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“Con la muerte de Gabo aprendí que hay una diferencia entre la tragedia de perder gente joven y la tristeza de que una persona muera al final del ciclo de vida”

Diana Massis - HayFestivalCartagena@BBCMundo | Viernes 28 enero, 2022


Gabriel García Márquez y su esposa Mercedes Barcha en un tren
Getty Images

Merche y Gabo se conocieron cuando él tenía 14 y ella 10, en los albores del siglo XX. Poco sospechaban entonces la vida extraordinaria que les esperaba.

Gabriel García Márquez y Mercedes Barcha, también conocidos como "Los Gabos", estuvieron 57 años casados, tuvieron dos hijos y una vida literaria que transcurrió entre Barcelona y México DF.

La vivencia de sus partidas es lo que narra Rodrigo García (Bogotá, 1959), el mayor de sus hijos, en su libro "Gabo y Mercedes: una despedida".

La de su padre fue en 2014 y la de su madre en 2020. Ambos llegaron a los 87.

Sus recuerdos trascurren en la casa-estudio de la calle Fuego, en la capital mexicana, y recogen los últimos días de García Márquez, después de un largo proceso de pérdida de la memoria y de deterioro físico.

En ese tiempo de dolor e incertidumbre, el director y guionista, que reside en Los Ángeles (California, Estados Unidos), comenzó a tomar notas "sin una idea muy clara". "Con algo de culpabilidad, de sentir que estaba traicionando la intimidad", añade.

Los textos quedaron guardados. "Sabía que mientras mi madre viviera aquello no se podía enseñar".

Con el tiempo, Rodrigo García, que participa en el festival Hay Cartagena 2022, descubrió que no quería escribir sobre la muerte de un autor famoso. Quería hacerlo "sobre la despedida de los padres y el final del club de los cuatro, que éramos ellos, Gonzalo y yo".

Así relata el momento de la muerte de Gabo:

La enfermera diurna sale a mi encuentro. «Su corazón se detuvo», dice nerviosamente. Entro a la habitación y al comienzo observo que mi padre se ve igual que hace menos de diez minutos, pero después de unos segundos me doy cuenta de lo equivocado que estoy. Se ve destrozado, como si algo lo hubiera fulminado —un tren, un camión, un rayo—, algo que no le causó más heridas que arrebatarle la vida. Rodeo la cama y me acerco a él y maldigo en voz baja.

A partir de la muerte de Gabo narras todo el proceso de su partida, desde que sacan su cuerpo y "duelen hasta los huesos: se va de la casa…", hasta la despedida final: "La imagen del cuerpo de mi padre entrando al horno crematorio es alucinante y anestésica". ¿Cómo rememoras hoy esas experiencias?

Curiosamente ahora el libro enmarca el recuerdo. Cuando pienso en eso vienen las imágenes que yo describí; lo narrado y los recuerdos se mezclan mucho.

Lo definitivo de la salida de la casa, sentir que se está yendo, ahora sí, por última vez, fue muy impresionante. Pero el momento más indescifrable fue la incineración, porque era una imagen extrañísima: el cuerpo de tu padre siendo incinerado, un cuerpo que ya no es él. La incineración que te reduce a polvo.

Cosas tan difíciles de concebir, tan absurdas, son demasiados sentimientos encontrados y el resultado es una especie de incomprensión absoluta.

¿Cuando uno se queda sin padres, hay sensación de orfandad?

No sentí esa sensación, porque al morir mi madre yo iba a cumplir 71. Con la pérdida de memoria de Gabo hubo una larga transición donde, de alguna manera, Gonzalo y yo nos volvimos los padres.

Sigue siendo triste y también increíble que la gente se muera, pero cuando llegan a sus 85, 86, 87, estamos en el territorio de la lógica y lo inevitable. Con la muerte de Gabo aprendí que hay una diferencia entre la tragedia de perder gente joven y la tristeza de que una persona muera al final del ciclo de vida.

Por suerte vivieron mucho tiempo, entonces ya me agarró más bien pensando en mi propio destino. Espero contar con igual fuerza e igual suerte.

Rodrigo García junto al actor Ewan McGregor
Getty Images
Rodrigo García junto al actor Ewan McGregor

"—¿Quiénes son esas personas en la habitación de al lado?—le pregunta a la empleada del servicio.

Sus hijos.

¿De verdad? ¿Esos hombres? Carajo. Es increíble".

Ese es uno de los episodios de la pérdida de memoria de tu padre. ¿Sufría cuando se fue dando cuenta?

Al principio no, porque eran pequeñas cosas, una especie de continuación de lo que empezó a partir de los 50 largos o sesentas, que fue olvidar un nombre, confundir una cara, o en qué año fue qué cosa.

Sin embargo, hay otra etapa muy dura donde la persona está consciente y sufre de ansiedad y pánico por estar perdiendo la memoria; ese fue un año difícil, pero después, como decía él, "se me olvida que se me olvida", y pasó a una etapa bastante apacible.

