Da Vinci... genial
| Sábado 03 septiembre, 2011
Da Vinci… genial
Estoy muy agradecido con los que tuvieron la idea, con los organizadores y ejecutores: traernos la linda y muy educativa exposición de Leonardo da Vinci. En realidad, un gran genio. Admiré una vez más su enorme versatilidad y su grado de perfección.
Pero también salí de la Antigua Aduana reflexionando, no solo de su Mona Lisa y La Ultima Cena, de sus aparatos y sus esculturas, del “¿de dónde sacó tanto tiempo para innovar y realizar tanta cosa?”, sino también de sus excelentes e impresionantes dibujos del cuerpo humano.
Como no soy médico, cada vez que veo en un cuadro todo aquello que se encuentra debajo de nuestra piel, me quedo atónito. ¡Qué maravilla, qué perfección! Todo está donde debe estar, cada músculo, cada hueso, cada órgano, cada articulación, cada vena, cada nervio, donde algo percibido pasa por los ojos, le llega un impulso al cerebro, que a su vez hace que el dedo gordo del pie derecho haga lo que se supone debe hacer, sin que ni siquiera seamos conscientes de ello.
Generalmente no hay tiempo para pensar ni en nosotros mismos, muchísimo menos en lo que llevamos por dentro, y muchisísimo menos cuando de la mente se trata. A menos que un dolorcillo en la pierna derecha nos haga aprender y ver en otros cuadros, que el paciente padece del síndrome de piriforme (suena como el nombre y apellido de algún nuevo personaje de Disney), donde un músculo que se siente resentido porque nunca le han dado pelota, se inflamó o se contrajo y le ha dado por sacarse el clavo con su vecino el nervio ciático, a quién aprieta despiadadamente contra un hueso de la cadera. ¡Fascinante!
Hasta para el paciente, que después de décadas de estar arreglando el mundo con sus compas de tertulia, se viene a dar cuenta de que ha arrastrado por el mundo un músculo que ni sabía que existía.
Y ahora, para llamar la atención del paciente, porque ya está cansado de tanta humildad y maltrato de su ego, la agarra contra un nervio que nada tiene que ver con su malestar, haciéndole saber así a su dueño, que existe. ¡Tome chichí! Diay, ya no hay tu tía (Parlatica del 22.8.11), ahora hay que chinearlo pa’ que se calme.
La reflexión continúa. Ciertamente no tenemos alas, ni la fuerza de un grizzli, ni la velocidad de un guepardo, ni el tamaño de un elefante o un colibrí. Pero cada uno es único, maravilloso y perfecto. Aunque sí creo que el mundo animal nos lleva una gran ventaja… ellos no tienen la capacidad de crear las estupideces que generamos nosotros los humanos: insaciabilidad, gula, maltrato al medio ambiente y a otros de su especie, destrucción del planeta, ojala cuatro nidos al mismo tiempo, más poder, más $$$, construcción y proliferación de armas, crisis económicas (de los bien situados), deshonestidad, etc.
Gracias, Leonardo da Vinci, por tu gran legado. Aunque sea por lo menos por un rato, me has hecho despertar y reflexionar una vez más sobre lo importante, sobre la vida y sobre mí mismo (por dentro, de pies a cabeza).
Alf Giebler Simonet
alfgiebler@hotmail.com
Estoy muy agradecido con los que tuvieron la idea, con los organizadores y ejecutores: traernos la linda y muy educativa exposición de Leonardo da Vinci. En realidad, un gran genio. Admiré una vez más su enorme versatilidad y su grado de perfección.
Pero también salí de la Antigua Aduana reflexionando, no solo de su Mona Lisa y La Ultima Cena, de sus aparatos y sus esculturas, del “¿de dónde sacó tanto tiempo para innovar y realizar tanta cosa?”, sino también de sus excelentes e impresionantes dibujos del cuerpo humano.
Como no soy médico, cada vez que veo en un cuadro todo aquello que se encuentra debajo de nuestra piel, me quedo atónito. ¡Qué maravilla, qué perfección! Todo está donde debe estar, cada músculo, cada hueso, cada órgano, cada articulación, cada vena, cada nervio, donde algo percibido pasa por los ojos, le llega un impulso al cerebro, que a su vez hace que el dedo gordo del pie derecho haga lo que se supone debe hacer, sin que ni siquiera seamos conscientes de ello.
Generalmente no hay tiempo para pensar ni en nosotros mismos, muchísimo menos en lo que llevamos por dentro, y muchisísimo menos cuando de la mente se trata. A menos que un dolorcillo en la pierna derecha nos haga aprender y ver en otros cuadros, que el paciente padece del síndrome de piriforme (suena como el nombre y apellido de algún nuevo personaje de Disney), donde un músculo que se siente resentido porque nunca le han dado pelota, se inflamó o se contrajo y le ha dado por sacarse el clavo con su vecino el nervio ciático, a quién aprieta despiadadamente contra un hueso de la cadera. ¡Fascinante!
Hasta para el paciente, que después de décadas de estar arreglando el mundo con sus compas de tertulia, se viene a dar cuenta de que ha arrastrado por el mundo un músculo que ni sabía que existía.
Y ahora, para llamar la atención del paciente, porque ya está cansado de tanta humildad y maltrato de su ego, la agarra contra un nervio que nada tiene que ver con su malestar, haciéndole saber así a su dueño, que existe. ¡Tome chichí! Diay, ya no hay tu tía (Parlatica del 22.8.11), ahora hay que chinearlo pa’ que se calme.
La reflexión continúa. Ciertamente no tenemos alas, ni la fuerza de un grizzli, ni la velocidad de un guepardo, ni el tamaño de un elefante o un colibrí. Pero cada uno es único, maravilloso y perfecto. Aunque sí creo que el mundo animal nos lleva una gran ventaja… ellos no tienen la capacidad de crear las estupideces que generamos nosotros los humanos: insaciabilidad, gula, maltrato al medio ambiente y a otros de su especie, destrucción del planeta, ojala cuatro nidos al mismo tiempo, más poder, más $$$, construcción y proliferación de armas, crisis económicas (de los bien situados), deshonestidad, etc.
Gracias, Leonardo da Vinci, por tu gran legado. Aunque sea por lo menos por un rato, me has hecho despertar y reflexionar una vez más sobre lo importante, sobre la vida y sobre mí mismo (por dentro, de pies a cabeza).
Alf Giebler Simonet
alfgiebler@hotmail.com