Contaminación en órbita
| Lunes 20 abril, 2009
Contaminación en órbita
Una de las grandes iniciativas del actual Gobierno norteamericano es cómo mejorar la economía de la mano con la naturaleza, produciendo vehículos más eficientes y generando más electricidad de medios renovables como la luz solar o el viento.
Los chinos ya se están enfilando en la misma filosofía y los europeos van a la vanguardia (como siempre) con cooperativas que poseen patios de celdas fotovoltaicas u hornos solares para crear vapor que hace girar turbinas generadoras de electricidad
Sin embargo, nadie menciona que ya estamos contaminando la frontera final: el Espacio. Alrededor de nuestro planeta hay más de 18 mil objetos mayores a 10 centímetros en órbita (si se toman en cuenta los menores a 10 centímetros entonces hablamos de millones). De estos solo un poco más de 900 son satélites en operación. Esta cantidad de objetos que flotan en órbita está llegando a un punto de saturación tal que las posibilidades de colisión son más que teóricas: en febrero pasado dos satélites colisionaron en el hemisferio norte, lo que ocasionó que se generaran 2.500 objetos más flotando en el espacio. En marzo, una alerta de colisión hizo que los ocupantes de la Estación Espacial Internacional tuvieran que abordar el módulo de escape y esperar a que pasara el peligro; y estos son solo los acontecimientos que llegan a los medios.
La órbita de la Tierra está llena de restos de los 4 mil lanzamientos que se han hecho en las últimas cuatro décadas y nadie tiene la responsabilidad de limpiarlos. Herramientas perdidas, tanques de combustible vacíos, satélites que no llegaron a la órbita deseada y hasta trozos de asilamiento y pintura están flotando libremente. Ni hablar de los reactores nucleares que algunos satélites usan para suplir la electricidad requerida para su operación.
Pero, ¿qué hacer? La mayoría de los objetos flotantes viajan a una velocidad de 27 mil kilómetros por hora (en comparación, una bala de un revólver viaja a un máximo de 4.400 kilómetros por hora), lo que haría cualquier impacto algo que solo vemos en películas de ciencia ficción; no es tan fácil como extender una red de varios kilómetros y “pescar” todos estos desechos cada vez que un trasbordador espacial sube al espacio.
¿Y los riesgos? La mayoría de los objetos se desintegrarían al entrar en órbita y los que no, caerían sin causar mucho furor en áreas despobladas. Si alguien llegara alguna vez a morir porque le cayó un satélite encima sería más barato que le indemnicen una millonada a la familia afectada a tener que limpiar este basurero que rodea la Tierra. Claro, primero hay que probar de quién es el satélite.
Lo que tal vez logre que los gobiernos y las compañías cambien de parecer es el creciente riesgo a su inversión por colisión ya que un satélite dañado es lo mismo que un satélite destruido.
De cualquier forma, todos estamos más preocupados por mantener nuestros trabajos (o conseguir uno si no tenemos) que por separar la basura en reciclables o no. Mucho menos nos vamos a preocupar por la contaminación que nos rodea sin importar su localización.
Konrad Sandweg
Ingeniero de sistemas informáticos
Una de las grandes iniciativas del actual Gobierno norteamericano es cómo mejorar la economía de la mano con la naturaleza, produciendo vehículos más eficientes y generando más electricidad de medios renovables como la luz solar o el viento.
Los chinos ya se están enfilando en la misma filosofía y los europeos van a la vanguardia (como siempre) con cooperativas que poseen patios de celdas fotovoltaicas u hornos solares para crear vapor que hace girar turbinas generadoras de electricidad
Sin embargo, nadie menciona que ya estamos contaminando la frontera final: el Espacio. Alrededor de nuestro planeta hay más de 18 mil objetos mayores a 10 centímetros en órbita (si se toman en cuenta los menores a 10 centímetros entonces hablamos de millones). De estos solo un poco más de 900 son satélites en operación. Esta cantidad de objetos que flotan en órbita está llegando a un punto de saturación tal que las posibilidades de colisión son más que teóricas: en febrero pasado dos satélites colisionaron en el hemisferio norte, lo que ocasionó que se generaran 2.500 objetos más flotando en el espacio. En marzo, una alerta de colisión hizo que los ocupantes de la Estación Espacial Internacional tuvieran que abordar el módulo de escape y esperar a que pasara el peligro; y estos son solo los acontecimientos que llegan a los medios.
La órbita de la Tierra está llena de restos de los 4 mil lanzamientos que se han hecho en las últimas cuatro décadas y nadie tiene la responsabilidad de limpiarlos. Herramientas perdidas, tanques de combustible vacíos, satélites que no llegaron a la órbita deseada y hasta trozos de asilamiento y pintura están flotando libremente. Ni hablar de los reactores nucleares que algunos satélites usan para suplir la electricidad requerida para su operación.
Pero, ¿qué hacer? La mayoría de los objetos flotantes viajan a una velocidad de 27 mil kilómetros por hora (en comparación, una bala de un revólver viaja a un máximo de 4.400 kilómetros por hora), lo que haría cualquier impacto algo que solo vemos en películas de ciencia ficción; no es tan fácil como extender una red de varios kilómetros y “pescar” todos estos desechos cada vez que un trasbordador espacial sube al espacio.
¿Y los riesgos? La mayoría de los objetos se desintegrarían al entrar en órbita y los que no, caerían sin causar mucho furor en áreas despobladas. Si alguien llegara alguna vez a morir porque le cayó un satélite encima sería más barato que le indemnicen una millonada a la familia afectada a tener que limpiar este basurero que rodea la Tierra. Claro, primero hay que probar de quién es el satélite.
Lo que tal vez logre que los gobiernos y las compañías cambien de parecer es el creciente riesgo a su inversión por colisión ya que un satélite dañado es lo mismo que un satélite destruido.
De cualquier forma, todos estamos más preocupados por mantener nuestros trabajos (o conseguir uno si no tenemos) que por separar la basura en reciclables o no. Mucho menos nos vamos a preocupar por la contaminación que nos rodea sin importar su localización.
Konrad Sandweg
Ingeniero de sistemas informáticos