Hay gente que con la demencia o con el alzhéimer le cambia mucho la personalidad, se ponen agresivos. Gabo siempre estuvo muy dócil. Aprensivo de ver caras desconocidas, no le gustaba salir de la casa a menos que estuviera rodeado de gente familiar, pero estuvo bastante tranquilo.

La viuda y los hijos de Gabriel García Márquez
Getty Images

En ese proceso, Gabo te invitó a hacer un guion a medias, y reconoces con cierta culpa que esto te provocaba por una parte incomodidad y, por otra, cierta satisfacción al sentirte intelectualmente más hábil que él. ¿Por qué?

Cuando nos estábamos sentando a escribir, él ya estaba bastante distraído, entonces era más trágico.

Fue inquietante trabajar ese guion en los pocos intentos que hicimos, porque era evidente que ya no lograba sostener la concentración para narrar una historia. Fue frustrante.

Por otra parte, siempre hay una culpabilidad en sentirse superior a los padres. Una satisfacción, una culpabilidad, solo describí el sentimiento.

Me costó suficiente hablar de eso. Para qué analizarlo, me bastaba con admitirlo.

"Me paro a los pies de la cama y lo observo, deteriorado como está, y me siento a la vez su hijo (su hijito) y su padre", dices. ¿Cómo era Gabo con sus hijitos?

Siempre estuvo presente, físicamente además, porque trabajaba en la casa. Nunca tuvo oficina.

Cuando vivíamos en Barcelona estaba en uno de los cuartos del departamento, y en sus últimos 35 años en México, en el estudio de la calle Fuego.

Era muy exigente con la escuela, la educación, las formas, pero también muy atento a lo que estábamos tratando de hacer, preocupado de que su fama y su éxito no nos aplanchara.

Su frase era: "¿Cómo va la vida?, ¿qué hay de nuevo?, ¿qué está pasando?, ¿en qué andas?".

Preguntaba con mucha insistencia en una época en la que los hijos tienden a no abrirse, sobre todo los varones, en tus 18, 20, 25.

Era cariñoso y mucho más dispuesto a escuchar de lo que uno estaba dispuesto a contar.

Gabriel García Márquez pensativo
Getty Images

En cuanto al rol de padre que fueron asumiendo los hijos, durante la agonía debían tomar ciertas decisiones médicas destinadas a acelerar o ralentizar el proceso. ¿Sentiste que tenías de alguna manera la vida de tu padre en tus manos?

La prioridad que es que no sufran. Independientemente de que algunas de las medidas habladas a sangre fría resultaran draconianas o despiadadas, siempre teníamos muy presente el objetivo.

Hay una inevitabilidad de lo que va a suceder, entonces quieres que haya el menor sufrimiento para el enfermo y también para mi madre, dentro de lo posible.

Pero a pesar de que todo eso es difícil, se hace más fácil si uno tiene un objetivo claro, y es facilitarle todo al enfermo.

Gabo, Mercedes y sus hijos en Roma en 1969
Getty Images
Gabo, Mercedes y sus hijos en Roma en 1969.

¿Hay que tener cierta madurez para manejar eso?

No sé si uno está listo. La muerte siempre resulta una cosa increíble. Pero estábamos muy en equipo, Gonzalo, mi madre, nuestras esposas, hijos, había todo un clan.

También nos apoyó mucho la gente que trabajaba en la casa, que llevaban décadas, muchos de ellos 20 o 30 años. Había quorum. Eso ayudó.

El separarse de los padres de esta manera tan cruda que narras, te pone en primera línea. ¿Con qué te enfrentas?

Es la vida en primera fila y, con todo, hay que recordarse constantemente de la suerte de las buenísimas vidas que vivieron mis padres, vidas largas y muy afortunadas, absolutamente excepcionales.

Y no solo por el éxito, sino cómo se acoplaron al éxito.

Mis padres eran personas de ciudades y pueblos pequeños y remotos de la Colombia de los años veintes y los treintas. Entonces sí, fueron viajes muy grandes, un arco de vida con unas distancias increíbles recorridas.

Y a Gonzalo, a mí y a sus nietos nos tocó mucho de eso. Puedes estar impresionado, triste, pero también hay que count your blessings ("contar tus bendiciones"), como dicen en inglés.

¿Fuiste parte o te sientes fuera de esa vida?

Sigo siendo una extensión de esa vida. Me gusta más de lo que me disgusta.

A veces la gente me dice: "Oye, pero debió ser muy difícil, tú, siendo director, guionista, ser hijo de un famoso". Si cuento las ventajas con las desventajas, las ventajas ganan muchísimo.

Además, es mi identidad. No la cambiaría por nada.

¿Cuáles son las desventajas?

Me da la impresión, no estoy seguro, pero es una sensación que también veo con hijos de famosos en el mundo del cine, y es que si uno crece en una casa con un padre o en algunos casos con dos padres famosos, hay una especie de expectativa de que a uno también le va a suceder.

Aunque conscientemente, racionalmente, uno sabe que no hay nada garantizado.

