un ambiente propicio (que no tiene que ser su progenitora), es simplista e irresponsable equipararlo con cualquier grupo celular humano. Sí nos atenemos al fallo, empresarios e investigadores estarán facultados para hacer lo que les parezca con ellos, siempre y cuando no los implanten, y aunque convengamos en que ahí no hay personas, no deja de ser un riesgo.
Podemos recurrir a la FIV, pero convertirse en un padre responsable implica interesarse por lo que harán con esos embriones, con el potencial de convertirse en nuestros hijos o que quizá ya lo sean. El tribunal falló, pero la discusión sigue abierta.

Rafael León Hernández






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