Ecologismo de pegatina
| Lunes 25 octubre, 2010
Ecologismo de pegatina
En nuestra sociedad posmoderna resulta de una extraordinaria facilidad subirse al tren de las tendencias globales generalmente aceptadas. Particularmente fácil resulta incorporarse a la tendencia ecologista que nos rodea. El problema llega cuando el idealismo de estas grandes tendencias políticamente correctas hay que contrastarlo con la realidad que nos rodea.
Así, hemos de poner en contexto nuestra tendencia ecológica nata. Porque a mí se me antoja que el ecologismo es una actitud de mediana distancia. Me explico con un ejemplo.
El otro día tuve ocasión de coincidir, en una de esas interminables presas que asolan gran parte de San José, con un vehículo de tracción a las cuatro ruedas, marca japonesa y precio no inferior a los ¢30 millones que lucía una orgullosa pegatina que rezaba “No a Crucitas”.
A mí no me cabe duda de que el propietario del carro es un ecologista de pura cepa. Ecologista en lo que a Crucitas se refiere, porque la utilización de un vehículo de esas características dista mucho de ser un acto de ecologismo. A no ser que yo ande muy equivocado y ahora se fabrique ese tipo de naves con acero reciclado, y consuman agua residual tratada, en lugar de gasolina de 92 octanos.
Al interfecto que maneja este carro le importa mucho el posible daño ecológico que pueda llegar a producir la minería en Crucitas. Sin embargo, parece que la contaminación que diariamente genera él mismo no le resulta ambientalmente relevante. Tampoco pareciera importarle el origen de todos los componentes utilizados para fabricar su vehículo, en su mayor parte procedentes de la minería o la explotación petrolera. Al fin y al cabo, si se contaminó, fue tan lejos que ni le interesa. Esa es la distancia media del ecologismo de pegatina que nos rodea.
Esta actitud individual podemos amplificarla si comprobamos el caso de muchas asociaciones pretendidamente ecologistas nacionales que han luchado —y conseguido— detener la construcción de presas hidroeléctricas en el país.
Gracias a esta férrea oposición, como en la represa del río Pacuare, Costa Rica no solo es más dependiente energéticamente del exterior, sino que se ve obligado a construir nuevas centrales eléctricas que generan energía a partir de combustibles fósiles.
No acaba ahí la historia, sino que el suministro de derivados del petróleo para abastecer esas centrales, genera un importante tráfico de camiones cisterna para transportarlos. Lo cual parece importar bastante poco a los grupos que se hacen llamar ecológicos. Importa el ecosistema —y la práctica de los rápidos en kayak, no lo olviden— de una ínfima parte del río Pacuare, pero preocupa bien poco el efecto del uso masivo de combustible para generar energía.
Aunque quizá lo más grave no sea la clara doble moral del ecologismo de pancarta que nos rodea, sino su absoluta ausencia de propuestas para permitir que progreso y naturaleza convivan.
Francisco Avilés
Economista
En nuestra sociedad posmoderna resulta de una extraordinaria facilidad subirse al tren de las tendencias globales generalmente aceptadas. Particularmente fácil resulta incorporarse a la tendencia ecologista que nos rodea. El problema llega cuando el idealismo de estas grandes tendencias políticamente correctas hay que contrastarlo con la realidad que nos rodea.
Así, hemos de poner en contexto nuestra tendencia ecológica nata. Porque a mí se me antoja que el ecologismo es una actitud de mediana distancia. Me explico con un ejemplo.
El otro día tuve ocasión de coincidir, en una de esas interminables presas que asolan gran parte de San José, con un vehículo de tracción a las cuatro ruedas, marca japonesa y precio no inferior a los ¢30 millones que lucía una orgullosa pegatina que rezaba “No a Crucitas”.
A mí no me cabe duda de que el propietario del carro es un ecologista de pura cepa. Ecologista en lo que a Crucitas se refiere, porque la utilización de un vehículo de esas características dista mucho de ser un acto de ecologismo. A no ser que yo ande muy equivocado y ahora se fabrique ese tipo de naves con acero reciclado, y consuman agua residual tratada, en lugar de gasolina de 92 octanos.
Al interfecto que maneja este carro le importa mucho el posible daño ecológico que pueda llegar a producir la minería en Crucitas. Sin embargo, parece que la contaminación que diariamente genera él mismo no le resulta ambientalmente relevante. Tampoco pareciera importarle el origen de todos los componentes utilizados para fabricar su vehículo, en su mayor parte procedentes de la minería o la explotación petrolera. Al fin y al cabo, si se contaminó, fue tan lejos que ni le interesa. Esa es la distancia media del ecologismo de pegatina que nos rodea.
Esta actitud individual podemos amplificarla si comprobamos el caso de muchas asociaciones pretendidamente ecologistas nacionales que han luchado —y conseguido— detener la construcción de presas hidroeléctricas en el país.
Gracias a esta férrea oposición, como en la represa del río Pacuare, Costa Rica no solo es más dependiente energéticamente del exterior, sino que se ve obligado a construir nuevas centrales eléctricas que generan energía a partir de combustibles fósiles.
No acaba ahí la historia, sino que el suministro de derivados del petróleo para abastecer esas centrales, genera un importante tráfico de camiones cisterna para transportarlos. Lo cual parece importar bastante poco a los grupos que se hacen llamar ecológicos. Importa el ecosistema —y la práctica de los rápidos en kayak, no lo olviden— de una ínfima parte del río Pacuare, pero preocupa bien poco el efecto del uso masivo de combustible para generar energía.
Aunque quizá lo más grave no sea la clara doble moral del ecologismo de pancarta que nos rodea, sino su absoluta ausencia de propuestas para permitir que progreso y naturaleza convivan.
Francisco Avilés
Economista