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El lento camino a la resiliencia

David Gómez - Futuris Consulting david@futurisconsulting.com | Miércoles 25 marzo, 2020


David Gómez Futuris Consulting


David Gómez Murillo / Especialista en gestión de riesgo de Futuris Consulting

Se dice que una persona o comunidad son resilientes cuando tienen la capacidad de regresar a su estado inicial después de una perturbación a la que fueron sometidos. A lo largo de los años Costa Rica se ha visto sometida a situaciones de emergencia ocasionadas por diferentes fenómenos naturales y potenciadas por las condiciones de vulnerabilidad derivadas de su creciente desarrollo urbano y rasgos geográficos. Algunas han impactado al país considerablemente; otras no tanto. Sin embargo muchas se han caracterizado por una respuesta insuficiente de parte de las autoridades y un involucramiento de ciudadanos que, aunque bien intencionados, carecen de preparación para reaccionar ante eventos destructivos.

Siempre hay buena voluntad y mucho esfuerzo al momento de asistir a los afectados. Nos caracteriza un profundo sentido de solidaridad ante la tragedia. Pero mientras cuerpos de socorro y buenos samaritanos hacen lo mejor que pueden con lo que tienen, se hacen evidentes la escasa previsión y la ligereza con que el país se toma la gestión del riesgo de desastres. Se recurre a la improvisación y, cuando cesa la emergencia, momentáneamente reflexionamos sobre las medidas preventivas y mitigadoras que debieron haberse tomado, antes de retornar a la normal indiferencia ante las amenazas, hasta que golpee el siguiente desastre. Un ciclo costoso en bienestar humano y recursos y en el que se archivan las lecciones aprendidas.

Tómese como ejemplo el incidente ocasionado el 26 de junio del 2012 por el hundimiento de un tramo asfáltico en la Autopista General Cañas, por el colapso de una alcantarilla. Diez horas transcurrieron entre el repentino daño a la carretera y la hora pico del día siguiente, y sin embargo la situación se tornó caótica, tanto en la mencionada vía, como en todas las rutas alternas, los centros de trabajo, de estudio y todas las actividades relacionadas directa o indirectamente con la vía terrestre más importante del país. Dos días después aún se vivían secuelas inmediatas, y semanas después la prensa aún hacía eco de las pérdidas económicas que acarreó la situación. Se trata de un caso que apenas esboza una pincelada del panorama inmediato y consecuencias a mediano plazo que significaría para Costa Rica un desastre de grandes dimensiones.

Resulta enigmático que, habiéndose presentado la situación en horas de la noche, las autoridades competentes no hayan activado un plan de contingencia que impidiera, entre otras cosas, el ingreso de cientos de vehículos hasta el punto de no retorno en la carretera. También es preocupante que las autoridades no hayan tenido la capacidad de definir rutas alternas oficiales y hacer las modificaciones necesarias (cierre de accesos, reversión de carriles, variaciones en la prioridad de paso, control manual de intersecciones críticas, etc.) para asegurarse la capacidad suficiente para atender la demanda vehicular. Tengamos presente que un colapso vial como éste sería solo una de las cientos de consecuencias que traería, por ejemplo, un terremoto con epicentro en el GAM.

Conociendo nuestra realidad, es urgente que la Comisión Nacional de Emergencias (CNE) tenga la capacidad, pero sobre todo la autoridad, de articular esfuerzos operativos para realizar simulacros a gran escala, como el Great California Shakeout, un simulacro de terremoto que las autoridades de ese estado ejecutan anualmente y que en su edición de 2014 contó con la participación de 10.4 millones de personas de todas las procedencias imaginables y que solo tienen una cosa en común: habitan en un lugar de alto riesgo sísmico.

Con la implementación del Simulacro Nacional la CNE está dando sus primeros pasos, pero debe ser reforzado mediante la ideación de escenarios complejos que pongan a prueba nuestra capacidad de respuesta en situaciones realistas y cuidadosamente planificadas. En este sentido el involucramiento del sector productivo es clave, por cuanto buena parte de las amenazas ocasionadas por la acción humana que podrían detonar una situación de desastre en nuestras ciudades están situadas en sus predios o están siendo trasladadas por el territorio nacional en sus vehículos.

El Foro Nacional de Gestión del Riesgo, convocado anualmente por la CNE, es una tímida aproximación a un espacio de coordinación nacional para esa gran tarea, que se ha caracterizado por una escasa participación de representantes de instituciones fuera de la CNE, Cruz Roja y Bomberos, una pobre cobertura mediática y la ausencia de acuerdos concretos que conduzcan a la ejecución de acciones pragmáticas de preparación a nivel nacional. Es una instancia más política que operativa, y debería ser lo contrario.

Es imperativo materializar el discurso de la prevención y entrar en una fase operativa robusta y bien dirigida, liderada por una CNE renovada, fuerte y presente. Ejercicios como el Simulacro Nacional no solo sirven para generar planes preventivos, medir y afinar la capacidad de respuesta coordinada, sino que insertan en el ideario colectivo un interés genuino por la realidad de las amenazas, la noción de que algo puede suceder en cualquier momento, y ése es el primer y más importante paso para procurar una respuesta efectiva de todas las partes, la minimización de las consecuencias catastróficas y un pronto retorno a la normalidad en nuestras vidas. Eso es resiliencia, y realmente nos urge acelerar el paso hacia ella.

David Gómez Murillo

Futuris Consulting








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