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Alberto Cañas afcanas@intnet.co.cr | Sábado 01 septiembre, 2007


Eso de que declararan Benemérito de la Patria a Jorge Manuel Dengo, era nada más cuestión de tiempo. Si no lo hacían hoy lo harían mañana, porque era de rigor.

Más que de rigor, inevitable. Obligatorio.

Pocos costarricenses han tenido, a lo largo de la historia, una hoja de servicios tan copiosa, tan clara, tan patriótica, tan desinteresada, tan inteligente y tan útil como la suya.

Le conocí cuando en 1937, llegó al Liceo de Costa Rica, proveniente de la Escuela Normal de Heredia, a hacer allí con nosotros sus exámenes de bachillerato.

Pero sabía de su existencia desde antes y de su abolengo. Porque desde muy pequeño escuchaba a mi padre hacer reminiscencias y contar detalles del tiempo en que había compartido aula con Omar Dengo en el propio Liceo de Costa Rica, y sabía entonces sobre él, un poco más que el resto de la gente, aunque ya para entonces el nombre de don Omar era casi sagrado para los costarricenses.

Pero en el corto tiempo que compartimos, quise cultivarlo y ser su amigo. Y desde entonces sostenemos una amistad cordial y permanente, que luego se extendió a sus hermanos Omar (coetáneo mío), Gabriel (a quien empecé a admirar en el Centro para el Estudio de los Problemas Nacionales), y María Eugenia (a través de mi amistosa relación con quien luego fue su marido, Carlos Enrique Vargas).

Pero fue en realidad en la edad adulta que nos acercamos. Alguna lucha dimos juntos en materia de tarifas eléctricas allá por los años 50, cuando don Horacio Castro presidía el Servicio Nacional de Electricidad y Jorge Manuel era ya el enérgico e imaginativo gerente del ICE.

¿Para qué voy a hablar de su labor en el Ministerio de Obras Públicas como capitán del equipo de ingenieros que llevó don Chico Orlich a trabajar con él en el 48? ¿Para qué de su inconmensurable gerencia del ICE que está a la vista y que destella con la construcción de plantas eléctricas por ingenieros costarricenses y sin darlas en concesión a empresas de lucro? ¿Y de su labor como “Ministro de la Ceniza” en 1963 y de todas las cosas, en fin, que en estos días se están comentando, recordando, elogiando y añorando?

En esta época de crisis, exaltar la labor de Jorge Manuel Dengo, como el epítome de una generación que construyó verdaderamente una Segunda República basada en la solidaridad y en la búsqueda afanosa del bienestar del mayor número prescindiendo del fementido rebalse adamsmithista, es importante. Y más aún, que se le haya hecho semejante reconocimiento a un costarricense que representa y epitomiza las mejores virtudes de esa República que algunos se empeñan en destruir.

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