Consejos para ladrones
| Miércoles 05 noviembre, 2008
Consejos para ladrones
En algunos casos, los seres humanos pensamos, sentimos y actuamos sin apego a las normas sociales que regulan nuestra convivencia y que son consideradas como básicas por la población en general. Para estas personas priman los intereses particulares sobre el bien común, es decir: “lo más importante soy yo, y la importancia de los demás radica en si me son útiles o si me estorban”.
Bajo esta condición se es capaz de realizar actos que la mayoría de nosotros no concebimos —estafas, robos violentos, homicidios—, pues no hay sentimientos de culpa ni remordimientos asociados. Lo anterior quiere decir que el argumento del respeto a la vida y la dignidad humana no inhibe a estas personas de cometer actos delictivos. Aquí no importa la necesidad que tiene la víctima de conservar sus bienes, ni que tenga responsabilidades o familia (no es su problema).
Aunque parezca impensable, son otro tipo de consideraciones las que importan a estas personas: sus propios intereses. Si hubiera una forma de aconsejarlas (que no creo que la haya) sería con argumentos como que su uso excesivo de la violencia causa que muchos decidamos confinarnos en casas con sistemas de seguridad, perros guardianes u otros medios de vigilancia que nos vuelve menos accesibles a los robos. Sería que la violencia también provoca que las futuras víctimas (y quienes ya hemos sido victimados) busquemos mecanismos o armas más definitivas para defendernos; o que el cometer asesinatos provocará una casería más vehemente en su contra.
No obstante, estos consejos también resultan infructuosos para convencerlas, puesto que estas personas no se detienen a meditar sobre las consecuencias de sus actos, ni siquiera contra ellas mismas. Vale la pena recordar que afortunadamente son pocos quienes actúan bajo estas premisas y que, para bien o para mal, la mayoría de nuestros delincuentes sí se preocupan por sí mismos y por los otros, y rara vez usarán violencia desmedida, salvo para defenderse de sus víctimas (por irónico que parezca).
Pero es importante tener presente que, en casos extremos como los que vivimos actualmente, no podemos esperar que estas personas se satisfagan, o que sus propias conciencias les impidan seguir delinquiendo; es la sociedad la que debe establecer medios efectivos para detenerlas. El Contrato Social, bajo el cual vivimos y convivimos, establece que todos renunciamos a algunas libertades para ganar la protección de la vida en sociedad; y esta sociedad debe responder —con los mecanismos creados para ello— protegiéndonos de quienes no respetan este contrato.
Rafael León Hernández
Psicólogo
En algunos casos, los seres humanos pensamos, sentimos y actuamos sin apego a las normas sociales que regulan nuestra convivencia y que son consideradas como básicas por la población en general. Para estas personas priman los intereses particulares sobre el bien común, es decir: “lo más importante soy yo, y la importancia de los demás radica en si me son útiles o si me estorban”.
Bajo esta condición se es capaz de realizar actos que la mayoría de nosotros no concebimos —estafas, robos violentos, homicidios—, pues no hay sentimientos de culpa ni remordimientos asociados. Lo anterior quiere decir que el argumento del respeto a la vida y la dignidad humana no inhibe a estas personas de cometer actos delictivos. Aquí no importa la necesidad que tiene la víctima de conservar sus bienes, ni que tenga responsabilidades o familia (no es su problema).
Aunque parezca impensable, son otro tipo de consideraciones las que importan a estas personas: sus propios intereses. Si hubiera una forma de aconsejarlas (que no creo que la haya) sería con argumentos como que su uso excesivo de la violencia causa que muchos decidamos confinarnos en casas con sistemas de seguridad, perros guardianes u otros medios de vigilancia que nos vuelve menos accesibles a los robos. Sería que la violencia también provoca que las futuras víctimas (y quienes ya hemos sido victimados) busquemos mecanismos o armas más definitivas para defendernos; o que el cometer asesinatos provocará una casería más vehemente en su contra.
No obstante, estos consejos también resultan infructuosos para convencerlas, puesto que estas personas no se detienen a meditar sobre las consecuencias de sus actos, ni siquiera contra ellas mismas. Vale la pena recordar que afortunadamente son pocos quienes actúan bajo estas premisas y que, para bien o para mal, la mayoría de nuestros delincuentes sí se preocupan por sí mismos y por los otros, y rara vez usarán violencia desmedida, salvo para defenderse de sus víctimas (por irónico que parezca).
Pero es importante tener presente que, en casos extremos como los que vivimos actualmente, no podemos esperar que estas personas se satisfagan, o que sus propias conciencias les impidan seguir delinquiendo; es la sociedad la que debe establecer medios efectivos para detenerlas. El Contrato Social, bajo el cual vivimos y convivimos, establece que todos renunciamos a algunas libertades para ganar la protección de la vida en sociedad; y esta sociedad debe responder —con los mecanismos creados para ello— protegiéndonos de quienes no respetan este contrato.
Rafael León Hernández
Psicólogo