El desafío socialdemócrata actual
| Martes 23 septiembre, 2008
El desafío socialdemócrata actual
Cuando ingresé a las filas del PLN, siendo un mozalbete de 13 años, corría el año 1982 y la Juventud del Partido realizaba su II Congreso. Me incorporé por propia iniciativa después de embriagarme de lecturas acerca de las epopeyas de Figueres y sus hombres, allá por los años 40, y entregué a esa causa mis años mozos. Aún recuerdo algunas de las luchas de aquellas épocas, como lo fue la de movilizar a los jóvenes en defensa de la Proclama de Neutralidad Activa. Ello, ante la inminencia de que nos viésemos envueltos en el incendio centroamericano de entonces. Tras el paso de más de dos lustros desde aquellas primeras experiencias de muchachillo, reflexiono en retrospectiva y me invaden algunas memorias. En aquellos años, ser socialdemócrata era confrontar estoicamente las afrentas de quienes —en un extremo del espectro—, en los recintos estudiantiles y en las diversas lides políticas, nos espetaban con calificativos como el de “reaccionarios” o “vende patrias”, lo que ciertamente representaba un golpe anímico —momentáneo e injusto— a nuestro inflamado idealismo de juventud. Y en el extremo derecho del espectro ideológico, los insultos de quienes nos calificaban precisamente de lo contrario. En el primero de los casos eran desde anarco-trotskystas, y castristas ortodoxos, hasta todo el variopinto de marxistas convencionales que entonces vociferaban envalentonados por la activa beligerancia de aquel poder que los amparaba detrás de la oxidada “cortina” —como la había denominado Churchill—, y que sin saberlo nosotros, tenía ya sus minutos contados. Los segundos —en las antípodas de aquellos— eran militantes que iban desde el Movimiento Costa Rica Libre y su tridente, hasta los grupillos radicales del Partido Unidad de entonces. Por cierto, ahora a la mayoría del primero de los grupos la veo alojada en el PAC. Respecto de los segundos, los pocos que aún participan se han transmutado como miembros del Movimiento Libertario. Pero resulta que esto no nos amilanaba, pues para nosotros, la identidad política de un socialdemócrata no estaba condicionada por las diatribas de nuestros adversarios.
Ciertamente, por ello, no es falsedad afirmar que ser socialdemócrata sigue siendo enfrentar a aquellos que, —en nombre de los ideales—, pretenden subyugar a las sociedades civiles prosternando los sanos equilibrios sociales ante los quiméricos espejismos de las fórmulas absolutas. Sí, porque hoy, un buen socialdemócrata, debe ser tan enemigo de la voracidad estatista de Hugo Chávez, como del mercantilismo político de un Silvio Berlusconi. Por eso, aunque algunos retos que la socialdemocracia de hoy enfrenta sean diferentes, los ideales para confrontarlos deben ser los de siempre.
La concentración de la riqueza, y la conculcación de los derechos democráticos —que son problemas que la humanidad ha sufrido desde siempre— ahora además están acompañados de nuevos desafíos: por una parte el ambiental y por otra una más inminente amenaza de guerra a gran escala, motivada en el hecho de que ahora son más los países con potencial nuclear. Ser socialdemócrata hoy, no es esconder la cabeza ante la inexorable realidad de la globalidad, sino concebir la forja de instrumentos —igualmente globales— para confrontar las brutales amenazas que se ciernen sobre nuestros horizontes.
Parafraseando el viejo concepto que definió la política implementada por F. Roosevelt en la primera mitad del siglo XX, la socialdemocracia debe promover que esos retos —en la implacable realidad globalitaria—, sean enfrentados con un “nuevo trato”, pero ahora de carácter global. De ahí que resulte tremendamente limitado el discurso del PAC —hasta ahora una heterogeneidad de ex dirigentes de muchas ideologías— afrentando a Liberación Nacional con el calificativo de “entreguista” por cuanto está promoviendo que nuestro país participe en el comercio global y la captación de inversiones. Cual modernos menonitas, se resisten a concebir —como anotaría Kuhn— que aquello es inevitable consecuencia de realidades asociadas al nuevo paradigma de la era de la información. Se delira con una Costa Rica bucólica, que solo es posible construir en los panfletillos electorales con los que se reclutan voluntades y espíritus naturalmente proclives al disenso. De vivir mil kilómetros al sur, denostarían al actual gobierno socialdemócrata dirigido por el hijo del general Torrijos que —ampliación de canal mediante— comete el grave pecado de pretender insertar a Panamá en el concierto de las naciones competitivas.
