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De diputados y valores

| Lunes 05 marzo, 2018


De diputados y valores

Según el filósofo español Fernando Savater, “lo más probable es que los políticos se nos parezcan mucho a quienes les votamos, quizá incluso demasiado”. Así pues, las señoras y señores diputados electos representarán a un pueblo que no logra ponerse de acuerdo, dividido, incapaz de tolerarse, pues cada bando se cree dueño de la verdad absoluta.

Un panorama desalentador si consideramos que su labor, la que Costa Rica necesita, es la de llegar a acuerdos que nos beneficien a todos; no a un grupo particular, ni siquiera a las mayorías.

Se avecina el discurso de los valores, no diálogo, solo discurso. Porque parece que la consigna es defender las posiciones a ultranza, jalando cada quien para su lado hasta que la cuerda (o el país) reviente.

Pero no podemos hablar de valores desde una visión parcializada o sin un contexto. Los valores requieren el marco general de la ética para tener sentido y, cuando hablamos de asuntos que atañen a la sociedad entera, debemos referirnos más específicamente a la ética cívica.

La filósofa Adela Cortina indica que la ética cívica es “el conjunto de valores y normas que comparten los miembros de una sociedad pluralista, sean cuales fueran sus concepciones de vida buena, sus proyectos de vida feliz”. Es decir, los puntos de encuentro de las éticas de máximos: las creencias religiosas, filosóficas o ideologías de cada persona o grupo social.

Está bien tener una fe que guíe nuestras vidas, tanto en lo personal como en el trabajo, pero las decisiones sobre el país deben basarse en valores compartidos más allá de la fe o la falta de ella. Está bien tener una orientación política, proyectos propios o de grupo que nos lleven a realizarnos como seres humanos, pero que jamás deben imponerse a las demás personas.

La ética cívica es laica (del pueblo) pero no laicista, es decir, no es antirreligiosa. No se opone a que las personas participen de una fe que dé sentido a sus vidas, pero también reconoce que si partimos de una posición religiosa para ordenar la sociedad, empezamos a excluir o subyugar a los que no participan de ella y, en muchos casos, a quienes no tienen poder político ni se ubican entre las mayorías sociales.

Esto significa, entre otras cosas, que las oficinas y salones de la Asamblea Legislativa no pueden convertirse en sitios de adoración, ni las curules en espacios para predicar. Que el poder y los recursos públicos puestos a disposición de los legisladores no deben usarse para promover su fe o cualquier otro fin suyo o de su iglesia (lo que, de paso, es corrupción). Significa también que un proyecto no se debe entrabar, desviar o entorpecer de cualquier manera por motivos religiosos o ideológicos.

La ética cívica también requiere un diálogo en condiciones de simetría, donde hay negociación y acuerdos en lugar de coacción o la defensa irrestricta de intereses particulares. Señala Adela Cortina que “en el mundo occidental las instituciones políticas pueden pretender ser justas si se atienen a los principios que sus ciudadanos elegirían en condiciones de imparcialidad, en las que desconocen sus características naturales y sociales, por eso los elegirían asumiendo la perspectiva del peor situado”.

En otras palabras, las decisiones han de tomarse siempre partiendo de que estaríamos dispuestos a recibir para nosotros mismos las consecuencias que se imponen para otros grupos. Por ejemplo: ¿Le negaría atención médica básica a un grupo, como los migrantes, si fuera uno de ellos? ¿Aprobaría una ley que prive de recurso hídrico a un área geográfica, si viviera en ella? ¿Estaría dispuesto a negarle algún derecho a un grupo, si tuviera seguridad de que esto también implicaría que se lo quitarán a usted?

Sin duda, las leyes tienen sustento en la ética (o al menos deberían tenerlo), pero si los redactores no son capaces de articular una ética cívica y dialógica, terminaremos bajo un monismo ético, en el que existe un solo código moral válido impuesto por un grupo al resto de la sociedad.

Para construir normas de forma intersubjetiva, el también filósofo Emilio Martínez nos recuerda que la ética cívica parte de unos valores que, idealmente, los diputados deberán poner en práctica: el respeto activo, la libertad, la igualdad, la solidaridad y la actitud de diálogo, contemplando este último, la renuncia a la violencia. Las sesiones legislativas serían muy distintas si estos valores se pusieran efectivamente en práctica.

Nos han dicho que algunos diputados electos no están preparados para el cargo, pero en compensación son muy buenas personas. El jurista argentino Luis Rodolfo Vigo pone como ejemplo que cualquiera prefiere volar en un avión con un piloto corrupto, que con uno que sea muy buena persona pero que no sepa pilotar. La verdad es que ocupamos ambas cosas, la pericia y la bondad, porque con el piloto novato nos estrellaremos estrepitosamente, mientras que el corrupto bien puede llevarnos a un destino indeseado, al que aterrizaremos sin darnos cuenta cómo y del que no encontraremos salida.

Señoras y señores diputados electos: ya no hay marcha atrás, si no están preparados, empiecen ahora. Como no les va a dar tiempo, asesórense bien por quienes puedan ayudarles. Porque si ustedes se equivocan un poco, pesará sobre sus partidos en próximas elecciones, pero si se equivocan mucho, tarde o temprano pesará sobre ustedes y el país entero. Como señala nuestra Constitución: “Si así lo hiciereis, Dios os ayude, y si no, Él y la Patria os lo demanden”.

Rafael León Hernández
Psicólogo






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