Clientelismo sistémico
| Lunes 28 diciembre, 2009
Clientelismo sistémico
Hace unos 20 años, durante los primeros años de la década del 90 viví durante tres años en México D.F., casi al final de la administración Salinas de Gortari y entre los corrillos del ITAM, mientras llevaba clases de mi maestría en economía con, entre otros, el actual presidente de México, don Felipe Calderón, aprendí que en aquel momento la sociedad mexicana tenía un mal que carcomía prácticamente todas las dimensiones de su institucionalidad, aprendí como funcionaba una sociedad, donde desde la licitación para la participación en las tortillerías de Tamaulipas —que administraba el padre de un muy buen amigo, Otoniel Ochoa— hasta la licitación de la nueva telefonía de TELMEX, aún en manos públicas por aquellos años, y que luego tomaría el magnate mexicano Carlos Slim, tenía que ver con un proceso sistémico de clientelismo político. Descubrir esa situación y los detalles de cómo funcionaba una economía de ese tamaño, con esas condiciones y con la total impunidad política, incluyendo el asesinato de gobernadores y de candidatos presidenciales, me generó el pavor y el temor a quedarme por allá, a pesar de que luego de tener mi título de maestro en economía, no fueron pocas la ofertas de trabajo que tenía.
Casi 20 años han pasado desde mi regreso de México a Costa Rica y a pesar del enorme cariño y simpatía que tengo por aquella nación, de los tantos amigos y colegas con los que aún conservo una entrañable amistad y de las inolvidables vivencias, experiencias y sobre todo, la calidad de su gente; me viene a la mente a cada instante la necesidad de colaborar para que Costa Rica evite convertirse en una sociedad con clientelismo sistémico. Lamentablemente, con el pasar de los años, mi experiencia dentro y fuera de la universidad —UNA y UCR— donde imparto lecciones, me ha demostrado que poco a poco hemos venido perdiendo el rumbo, hemos venido virando el barco en la dirección equivocada, nos estamos acercando peligrosamente al clientelismo sistémico. Lo lamentable de todo esto es que quien más pierde con el clientelismo sistémico es la competitividad del país, el ambiente de los negocios y sobre todo, la democracia misma.
Es lamentable que el clientelismo electoral, muy de moda en estas épocas, se apodere de la conciencia de nuestros ciudadanos, es increíble que nuestros valores básicos estén siendo reducidos a un individualismo a ultranza, a un interés por subir aun a costa de los demás y de su dignidad, por supuesto, el mayor daño del clientelismo es la creciente impunidad de quienes lo ejercen, muchas veces al amparo del propio sistema jurídico o de poder, que se encarga de ocultar bajo argumentos falseados, el ejercicio de todo tipo de anomalías en nuestras instituciones. Cada vez más separamos lo éticamente correcto, de lo legalmente permitido al actuar, eso debe terminar. Lamentamos como se ha vuelto a usurpar moralmente la Defensoría de los Habitantes, si bien es legal, nos parece inmoral la elección, al igual que lamentamos que los pequeños temas en nuestras instituciones, la admisión, los nombramientos de último momento, los despidos disfrazados, amenazas y mobbing laboral para los pocos que se atreven a denunciar, temas que rozan con la ética ciudadana, sigan siendo ocultados bajo la lógica de lavado en casa de los trapos sucios, o simplemente, porque quienes cuentan la historia son los ganadores y efectivamente cuentan la historia falseada y divorciada de la realidad.
Es inminente la necesidad de impulsar el ejercicio profundo de una nueva ciudadanía, activa, crítica, capaz de decir no al clientelismo, de denunciar abiertamente y sin tapujo la corrupción y sobre todo, de ejercer el debido castigo con su voto a quienes intenten usurpar lo más sagrado de un ser humano, sus principios. Los costos de convertirnos en una sociedad con clientelismo sistémico son el deterioro de las instituciones, su credibilidad y como tal, su capacidad para garantizar los derechos y deberes de todos los que formamos parte de ellas. Una vez cruzada la línea de dicho límite, el país tomará cualquier rumbo, menos el rumbo de un desarrollo con democracia. Esperemos confiados en que este temor que renace en mi persona, pueda convertirse en ilusión y esperanza, esperemos que podamos discernir adecuadamente entre las ofertas electorales nacionales y universitarias y que podamos juntos, eliminar la sombra del clientelismo sistémico en nuestro país.
