"Cuando Colombia llore lo suficiente, probablemente será un país más pacífico": Juan Miguel Álvarez, el autor de “La guerra que perdimos”
Alejandro Millán Valencia - HayFestivalQuerétaro@BBCMundo | Martes 13 septiembre, 2022
Cada conflicto tiene su cronista. El de Colombia, que ha sido complejo y se ha extendido en el tiempo de maneras inexplicables, podría tener el suyo en Juan Miguel Álvarez.
Nacido en Pereira, una ciudad del corazón del eje cafetero colombiano, Álvarez ha comprendido desde sus inicios en el periodismo que los relatos están en las víctimas.
Sin embargo, en los últimos años se ha dedicado a recorrer el país para entrevistarlas no solo a ellas, sino también a los victimarios de una confrontación que dejó más de nueve millones de personas afectadas en las últimas seis décadas.
En ese recorrido, que lo ha llevado desde los entramados selváticos del Chocó hasta las lejanías amazónicas, Álvarez se ha encontrado con personajes que le han narrado la difícil misión de sobrevivir y que él ha plasmado en su libro "La guerra que perdimos", que lo hizo merecedor del premio Anagrama de crónica de 2021.
Allí se consignan 11 relatos que contienen esas voces que son testimonio crudo, angustioso y urgente de lo que ocurrió en Colombia.
Hablamos con él en el marco de su participación en el HAY Festival de Querétaro, que se realiza entre el 1 y el 4 de septiembre en esa ciudad mexicana.
Hay una fraseen la crónica "Ellos no lo van a saber" que dice "Llorar me hace bien". Tras estos años de reportería, ¿cómo podrías definir cuánto ha llorado Colombia y de qué manera?
Pues no sabría cuantificar, pero lo que te puedo decir es que no ha llorado lo suficiente. Colombia no ha podido hacer el luto de ninguna de sus violencias.
Cuando alguien en Colombia, o el país en general, está haciendo el duelo, viene otra violencia y acaba con todo. Entonces toca pasar la página, volver a empezar para salvar el pellejo, pero el dolor sigue ahí, sin procesar.
Y digo que no ha llorado lo suficiente porque no ha podido expresar todo su dolor como lo hacen otras sociedades, con mecanismos que van desde el arte hasta la participación política, pasando por la consolidación de conocimiento.
Cuando Colombia llore lo suficiente, probablemente será un país más pacífico.
Y lo digo porque creo que la idea de la venganza se desvanecería un poco en la mayoría de las personas. La guerra en Colombia en buena medida ha sido estimulada por la venganza y la venganza sólo existe en la medida en que no se puede hacer un duelo.
Hablas de la venganza como una causa de este conflicto, pero no es la única razón por la que los colombianos se estuvieron matando durante 60 años.
No es la única, por supuesto. La Comisión de la Verdad respondió esa pregunta de una forma categórica, que, en mi experiencia, está muy cerca de reflejar lo que ocurrió.
Hay unas causas del conflicto que quedan claras, por ejemplo, la desviación ideológica de un sector amplísimo de la fuerza pública, por la que comenzaron a ver enemigos por todos lados: el ciudadano de a pie es un enemigo y ahí se genera un montón de violencia.
Otra es la prolongación de la vida de los grupos armados ilegales. Guerrilleros y paramilitares. O sea, duraron mucho tiempo gracias a la financiación de otro factor, el narcotráfico. Eso ayudó mucho a prolongar el conflicto en el tiempo, esa incapacidad de vencerlos o de desmovilizarlos.
Y hay un tercer factor que tiene que ver con la falta de justicia estatal. En la medida en que un Estado no garantice la justicia a la ciudadanía, pues la ciudadanía va tomando o haciendo justicia a mano propia.
Ahí creo, y se nota en los relatos del libro, radica el fondo de todo lo que ocurrió.
Dentro de todos los protagonistas que recorren este libro, ¿por qué es Marta, una mujer que sufre una violación y la desaparición de dos de sus hijos, conquien decides comenzarlo?
Yo necesitaba una historia que sirviera para que los lectores fuera de Colombia se conectaran con lo que había pasado acá.
Tenía otra historia, de un hombre en la región del Catatumbo, al que le había pasado de todo, que tenía 80 años, que sus hijos habían muerto por el conflicto, y sin embargo me repetía constantemente "si Dios me da vida", "si Dios me da licencia".
