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FORO DE LECTORES


El placer de la pesadilla de parquear

| Lunes 13 julio, 2009


El placer de la pesadilla de parquear

“La ciudad más limpia no es la que más se barre, sino la que menos se ensucia”. Esa filosofía ha dado buenos resultados en otras áreas de mi vida.
“El estado más recaudador no es el que crea más impuestos, sino el que mejor los cobra” y lo mismo rige a nuestra conducta en carretera ¿Necesitamos más restricciones vehiculares o hacer cumplir las leyes que ya existen? Los ticos irrespetamos las señales de tránsito, tiramos basura y evadimos impuestos como deporte nacional, una triatlón del desorden, y encima nos disgustan las leyes nuevas.
Por mi trabajo, he vivido en carne propia el placer de una autopista alemana; pero abusé de esa libertad y la multa noruega de cientos de euros por exceso de velocidad no fue placentera.
Viví la pesadilla de transporte público de Uganda, Filipinas y Cuba, pero también el placer del tren vienés e incluso ¡he tenido que parquear en Milán! (esa sencilla tarea puede tomar entre 45 minutos y dos horas). Hoy, de vuelta en mi querida Tiquicia, vivo a 400 metros del Teatro Nacional… ¿qué ven mis ojos? Me cuesta encontrar una palabra que resuma nuestro caos vial… pero creo que la raíz es que somos (me incluyo) unos malamansados, disculpando el costarriqueñismo, y no son las leyes, que ya tenemos al por mayor.
La más reciente solución, fruto de las mentes más brillantes y gran experiencia, es la restricción vehicular, cuya lógica es esta: mis derechos terminan donde comienzan los ajenos, así que como mi tránsito en carro interfiere con el derecho de otros a hacer lo mismo entonces tengo prohibido hacerlo… ¿Cómo fue? Si de 100 carros limitamos dos placas, quedamos con 80; dentro de dos años tendremos 120 carros, si quitamos dos placas quedaremos con 100 de nuevo. Esa medida es un conato de autoengaño cortoplacista, que manipula la gente a base de satisfacciones inmediatas. Si de cinco días hábiles me impiden usar mi carro uno, ¿me van a rebajar un 20% del marchamo?
En Milán la familia de mi ex casi nunca usaba alguno de sus tres autos por la pereza de buscar un abarrotado parqueo que además cuesta una fortuna. En Viena yo era el único en usar el carro del suegro; la familia prefería el rápido trasporte público, nunca entendieron mi locura de pasar horas metido en las presas gastando gasolina. Ellos valoran el tiempo y la calidad del aire, yo quería el gusto de andar en carro europeo. Esa gente es libre de ir y venir en su vehículo, pero se atiene a las consecuencias, tan nefastas que todos deciden usar el eficiente transporte público.
Para implementar la restricción el MOPT se mete en complejos pleitos legales; pero ninguna ley le impide pintar todos los caños de San José de amarillo y quitar con grúa al que irrespete eso.
Respetaría la constitucional libertad de tránsito, pero si no hay donde parquear gratis, menos gente entraría al centro por su propia elección. Lo mejor es invertir nuestros esfuerzos en mejorar la eficiencia del trasporte público, podríamos iniciar con verdaderas calles exclusivas para los buses, algo teórico que no se cumple en la realidad.
Invertir tiempo y esfuerzo en el asunto de la restricción es quemar pólvora en zopilotes. Si queremos alguna satisfacción inmediata mientras llegan las soluciones de largo plazo, podríamos empezar por hacer respetar lo que ya tenemos. Cuando alguien obstaculiza el tránsito acostumbramos gritarle y regarnos las bilis; quizás si le damos una mano a la muy honesta policía de tránsito logremos mejorar el país.
¡Que no hay presupuesto para seguridad! ¿Qué pasaría si se cobraran las multas correspondientes a todos los que se parquean donde no deben o bloquean una intersección o manejan moto sin casco? Hasta sonar la bocina para apresurar el paso de la intersección tiene una multa de ¢5 mil, y mientras escribía estos párrafos escuché ¢155 mil.

Paulo Monge





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