Columna de German Retana
| Jueves 20 marzo, 2008
Columna de German Retana
¿Y ahora qué?
Se intenta una y otra vez; en todas las ocasiones está presente la esperanza de revertir el resultado adverso que se repite por varios años. Algo pasa y se vuelve a caer. La frustración es creciente, las explicaciones insuficientes, la amargura de la derrota inunda la mente y las palabras que se pronuncian no son más que un poco de oxígeno para mantener a flote el ánimo, pues la tarea continúa. ¿Qué hacer?
Primero, el dolor no debe ser un prisionero, no hay nada de malo en expresarlo, y menos en sentirlo, pues es una manifestación de cuánto importa ganar y no se logra. Según Dostoievski, “no hay desgracias para los corazones débiles”, por eso es que los que sufren las derrotas y prometen levantarse, lo hacen sin olvidar que la victoria no llegará de nuevo a menos que se supere el nivel de esfuerzo que condujo a la derrota anterior. Así, cuanto más intenso el dolor, más grande será la promesa, y más firme la decisión de regresar al camino que conduce a la reivindicación.
Segundo, al reconocimiento y expresión del dolor, le sigue la toma de la decisión sobre la reacción más inteligente y sensata que conviene a quien enfrenta la adversidad. Resignarse es una opción; la otra es levantarse, en cuyo caso es preciso ser realista para reconocer la diferencia entre el desempeño actual y el que será necesario para cambiar la historia de los resultados desfavorables. Las emociones paliativas y las palabras de consuelo deben ceder el paso al dato, a los hechos y a las capacidades comprobadas. Sin verdades como plataforma sería como usar una escalera sobre arenas movedizas.
Si la decisión es seguir hacia adelante, el tercer paso será guardar silencio y acatar el consejo de Horacio: “Acuérdate de conservar la mente serena en los acontecimientos graves”. Así aumentará el discernimiento para definir el plan de acción. Reaccionar con sabiduría es terreno fértil para forjar nuevas virtudes, que serán vitales para alcanzar la victoria final, aquella que podría haber estado lejos sin las derrotas intermedias que aceleran el rumbo hacia la madurez.
Si, por ejemplo, la virtud de la unión surge revitalizada luego de una adversidad, los miembros de un equipo descubren que, adelante, ninguna derrota será más grande que esa unión. Con ella, no habrá tiempo para lamentos ni culpabilidades, pero sí la persistencia absoluta en el trabajo redoblado. En la nueva página que todos abren, leen las palabras de Eurípides: “Los vientos no siempre soplan del mismo cuadrante ni con igual fuerza”. ¡Todo cambia! Los humanos nacemos con dos habilidades que solo muriendo detenemos: respirar y pensar; si ambas se hacen con inteligencia se llega al quinto y más importante paso para revertir la adversidad: la perseverancia, alfarera del éxito.
¿Y ahora qué?
Se intenta una y otra vez; en todas las ocasiones está presente la esperanza de revertir el resultado adverso que se repite por varios años. Algo pasa y se vuelve a caer. La frustración es creciente, las explicaciones insuficientes, la amargura de la derrota inunda la mente y las palabras que se pronuncian no son más que un poco de oxígeno para mantener a flote el ánimo, pues la tarea continúa. ¿Qué hacer?
Primero, el dolor no debe ser un prisionero, no hay nada de malo en expresarlo, y menos en sentirlo, pues es una manifestación de cuánto importa ganar y no se logra. Según Dostoievski, “no hay desgracias para los corazones débiles”, por eso es que los que sufren las derrotas y prometen levantarse, lo hacen sin olvidar que la victoria no llegará de nuevo a menos que se supere el nivel de esfuerzo que condujo a la derrota anterior. Así, cuanto más intenso el dolor, más grande será la promesa, y más firme la decisión de regresar al camino que conduce a la reivindicación.
Segundo, al reconocimiento y expresión del dolor, le sigue la toma de la decisión sobre la reacción más inteligente y sensata que conviene a quien enfrenta la adversidad. Resignarse es una opción; la otra es levantarse, en cuyo caso es preciso ser realista para reconocer la diferencia entre el desempeño actual y el que será necesario para cambiar la historia de los resultados desfavorables. Las emociones paliativas y las palabras de consuelo deben ceder el paso al dato, a los hechos y a las capacidades comprobadas. Sin verdades como plataforma sería como usar una escalera sobre arenas movedizas.
Si la decisión es seguir hacia adelante, el tercer paso será guardar silencio y acatar el consejo de Horacio: “Acuérdate de conservar la mente serena en los acontecimientos graves”. Así aumentará el discernimiento para definir el plan de acción. Reaccionar con sabiduría es terreno fértil para forjar nuevas virtudes, que serán vitales para alcanzar la victoria final, aquella que podría haber estado lejos sin las derrotas intermedias que aceleran el rumbo hacia la madurez.
Si, por ejemplo, la virtud de la unión surge revitalizada luego de una adversidad, los miembros de un equipo descubren que, adelante, ninguna derrota será más grande que esa unión. Con ella, no habrá tiempo para lamentos ni culpabilidades, pero sí la persistencia absoluta en el trabajo redoblado. En la nueva página que todos abren, leen las palabras de Eurípides: “Los vientos no siempre soplan del mismo cuadrante ni con igual fuerza”. ¡Todo cambia! Los humanos nacemos con dos habilidades que solo muriendo detenemos: respirar y pensar; si ambas se hacen con inteligencia se llega al quinto y más importante paso para revertir la adversidad: la perseverancia, alfarera del éxito.