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Con respeto dirijo mis columnas de hoy a las nuevas autoridades parlamentarias y ejecutivas

Miguel Angel Rodríguez marodrige@gmail.com | Lunes 07 mayo, 2018


La educación es el mejor instrumento para nuestro progreso

Con respeto dirijo mis columnas de hoy a las nuevas autoridades parlamentarias y ejecutivas

Vivimos en un mundo que no nos sonríe tanto como lo hacía hace algunos años. El panorama no es halagüeño, y en muchos países los electores están resentidos con la globalización, han perdido el aprecio por la democracia; de lo que se aprovechan políticos populistas.

También en Costa Rica muchos están desencantados porque la pobreza sigue sin disminuir desde hace dos décadas, porque la desigualdad, el desempleo y la informalidad han aumentado, y porque se sabe que las pensiones de IVM y los regímenes de salud están en riesgo, porque la educación no es pertinente, y porque la infraestructura colapsó, porque la seguridad ciudadana está seriamente deteriorada, los servicios públicos son ineficientes, las regulaciones estatales son engorrosas y porque somos vulnerables ante el cambio climático. Y para empeorarlo, muchos de estos temas no fueron ni siquiera abordados en la recién pasada campaña electoral.

La solución para todos estos males requiere crecer aceleradamente. No es llamativo decirlo, no es tema que conmueve o emociona a las multitudes en época electoral, como sí lo hacen, en la “sociedad del espectáculo” que vivimos, los ataques que señalan un enemigo como causante de todos los males y que ofrecen soluciones “mágicas” pero falsas.

Pero es verdad.

Solo hay tres caminos: 1-aumentar más la cantidad de trabajo, 2-agregar más aceleradamente el capital y 3- incrementar con mayor velocidad la productividad.

Si crecemos más rápido se disminuirá el desempleo y agregaremos más trabajadores, lo que producirá un aumento aún mayor del PIB, lo que atraerá más capital nacional y extranjero; la mayor capitalización a su vez también reforzará el aumento de la producción, creando temporalmente un círculo virtuoso. Además, la recaudación de mayores impuestos -fruto del mayor crecimiento- hará que disminuya el déficit fiscal, lo que a su vez aumentará el ahorro público y ayudará al crecimiento.

Pero necesitamos un detonante para acelerar nuestro crecimiento. El incremento en la productividad es el mejor detonante, y la educación y la capacitación son claves para lograr el aumento de la productividad, aunque sus resultados no sean ni mágicos ni inmediatos. Requerimos educación formal y capacitación laboral de amplia cobertura, con la calidad necesaria para que los estudiantes aprendan habilidades, que sean pertinentes y previsoras.

En secundaria a fines del siglo pasado recuperamos los niveles previos a la crisis de los ochenta. Pero aún no es suficiente, especialmente en el ciclo diversificado en el cual apenas alcanzamos 45,8% de matrícula neta en 2016. Tampoco en educación terciaria tenemos la cobertura requerida, a pesar de que ese nivel no sufrió deterioro con la crisis de los ochenta. La educación superior en 2016 alcanzó al 28,2% de la población de 18 a 24 años frente a 41,7 promediado por OECD. En la capacitación laboral, el INA bajó de 51.349 personas egresadas en el 2009 a 30.919 en 2016 (compárese con 204 mil desocupados a fines de 2017).

Más serio es el problema con la calidad. El impacto de la educación en el crecimiento depende del desarrollo de habilidades que genere y no del número de años que los alumnos estén sentados en un pupitre. Tenemos niveles de escolaridad aceptables comparados con otras zonas del mundo, pero el nivel de habilidades generado es muy insuficiente.

En las pruebas de PISA para detectar las habilidades de estudiantes de 15 años en matemáticas, ciencia y lectura estamos muy por debajo de los promedios de la OECD. En matemáticas nuestros estudiantes tienen el equivalente a dos años de atraso respecto a esos países. En las tres materias las pruebas han demostrado una caída (no muy significativa) de 2009 a 2012 y de 2012 a 2015. Y una buena parte de los jóvenes que estudian, a los 15 años no llegan ni siquiera a la habilidad mínima de los países de la OECD.

Como si lo anterior fuera poco, enfrentamos el reto de la robotización y la Inteligencia Artificial, que según el Presidente del Banco Mundial ponen en riesgo dos terceras partes de los puestos de trabajo de los países en desarrollo.

El problema no es falta de recursos, ni de estímulos al educador. De 2006 a 2015 el gasto en educación se incrementó en 3,4 puntos del PIB, lo que principalmente se invirtió en mejoras salariales para los educadores.

Las soluciones las conocemos. Se trata de lo que ocurre en el aula, y sabemos que nuestros educadores utilizan una menor proporción del tiempo lectivo en su tarea que los educadores de las naciones con mejores resultados en la adquisición de habilidades.

La buena noticia es que los profesores excelentes no nacen, se hacen.

Para gozar de profesores excelentes requerimos motivar a jóvenes con capacidad y vocación para docencia, para lo cual ya contamos con salarios atractivos. Requerimos además, constatar sus conocimientos al contratarlos, entrenarlos al comenzar a ejercer su docencia para que desarrollen el arte de enseñar, supervisarlos, evaluar su rendimiento y facilitar su continua actualización. Nada de esto hacemos.

En la enseñanza técnica y en la capacitación laboral también requerimos transformaciones importantes. En la universidad pública es fundamental ampliar la matrícula e impulsar las carreras pertinentes para el siglo XXI, en vez de fosilizar las actuales. Las medidas para lograrlo las he señalado en múltiples artículos y están claramente indicadas en el VI Informe sobre el Estado de la Educación y en el documento “La Educación en Costa Rica”, que presentó el año pasado la OECD.

No son cambios fáciles de ejecutar. Requieren coraje, claridad de metas y habilidad negociadora con los gremios. Pero ante nuestra realidad son el reto más importante que enfrentan las autoridades que el pasado día primero y mañana día 8 de mayo entrarán en funciones.

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