Bueno versus óptimo
Francisco Áviles faviles@argo.cr | Miércoles 20 julio, 2016
Fue Voltaire el que acuño la frase “Lo perfecto es enemigo del lo bueno”. No faltan quiénes han dado la vuelta a la máxima y afirman que “lo bueno es enemigo de lo óptimo”, es decir, que una buena solución no tiene por qué ser la mejor solución posible. Esto lleva a muchos gerentes a buscar lo óptimo como principio fundamental de la organización o departamento que dirigen. Hablamos de una suerte de perfeccionismo que puede ser letal.
En la búsqueda de lo óptimo podemos caer en el error de perder recursos más valiosos que lo que generará el propio resultado perfecto. Quizá sea el tiempo que se invierte en encontrar un camino idóneo, el que más costoso resulte a la postre. Porque puede ocurrir que, a lo largo del proceso, el mercado o los competidores ya nos hayan sobrepasado, a pesar de haber optado ellos por una fórmula buena, no idónea.
El perfeccionismo también genera frustración. Lo explica Marc Zuckerberg, fundador de Facebook, “El objetivo de construir algo es construirlo, no cometer cero errores. Buscar la excelencia en cada proceso en positivo, pero puede derivar en desgaste físico y mental cuando vemos que las cosas no salen cómo habíamos planeado”.
En medicina la máxima de Voltaire es casi un principio fundamental. No se puede prolongar indefinidamente un diagnóstico para poder proceder a tratar una enfermedad. Siempre se pueden hacer más pruebas, para tener una certeza absoluta o descartar posibles diagnósticos alternativos, pero pretender el dictamen médico perfecto podría arriesgar la vida del paciente.
En muchas ocasiones, detrás de este síndrome lo que se oculta es el miedo a la toma de decisiones por parte del gerente. Miedo sobre todo a cometer errores, a fallar. Así, el gerente prefiere la seguridad del análisis, del diagnóstico pormenorizado, antes que el riesgo de la decisión.
Como siempre en el equilibrio está la virtud. Hay que buscar las mejores soluciones dentro de las limitaciones propias de tiempo y recursos que toda organización tiene. La perfección es un espejismo pues, si bien es positivo querer lograrla, tiende a desenfocar a toda la organización acerca del objetivo primordial. Resulta preferible avanzar ejecutando, con un buen resultado en un tiempo razonable, antes que anclarse en encontrar una solución perfecta.