Desalojo de diputados
Arturo Jofré arturojofre@gmail.com | Viernes 18 junio, 2010
Desalojo de diputados
No suena bien lo que le está ocurriendo a la Asamblea Legislativa. Como muchos, he visitado despachos de diputados y las condiciones precarias en que trabajan: oficinas lúgubres, deterioradas, incómodas. Las “menos malas” se parecen a los antiguos consultorios médicos: situados en edificios viejos, abandonados, con oficinas grises, sillones jubilados y gente hacinada.
En una oportunidad, siendo Rector del Instituto Tecnológico, llegué a la oficina de un diputado, un cuartito increíblemente incómodo, en el antiguo edificio donde antes estuvieron las deterioradas dependencias de Migración, en lo que había sido el Colegio Sion.
El diputado me dijo resignado: como usted ve yo soy minoritario de oposición, por eso me desterraron aquí. Sentí una sensación de culpa, porque yo había heredado una oficina de Rectoría muy funcional y amplia que, comparada con la del diputado, era como la de un jeque árabe.
Los diputados son el blanco de las mayores críticas en un régimen democrático, excepto cuando el gobierno les quita ese incómodo privilegio. La histórica pugna entre Gobierno y oposición por apoderarse de los logros y por sacudirse de los fracasos, concluye en una lucha en que ambos terminan golpeados, aunque a veces unos más que otros. Por eso la ciudadanía juzga con dureza a los diputados y al Gobierno. Es la razón por la cual la Asamblea Legislativa está hacinada en tres edificios que fueron construidos con otros propósitos y que el Gobierno esté funcionando en una antigua industria de fertilizantes. Nadie se atreve a dar el paso lógico, pero impopular.
Cuando el presidente Oduber proyectó construir la nueva Casa Presidencial, los terrenos quedaron abandonados por años, ya que su sucesor se opuso. Lo interesante es que nadie dijo nada cuando se construyó después en esos terrenos el majestuoso edificio del Tribunal Supremo de Elecciones. Tampoco se dijo nada cuando en la Sabana se alzó una enorme pirámide para la Contraloría General de la República, o cuando el Banco de Costa Rica, en vez de contribuir con sus utilidades a fines más nobles, construye un innecesario edificio de miles de millones de colones en Curridabat, donde tiene a pocas cuadras tres sucursales que siguen viento en popa.
Por otra parte, es una imprudencia decirle a la Asamblea Legislativa que 40 diputados desalojen sus oficinas en 24 horas. Si el Ministerio de Salud ordenó hace cinco años el desalojo y nadie hizo caso ni la autoridad se impuso, ¿qué hecho tan terrible ocurrió de pronto para que esto se transformara en emergencia? El desalojo tiene sentido, la forma en que se ha planteado no. Si este es el camino, no quiero pensar cuántas escuelas, colegios y edificios públicos, cuidado si no hospitales, habría que desalojar en 24 horas. Lo único bueno que tiene este amago de desalojo es que ayuda a comprender que el Ejecutivo y el Legislativo merecen edificios dignos y funcionales, sin más explicación que la que se dio para el TSE o la Contraloría.
Arturo Jofré
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