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GastroMundo

El restaurante

Luis Protti luis.protti@gmail.com | Viernes 25 mayo, 2018



El origen del restaurante como institución vital es mucho más complejo de lo que podemos imaginar. Mucho antes de ser ese sitio físico donde vamos a buscar alimentarnos, cuando se hablaba de un restaurante, en realidad se hablaba de un consomé, de un caldo restaurativo.
Este líquido preciado tenía la intención casi médica de curar estómagos, de “restaurarlos”. En esas épocas (fines del viejo régimen), diferentes ingredientes se utilizaban para crear caldos muy concentrados que pretendían sanar no solo a enfermos, sino a viajeros de paso. 
Al espacio o más bien a quien ofrecía el consomé se le llamaba restaurador. De ahí la evolución al restaurante como ente físico, social, urbano, que hoy todos tomamos un poco por sentado. 
Hoy, es un espacio de real valor cultural, social y por supuesto nutricional. La evolución de un consomé a lo que hoy representa el estandarte es fascinante. 
No muy lejos del caldo reparador, el principio fundamental de “restaurar” no deja de ser absolutamente vital, válido y necesario. 
Quizá el negocio de los alimentos y bebidas sea en principio una muy buena idea para generar dinero, y es por eso que muchos inversionistas con experiencia en otras áreas ven cada vez mas sexy, poner su dinero en una hamburguesa o en un salmón gratinado. Naturalmente esta perspectiva nos aleja un poco del aspecto más humano de la restauración.
Es imperativo que de alguna manera repensemos las dimensiones y el peso de alimentar y de recibir personas con deseos de restaurar sus estómagos. El deber del restaurantero debe de ser ,ante todo y como principal motor, la ética con la que mueve su operación. Entenderse como parte vital de un motor gigantesco, es también entender nuestra responsabilidad dentro del mismo. 
Es además vital poder ser conscientes de esto como clientes y usuarios de la restauración. Cada vez que nos sentamos en un restaurante, debemos asumirnos en una relación muy íntima con quien nos sirve comida. Esto implica respeto de ambas partes, no solo de quien ha diseñado ese espacio y ese menú, sino también de quien va a consumir. 
Es fundamental para el futuro de la restauración que como sociedad entendamos la compleja belleza de sentarse en una mesa y dejarse atender. Esto, quizá, nos ayudará a mantener ese principio sagrado de restauración. 
 

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