Era un señor completamente derrotado por la violencia que quería seguir viviendo. Para mí era un ejemplo de cómo los colombianos intentan seguir adelante a pesar de todo.
Sin embargo, la historia de esta mujer, que fue violada y con dos hijos que fueron desaparecidos, es una definición del conflicto que sufrimos: no fue una confrontación corriente, fue algo más despiadado, más cruel.
Te lo digo porque mi impresión es que, en general, en el mundo cuando se habla de conflicto armado, que fue la definición que se dio a lo que pasó en Colombia, se piensa que hay unos campos llenos de muertos de un lado y del otro.
Un poco como lo que está pasando en Ucrania: hay un frente y en el frente hay una gente matándose un lado y la otra disparando del otro y también matándose.
Pero necesitaba contar en ese inicio, para las personas que no conocieran Colombia, cuál era el conflicto armado que ocurrió aquí, ejemplificar que utilizamos formas tan salvajes y violentas como las que le pasaron a doña Marta, que no tiene nada que ver con la idea de un enfrentamiento de dos bandos luchando por un territorio.
A lo largo del libro, y en algunas crónicas en particular, se nota un intenso deseo de búsqueda, como en el relato de esa madre cuya hija fue desaparecida sin dejar rastropor darle asistencia médica a alguien del bando contrario.
No fue algo intencional, pero sí hay muchos personajes que están buscando explicaciones, respuestas sobre la violencia que borró a otros de la faz de la tierra.
El libro está armado con los testimonios de los sobrevivientes del conflicto y los sobrevivientes siempre están buscando explicaciones.
En varias historias, las víctimas quieren confrontar a sus victimarios. Esa puede ser una fuente para encontrar lo que están buscando.
Es complicado, pero creo que es una forma que podría funcionar mucho: que se sienten cara a a cara y la víctima le reclame al victimario por toda su violencia.
En el momento en el que victimario, con toda la honestidad, le explique lo que pasó, es posible que la víctima pueda aplacar un poco ese dolor. Poder comenzar a lidiar con ese duelo.
Eso se ha intentado parcialmente. Se hizo con paramilitares, en los últimos años con guerrilleros y con miembros de la fuerza pública. En esos encuentros se habla de muchas cosas y también se pide perdón.
Ahora, yo no puedo decir si las víctimas perdonan, pero el caso es que esos encuentros quizás aplacan un poco el dolor.
¿Crees entonces que se deberían propiciar estos encuentros?
Sí, claro. A ver, es que a través de estos relatos uno se encuentra que se ha hecho un daño tan grande, un daño a una familia como el que viene con desaparecer a una persona, violar a una mujer o reclutar a un niño, que los familiares solo pueden reaccionar con dolor. Mucho dolor.
Y muchas de esas víctimas no temen hacer ese reclamo, esa confrontación, porque ya hay tanto dolor acumulado y han pasado tanta incertidumbre en la vida que no les importan si arriesgan la suya.
Y más que matar al victimario, lo que quieren es que le expliquen qué pasó. Que les den razones.
En buena medida yo creo que las víctimas del conflicto en Colombia sí quieren sentarse cara a cara con las personas que causaron ese dolor.
En la crónica de Humberto, quien queda ciego por la acción de una mina antipersonal, es la irrupción armada del ejército lo que desata más violencia. ¿Qué dicen sus crónicas de cómo influyó el Estado colombiano dentro de este entramado de horror?
Creo que se puede dividir en tres momentos.
El primero es que básicamente el avance de los grupos paramilitares siempre fue promovido por ciertos sectores del Estado, desde la fuerza pública hasta algunas autoridades políticas y económicas. El Estado es muy responsable de buena parte de la violencia paramilitar.
Segundo: la fuerza pública, por sí sola, ha sido extremadamente violenta. Hubo momentos en que incluso parte de la policía judicial era como un comando de exterminio, durante parte de la década de 1980.
El exterminio de la Unión Patriótica (brazo político de las FARC, Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) fue perpetrado en gran medida por el ejército. Tuvo alguna ayuda de los paramilitares, pero la mayoría de los asesinatos fueron ejecutados por funcionarios del Estado.
Y tercero, como se narra en las crónicas, hay una violencia implícita que viene con el ejercicio de sus operaciones donde se presenta el abuso de autoridad, el uso excesivo de la fuerza, el reclutamiento de menores en la calle. Eso genera rechazo y, algunas veces, un deseo de venganza.
