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Displicencia y soberbia ante las críticas

| Jueves 19 julio, 2012


Displicencia y soberbia ante las críticas

Hace un año la prensa informó que el expresidente Oscar Arias criticó la “falta de claridad mental, de claridad intelectual” de la presidenta Chinchilla y del gobierno, por considerar que existía una pérdida de rumbo y un accionar confuso en la conducción de los asuntos públicos.
Estas declaraciones se produjeron dos días después de una reunión entre ambos, la que fue organizada para limar asperezas y tratar de reconciliarlos, pero que más bien tuvo un efecto contrario y profundizó sus diferencias. Evidentemente la cita fue mal planificada por el entonces novel ministro de la Presidencia, Carlos R. Benavides, quien de previo debió garantizarse un buen resultado.
El criterio del expresidente no fue otra cosa que la interpretación visionaria de un sentimiento que ya se venía incubando en el ánimo de la ciudadanía: que el barco andaba a la deriva. Esta percepción ha sido confirmada por todos los estudios de opinión publicados desde entonces.
A partir de esa crítica, son múltiples las voces que se han sumado a la del expresidente señalando la falta de rumbo y la mala conducción del gobierno, lo que aunado a los escándalos por faltas éticas y supuestos actos de corrupción en la administración pública tienen a doña Laura y al gobierno en los más bajos niveles de popularidad y al país en la incertidumbre y el pesimismo.
Pero todas esas llamadas de atención —algunas, se debe reconocer, con propósitos electorales, pero la mayoría con buenas intenciones— han sido desatendidas con displicencia y soberbia.
No reconocen impericia en el equipo ni errores en sus actuaciones. A contrapelo de la opinión pública se obstinan en sostener solo su visión, aunque los hechos la confronten. Como si fuesen superhumanos y sin la menor humildad, rechazan toda crítica, aunque estas tengan sustento en la realidad.
Sabemos que la crítica es molesta —sobre todo para quienes en las altas esferas del poder sucumben a los encantos de los aduladores que a todo le dicen sí y aseguran que todo está bien— pero la sabiduría del gobernante está en saber escuchar a los que tienen opiniones diferentes, aceptar las equivocaciones y rectificar cuando sea necesario.
En el ejercicio del poder también es fundamental, sin necesidad de caer en el populismo, ponerle atención al clamor popular, sobre todo cuando ese clamor es estruendoso.
Y es que el peor defecto de un político es creer que solo él tiene la correcta lectura de los hechos, que es dueño de la verdad y que sus propuestas son incontestables. Quien así piense y así actúe desde el gobierno, está destinado a errar y fracasar, con el agravante de que sus errores y sus fracasos nos perjudican a todos.
Abrigamos la esperanza de que, a lo interno del gobierno o en el entorno familiar de la presidenta, aún existan oídos atentos y mentes sabias que llamen a la reflexión, que vean en las críticas lo constructivo y oportuno de ellas. Aún hay tiempo de mejorar el accionar del equipo gubernamental y de realizar cosas importantes para el país.

Luis París Chaverri
Exembajador ante la Santa Sede





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