La socialdemocracia internacional ha tenido una participación destacada en una estrategia global responsable para encarar los desafíos de esta nueva etapa mundial, como la del Pacto Global-entidad de Responsabilidad Social Empresarial dependiente de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que pretende desarrollar iniciativas en materias vitales como derechos humanos, relaciones laborales, medio ambiente y ética estatal y empresarial; o bien en acuerdos como los de la Cumbre de Bali, de carácter ambiental. Una de las luchas de la socialdemocracia hoy, debe ser que entidades internacionales de aquel tipo, amparadas por los acuerdos entre Estados nacionales, cuenten con mayores instrumentos de imperio o coercibilidad para alcanzar sus objetivos estratégicos, no solo frente a los intereses transnacionales, sino también frente a los de aquellos Estados proscriptores de los derechos de sus ciudadanos.
Ciertamente, este tipo de entidades globales —al mejor estilo de una suerte de Consejo de Seguridad de la ONU—, con la participación rotativa de diversas representaciones nacionales, deberían tener las potestades de revisar y vetar las políticas que ciertos Estados y grandes empresas han promovido, en función de desarrollar la producción de biocombustibles, lo que ha provocado una apocalíptica especulación de materia prima alimentaria. Así las cosas, la actual estrategia liberacionista de insertar a Costa Rica como actor del concierto internacional, es la única realista para enfrentar el desafío global, el cual requiere indudablemente soluciones de esa misma naturaleza.
Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista
Cuando ingresé a las filas del PLN, siendo un mozalbete de 13 años, corría el año 1982 y la Juventud del Partido realizaba su II Congreso. Me incorporé por propia iniciativa después de embriagarme de lecturas acerca de las epopeyas de Figueres y sus hombres, allá por los años 40, y entregué a esa causa mis años mozos. Aún recuerdo algunas de las luchas de aquellas épocas, como lo fue la de movilizar a los jóvenes en defensa de la Proclama de Neutralidad Activa. Ello, ante la inminencia de que nos viésemos envueltos en el incendio centroamericano de entonces. Tras el paso de más de dos lustros desde aquellas primeras experiencias de muchachillo, reflexiono en retrospectiva y me invaden algunas memorias. En aquellos años, ser socialdemócrata era confrontar estoicamente las afrentas de quienes —en un extremo del espectro—, en los recintos estudiantiles y en las diversas lides políticas, nos espetaban con calificativos como el de “reaccionarios” o “vende patrias”, lo que ciertamente representaba un golpe anímico —momentáneo e injusto— a nuestro inflamado idealismo de juventud. Y en el extremo derecho del espectro ideológico, los insultos de quienes nos calificaban precisamente de lo contrario. En el primero de los casos eran desde anarco-trotskystas, y castristas ortodoxos, hasta todo el variopinto de marxistas convencionales que entonces vociferaban envalentonados por la activa beligerancia de aquel poder que los amparaba detrás de la oxidada “cortina” —como la había denominado Churchill—, y que sin saberlo nosotros, tenía ya sus minutos contados. Los segundos —en las antípodas de aquellos— eran militantes que iban desde el Movimiento Costa Rica Libre y su tridente, hasta los grupillos radicales del Partido Unidad de entonces. Por cierto, ahora a la mayoría del primero de los grupos la veo alojada en el PAC. Respecto de los segundos, los pocos que aún participan se han transmutado como miembros del Movimiento Libertario. Pero resulta que esto no nos amilanaba, pues para nosotros, la identidad política de un socialdemócrata no estaba condicionada por las diatribas de nuestros adversarios.
