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Alberto Cañas afcanas@intnet.co.cr | Miércoles 19 septiembre, 2007


Quiero destacar aquí —y me complace reconocer que ya otros lo han hecho— la conducta de mi respetada y querida amiga Sadie Bravo, que, obligada por circunstancias familiares a separarse de su curul de diputada, ha renunciado al aumento en su pensión de educadora a que, según la ley, tiene derecho.

Algún pensador a quien leí en mi adolescencia, sostenía que la renunciación, y la decisión de practicarla, eran probablemente la distinción más clara y terminante entre el ser humano digno e imitable, y el que no lo es. En la Costa Rica de becerro de oro que soportamos, donde la única virtud pública ha terminado por ser la legalidad, un pensamiento como el que acabo de rememorar, y una conducta como la de Sadie Bravo, parecen cosa extraña, ajena, exótica, cuando deberían ser plato cotidiano. Y una ciudadana como ella, algo así como la representante de una especie zoológica en vías de extinción, que deberíamos todos (como nos lo dicen a veces sobre las especies zoológicas) apresurarnos a cuidar, a proteger y a empeñarnos en que no desaparezcan.

Decía mi recordado don Chico Orlich, que “en las posiciones públicas hay que estar pegados con saliva”. Es decir, dispuestos a renunciarlas por el más nimio de los motivos En el caso de doña Sadie, de lo que se trata no es de que haya decidido, por respetabilísimas razones, separarse de la Asamblea Legislativa, (cosa nacionalmente lamentable), sino la forma en que lo ha hecho y el agregado que le ha puesto a su renuncia.

La verdad es que, según me percato ahora, la cita que hice de don Chico no me vino a propósito de doña Sadie, sino de otros que ya deberían estar en sus casas, y recluidos en sus habitaciones particulares.

Es una lástima que perdamos una diputada como ella. Pero la verdad es que, dentro o fuera de la Asamblea Legislativa, el país sabe que cuenta con una ciudadana de primera categoría para quien el país está antes que los intereses propios o de grupo.

Esta columna mía de hoy, más que despedida, es lamentación. Comprendo las razones de mi buena amiga, pero habría querido que no fuesen tan fuertes. En todo caso, no conozco a la dama que viene a sustituirla, pero personas que sí la conocen me dicen y aseguran, que será, como doña Sadie Bravo una diputada de primera categoría. Esto, admitámoslo, en una Asamblea como la actual, muy criticada por algunos porque no nos abruma aprobando leyes, leyes y más leyes, sino que medita, discute, y obstaculiza aquello en que no cree, y en la que hay excelentes diputados, tal vez en mayor cantidad que en muchas Asambleas anteriores. Lo cierto es que la auténtica manera de evaluar la labor de un Poder del Estado es la calidad y no la cantidad de lo que de él emana.

Buena suerte, amiga Sadie, y gracias por su labor.

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