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Chisporroteos

Alberto Cañas afcanas@intnet.co.cr | Sábado 15 diciembre, 2007


Estuve presente en una ceremonia casi privada de esas que llamamos entregas de libros. Treinta o cuarenta funcionarios de la Caja Costarricense de Seguro Social se reunieron en torno a un libro escrito por uno de ellos. Y acepté gustoso la invitación que me hicieron, porque estimo que ese funcionario de la Caja, filólogo y todo lo que ustedes quieran, Gerardo Campos Gamboa, es uno de los dos o tres mejores cuentistas que tiene Costa Rica, un cultor del idioma y de la prosa de categoría, y que estoy seguro de que figurará a su tiempo en la historia de nuestra literatura, a la par de Salazar Herrera, de Fabián Dobles, de Durán Ayanegui y en fin, de los mejores maestros costarricenses de la narración autóctona breve.

HABIA UNA VEZ HOMERO (que acaba de aparecer con el sello de la Euned y no sé si ya llegó a librerías, es el tercer volumen de cuentos de Gerardo Campos y mantiene lo que ha sido una técnica particular y constante de este escritor, y es que cada uno de sus libros crea un mundo, dentro del cual se desarrollan todas las historias, con personajes que pasan de uno a otro relato, y con una unidad total y asombrosa a fin de cuentas.

Su primera colección: Marisol sí sabe por qué te quiere, Ernesto (EUNED, 1998), crea un justo y precioso mundo rural, y todos los relatos de ese libro se desarrollan en un distrito preciso (probablemente basado en el sitio donde creció su autor), y aunque tomados en conjunto podrían haber configurado una novela, su autor se empeñó en que cada uno tuviera vida propia, aunque compartieran ambiente, geografía, clima y personajes. Algo parecido a lo que Francisco Escobar hiciera en Allá por la Carpintera, pero la obra de Escobar está más cerca de la novela, y los relatos de Campos evitan arrimarse a ella.

El segundo libro de nuestro autor se titula Las Rosas de la 23X (Editorial Costa Rica. 2003), y en él se construye otro mundo: el de un barrio o ciudadela similar a los Hatillos del INVU, que con sus personajes reconocibles y algunos no tanto, vive plenamente en las páginas, a lo largo de todos los relatos, nuevamente con personajes que pasan de un cuento a otro con facilidad, protagonistas en uno y apenas testigos o música de fondo en otro. Pero en ese libro hay un relato, el que le da título, que a mi modesto juicio es uno de los diez o veinte mejores cuentos que se han escrito en Costa Rica.

Ahora viene el tercero. Nuevamente, Campos crea un mundo. Pero esta vez es el mundo sórdido del San José nocturno y prostituido de hoy. No sé si habrá sido algún pudor el que lo llevó a disimular el horrendo realismo de este libro, mediante el recurso de hacer que los cuentos los narre un protagonista que está recluido en un manicomio, y al que le da por imponer nombres griegos a los personajes, aunque sus conductas no sean las de los epígonos que inicialmente el lector supone que van a ser. El truco, lo confieso, trabaja a medias, pero solo a medias, porque la realidad se cuela, y leemos convencidos de que el autor nos está diciendo y describiendo verdades. Además, como es su costumbre, lo hace con un firme dominio del léxico, una estupenda pero contenida riqueza verbal, y una técnica de narración que muchos nos la quisiéramos para dominguear.

No me queda la menor duda: Gerardo Campos es de los importantes. Es hora de que lo reconozcamos y lo hagamos público. En lo que a este columnista se refiere, creo que al escribir estas líneas he cumplido con un deber.

N.B. En mi columna del miércoles aludí a una célebre frase de don Pepe como proferida en la inauguración de NAMUCAR. Grave error: fue en la inauguración de NUMAR. Pido excusas como náufrago que soy en el mar de las siglas.

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