Ciertamente, por ello, no es falsedad afirmar que ser socialdemócrata sigue siendo enfrentar a aquellos que, —en nombre de los ideales—, pretenden subyugar a las sociedades civiles prosternando los sanos equilibrios sociales ante los quiméricos espejismos de las fórmulas absolutas. Sí, porque hoy, un buen socialdemócrata, debe ser tan enemigo de la voracidad estatista de Hugo Chávez, como del mercantilismo político de un Silvio Berlusconi. Por eso, aunque algunos retos que la socialdemocracia de hoy enfrenta sean diferentes, los ideales para confrontarlos deben ser los de siempre.
La concentración de la riqueza, y la conculcación de los derechos democráticos —que son problemas que la humanidad ha sufrido desde siempre— ahora además están acompañados de nuevos desafíos: por una parte el ambiental y por otra una más inminente amenaza de guerra a gran escala, motivada en el hecho de que ahora son más los países con potencial nuclear. Ser socialdemócrata hoy, no es esconder la cabeza ante la inexorable realidad de la globalidad, sino concebir la forja de instrumentos —igualmente globales— para confrontar las brutales amenazas que se ciernen sobre nuestros horizontes.
Parafraseando el viejo concepto que definió la política implementada por F. Roosevelt en la primera mitad del siglo XX, la socialdemocracia debe promover que esos retos —en la implacable realidad globalitaria—, sean enfrentados con un “nuevo trato”, pero ahora de carácter global. De ahí que resulte tremendamente limitado el discurso del PAC —hasta ahora una heterogeneidad de ex dirigentes de muchas ideologías— afrentando a Liberación Nacional con el calificativo de “entreguista” por cuanto está promoviendo que nuestro país participe en el comercio global y la captación de inversiones. Cual modernos menonitas, se resisten a concebir —como anotaría Kuhn— que aquello es inevitable consecuencia de realidades asociadas al nuevo paradigma de la era de la información. Se delira con una Costa Rica bucólica, que solo es posible construir en los panfletillos electorales con los que se reclutan voluntades y espíritus naturalmente proclives al disenso. De vivir mil kilómetros al sur, denostarían al actual gobierno socialdemócrata dirigido por el hijo del general Torrijos que —ampliación de canal mediante— comete el grave pecado de pretender insertar a Panamá en el concierto de las naciones competitivas.
La socialdemocracia internacional ha tenido una participación destacada en una estrategia global responsable para encarar los desafíos de esta nueva etapa mundial, como la del Pacto Global-entidad de Responsabilidad Social Empresarial dependiente de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que pretende desarrollar iniciativas en materias vitales como derechos humanos, relaciones laborales, medio ambiente y ética estatal y empresarial; o bien en acuerdos como los de la Cumbre de Bali, de carácter ambiental. Una de las luchas de la socialdemocracia hoy, debe ser que entidades internacionales de aquel tipo, amparadas por los acuerdos entre Estados nacionales, cuenten con mayores instrumentos de imperio o coercibilidad para alcanzar sus objetivos estratégicos, no solo frente a los intereses transnacionales, sino también frente a los de aquellos Estados proscriptores de los derechos de sus ciudadanos.
Ciertamente, este tipo de entidades globales —al mejor estilo de una suerte de Consejo de Seguridad de la ONU—, con la participación rotativa de diversas representaciones nacionales, deberían tener las potestades de revisar y vetar las políticas que ciertos Estados y grandes empresas han promovido, en función de desarrollar la producción de biocombustibles, lo que ha provocado una apocalíptica especulación de materia prima alimentaria. Así las cosas, la actual estrategia liberacionista de insertar a Costa Rica como actor del concierto internacional, es la única realista para enfrentar el desafío global, el cual requiere indudablemente soluciones de esa misma naturaleza.
Fernando Zamora Castellanos
Abogado constitucionalista