Leiner Vargas Alfaro
Economista
lvargas@una.ac.cr
Hace unos 20 años, durante los primeros años de la década del 90 viví durante tres años en México D.F., casi al final de la administración Salinas de Gortari y entre los corrillos del ITAM, mientras llevaba clases de mi maestría en economía con, entre otros, el actual presidente de México, don Felipe Calderón, aprendí que en aquel momento la sociedad mexicana tenía un mal que carcomía prácticamente todas las dimensiones de su institucionalidad, aprendí como funcionaba una sociedad, donde desde la licitación para la participación en las tortillerías de Tamaulipas —que administraba el padre de un muy buen amigo, Otoniel Ochoa— hasta la licitación de la nueva telefonía de TELMEX, aún en manos públicas por aquellos años, y que luego tomaría el magnate mexicano Carlos Slim, tenía que ver con un proceso sistémico de clientelismo político. Descubrir esa situación y los detalles de cómo funcionaba una economía de ese tamaño, con esas condiciones y con la total impunidad política, incluyendo el asesinato de gobernadores y de candidatos presidenciales, me generó el pavor y el temor a quedarme por allá, a pesar de que luego de tener mi título de maestro en economía, no fueron pocas la ofertas de trabajo que tenía.
Casi 20 años han pasado desde mi regreso de México a Costa Rica y a pesar del enorme cariño y simpatía que tengo por aquella nación, de los tantos amigos y colegas con los que aún conservo una entrañable amistad y de las inolvidables vivencias, experiencias y sobre todo, la calidad de su gente; me viene a la mente a cada instante la necesidad de colaborar para que Costa Rica evite convertirse en una sociedad con clientelismo sistémico. Lamentablemente, con el pasar de los años, mi experiencia dentro y fuera de la universidad —UNA y UCR— donde imparto lecciones, me ha demostrado que poco a poco hemos venido perdiendo el rumbo, hemos venido virando el barco en la dirección equivocada, nos estamos acercando peligrosamente al clientelismo sistémico. Lo lamentable de todo esto es que quien más pierde con el clientelismo sistémico es la competitividad del país, el ambiente de los negocios y sobre todo, la democracia misma.
Es lamentable que el clientelismo electoral, muy de moda en estas épocas, se apodere de la conciencia de nuestros ciudadanos, es increíble que nuestros valores básicos estén siendo reducidos a un individualismo a ultranza, a un interés por subir aun a costa de los demás y de su dignidad, por supuesto, el mayor daño del clientelismo es la creciente impunidad de quienes lo ejercen, muchas veces al amparo del propio sistema jurídico o de poder, que se encarga de ocultar bajo argumentos falseados, el ejercicio de todo tipo de anomalías en nuestras instituciones. Cada vez más separamos lo éticamente correcto, de lo legalmente permitido al actuar, eso debe terminar. Lamentamos como se ha vuelto a usurpar moralmente la Defensoría de los Habitantes, si bien es legal, nos parece inmoral la elección, al igual que lamentamos que los pequeños temas en nuestras instituciones, la admisión, los nombramientos de último momento, los despidos disfrazados, amenazas y mobbing laboral para los pocos que se atreven a denunciar, temas que rozan con la ética ciudadana, sigan siendo ocultados bajo la lógica de lavado en casa de los trapos sucios, o simplemente, porque quienes cuentan la historia son los ganadores y efectivamente cuentan la historia falseada y divorciada de la realidad.
Es inminente la necesidad de impulsar el ejercicio profundo de una nueva ciudadanía, activa, crítica, capaz de decir no al clientelismo, de denunciar abiertamente y sin tapujo la corrupción y sobre todo, de ejercer el debido castigo con su voto a quienes intenten usurpar lo más sagrado de un ser humano, sus principios. Los costos de convertirnos en una sociedad con clientelismo sistémico son el deterioro de las instituciones, su credibilidad y como tal, su capacidad para garantizar los derechos y deberes de todos los que formamos parte de ellas. Una vez cruzada la línea de dicho límite, el país tomará cualquier rumbo, menos el rumbo de un desarrollo con democracia. Esperemos confiados en que este temor que renace en mi persona, pueda convertirse en ilusión y esperanza, esperemos que podamos discernir adecuadamente entre las ofertas electorales nacionales y universitarias y que podamos juntos, eliminar la sombra del clientelismo sistémico en nuestro país.
Leiner Vargas Alfaro
Economista
lvargas@una.ac.cr