Una de las movilizaciones masivas en el país se debió a eso, al uso excesivo de la fuerza. La gente estaba cansada de tanta violencia policial. Tan gratuita, tan barata.
En esta marejada de horror, describes que los colombianos, tal vez aturdidos por todo lo que ocurría, comenzaron a tener prejuicios sobre la guerra. Sobre los muertos. Y allí nació el "algo habrá hecho". ¿Podrías hablar de esa frase que expones en tu libro?
Básicamente lo que se ha creado en Colombia es una concepción de que el muerto ya es culpable antes de cualquier juicio. O sea, se ha convertido en la costumbre social de echarle la culpa al muerto de su propia muerte.
"Algo habrá hecho", se escucha.
Y no sé cómo se originó esa frase, ese prejuicio. Creo que tiene que ver con esa mirada de afuera de que la violencia es entre los que mueren, que a los otros, lo que dicen eso, no les va a pasar nada.
Y no es una frase que se escuche solo en los lugares donde se han presentado los peores horrores de este conflicto, es en las calles de las ciudades.
En la academia.
Como diciendo que ellos son buenos, que no han hecho nada. En cambio, esa persona que mataron, pues "algo habrá hecho".
Como si estuvieran seguros de que la violencia es una cadena de causas y consecuencias absolutamente controlada y endógena y no entienden, o no quieren comprender, que la violencia en Colombia no es así.
Y eso lleva a conclusiones terribles.
Hace poco ocurrió una masacre en un pueblo. Cinco muertos. Y lo mismo, "es que algo hicieron". Pero es que incluso si los sicarios fueron a buscarlos y a matarlos, no puede ser que la única solución en este país sea matar a alguien. Por eso es tan grave, en mi concepto, esa afirmación.
Es un nivel salvaje de construcción ciudadana, que tal vez nació como un mecanismo de defensa ante la violencia pero que tristemente nos ha guiado durante la mitad del siglo XX y lo que llevamos del XXI.
A la hora de elegir lo que vas a escribir de cada historia, ¿qué es lo primordial para ti, cómo es la decisión de narrar las imágenes o las frases que terminan describiendo un horror, una angustia, hasta una esperanza que a veces parece inabarcable desde la reportería?
Honestamente, no lo sé.
Te puedo decir que me siento afectado por las violencias que afectan a los demás. Y eso hace que las personas de algún modo confíen en mí. O sea, en este recorrido se han producido unas conversaciones y unos encuentros donde hay mucha honestidad. La gente es real.
Y de alguna manera eso hace que pueda captar la médula de la historia y la posibilidad de acumular momentos muy representativos y muy significativos.
Por eso creo que las crónicas están cargadas de eso, como decís, de angustia, de dolor, por el tipo de encuentro emocional que se logra sostener con estas personas.
Cuando se logra esa intensidad en la reportería, esa intensidad llega al papel.
¿Por qué perdimos la guerra, como dice el título del libro?
Porque nadie la ganó. Nadie ganó la guerra en Colombia. No la ganó el paramilitarismo, no la ganó la guerrilla, no la ganó el Estado.
Y la perdió la sociedad civil. Aquí todos perdieron.
Y la perdimos todos porque lo único que ha hecho esta violencia es acabar con la vida de un montón de gente.
En la introducción yo cito el informe del 'Basta ya!' (uno de los primeros publicados sobre el conflicto, realizado por el Centro de Memoria Histórica) que dice que más del 70% de los muertos que contabilizaron son civiles, mientras que el otro 20 y pico son hombres uniformados entrenados para el combate, ya sean paramilitares, guerrilleros o soldados.
Es decir, más del 70% de la sangre que ha puesto el país es civil.
Entonces, un país donde la guerra la libran estas fuerzas irregulares y las regulares, pero donde los muertos los ponen sociedad civil, pues es un país que perdió la guerra.
Y no hay posibilidad de ganar absolutamente nada. Todo es una sola derrota. Toda la situación de violencia que ha vivido Colombia desde el año 40 para acá es una sola derrota.
Este artículo es parte de la versión digital del Hay Festival Querétaro, un encuentro de escritores y pensadores que se realiza en esa ciudad mexicana del 1 al 4 de septiembre.
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