CHISPORROTEOS
Alberto Cañas afcanas@intnet.co.cr | Miércoles 30 julio, 2008
Alberto F. Cañas
El escándalo con destrucción que una multitud de vándalos protagonizó el domingo pasado en terrenos de la Ulatina, es una llamada de atención más sobre los efectos nefastos que sobre ciertos sectores jóvenes viene produciendo cierto tipo de cosa que llaman música, que atrae mucho a mentalidades primitivas, y que parece deliberadamente dirigida a producir determinados efectos en las gentes que la escuchan y que a ella se aficionan. Música diz que con contenidos literarios satanistas y otros disparates que, por otra parte, a bestseller por semana, es un gran negocio, como todo lo que sufrimos y experimentamos los seres humanos en estos días.
Lo cual es una lástima en un país que ha logrado formar una gran orquesta sinfónica nacional, junto a la cual han surgido otras de buena calidad, y donde cada año se celebra un Festival Musical de primera categoría que atrae a artistas de gran renombre. Este festival, hay que reconocerlo y proclamarlo, es obra de un admirable grupo privado.
Tal vez todo esto siga siendo un producto del extraño fenómeno que sufrieron las artes a partir del último tercio del siglo XIX, provocado en buena parte por los avances de la tecnología. La invención de la fotografía, por ejemplo, fue determinante en la decisión de los pintores de dejar de ser, como venían aspirando a serlo lográndolo, los reproductores fieles de la naturaleza, para pasar a ser sus intérpretes, dando más importancia a la luz que al dibujo. Los impresionistas abrieron la marcha, y la pintura no quiso competir con la fotografía. Surgieron el cubismo, el expresionismo, el surrealismo y todos los ismos del siglo XX, unos valiosos y otros no a juicio de cada cual. La escultura y otras artes la siguieron.
La invención del fonógrafo creó una industria musical que antes no se conocía. Las fábricas de discos no prosperarían con la música de entonces, no expresamente dirigida a grandes multitudes. Se produjo entonces una división en la música que hasta entonces no se conocía: para consumo popular, lo folklórico fue suplantado por algo todavía más dirigido a personas no cultivadas, que el vals vienés o las czardas que estaban de moda y se bailaban. La llamada música popular (que todos hemos disfrutado, cantado y bailado) adquirió un auge brutal en el siglo XX, lo mismo que sus artistas. Los siglos anteriores no conocieron artistas equivalentes a Raquel Meller, Carlos Gardel, Bing Crosby, Judy Garland, Pedro Vargas, Edith Piaf, Jorge Negrete, Frank Sinatra, o Los Beatles. El folklore latinoamericano sí interesó. La otra música se puso entonces más seria, y surgieron la atonalidad y otras exploraciones, todas de orden minoritario.
Se me acaba el espacio. Prometo seguir y terminar el próximo sábado.
afcanas@intnet. co.cr
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