Es esa sensación de que si mi padre es carpintero, yo también podré ser carpintero. Si mi padre crió caballos, yo también puedo criar caballos.

Es una expectativa que enseguida se llena de frustraciones. Entonces, es importante tratar de ser persistente, no desanimarse y, sobre todo, estar consciente de que viene de una ficción.

No necesariamente uno va a tener el éxito de los padres. De hecho, es una excepción.

Porque además García Márquez es excepcional, pues una cosa es el talento y otra es el éxito. ¿Qué tenía él, y su entorno junto a tu madre, que lo hizo llegar allí?

Las razones del éxito siempre son muy resbalosas.

Es muy notable que él tuviera un reconocimiento literario de altísima calidad entre críticos e historiadores y un éxito popular —eso es rarísimo—, además de un carisma personal para volverse personas famosas.

Son escritores como Dickens o Mark Twain los que lo han conseguido y es un misterio.

Creo que parte de su éxito es el deseo siempre de contar una historia humana interesante.

Aun en "Cien años de soledad", que es una especie de experimento posmoderno por su forma, su fondo, su narrador y el tiempo cíclico, independientemente de la audacia literaria la historia humana que se cuenta es interesante, divertida y trágica, emocionante. Y la gente responde a eso.

Gabriel García Márquez saluda a seguidores en 1982
Getty Images
Gabriel García Márquez saluda a seguidores en 1982

¿Tienes ese mismo impulso como contador de historias?

Cada vez me interesa menos la película minimalista, la película trágica, la película interior, y me interesan más las historias de aventuras emocionales, de peripecias de la locura humana.

Sorprende cuando confiesas que te demoraste unas cuantas décadas en descubrir por qué te habías ido a trabajar a otro país con otra lengua, fuera de la influencia del éxito de tu padre. ¿Fue una decisión inconsciente?

Resulta increíble, pero no me di cuenta de eso hasta mis cincuentas, prácticamente.

Como tantas decisiones, había sido una reacción, aunque creo que es bastante normal. Se podría decir que en la vida todo lo que uno hace lo hace a favor o en contra de los padres o de uno de ellos.

Todo es una reacción positiva o negativa a una influencia, un deseo o cualquier tipo de estímulo paternal o maternal. El impacto es inevitable.

Cuentas que los nietos definían a su abuela como "excéntrica y sensata, sobria y escandalosa". ¿Uno de los impactos que provocó tu madre se traduce en tu pasión hacia las mujeres complejas?

Es una suposición mía. La verdad es que ella era una personalidad fuerte, compleja, muy amante del mundo, de la vida; con una mezcla de aplomo y audacia personal y de ansiedad y miedos, toda una contradicción.

Mi intuición es que tener una madre tan especial hace que te interesen las mujeres, pero debo decir también que tanto mi padre como mi madre fueron muy amigos de mujeres que estuvieron muy presentes en la casa de mi infancia como Carmen Mutis, la esposa de Álvaro Mutis, Leticia Feduchi, esposa del doctor Feduchi en Barcelona, Carmen Balcells; mujeres con mucha fuerza.

La mayoría de las películas que he hecho son sobre personajes femeninos, aunque últimamente me interesan más los masculinos.

¿Hay algún tipo de liberación cuando los padres se van de este mundo?

Es posible que la haya. Yo no la sentí porque mis padres tuvieron una larga despedida, sobre todo Gabo.

Con Mercedes se sintió un poco más la pérdida, porque a pesar de estar físicamente disminuida, estaba muy entera de la cabeza y se fue en cuestión de dos días.

Hay la liberación de la preocupación de los padres mayores, de eso sí hay un descanso. Es irónico y absurdo decir que la muerte te libera de una preocupación, pero cuando la gente está muy disminuida sí lo hace. Pero no me siento particularmente liberado.

De hecho, no siento que estén muy muertos. Siento que por ahí están todavía dando la lata, están tan presentes en la cabeza que es imposible.

¿Qué aprendiste de contar esta despedida?

Contarlo es una especie de catarsis, te ayuda a procesar.

En el caso de Gabo, fueron unos días que ya se van perdiendo en el tiempo, amorfos, y al escribir haces un esfuerzo por concretar realmente qué recuerdas, cómo lo recuerdas, qué sentiste en su momento, qué sientes ahora.

Te ayuda a retratar las cosas para que no se vaya disolviendo todo en la cabeza.

Y cuando ibas a publicar el libro, ¿pensaste en cómo reaccionarían ellos?

Como diría mi padre, "después de muerto, hagan lo que quieran". Eso me exculpa bastante, y él como escritor entendería el impulso y la necesidad de hacerlo.

Creo que mi madre tendría una reacción mixta. Por un lado diría "qué chismoso, por qué escribiste esto", y luego llamaría alguna amiga para decirle: "¿Ya viste el libro de Rodri? Está precioso".


Este artículo es parte de la versión digital del Hay Festival Cartagena, un encuentro de escritores y pensadores que se realiza en esa ciudad colombianadel 27 al 30 de enero de 2022.


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