Aprendiendo del fin del Imperio Otomano
| Lunes 14 marzo, 2011
Aprendiendo del fin del Imperio Otomano
Ante el sorpresivo despertar de los anhelos de libertad en los países árabes, algo podemos aprender de los errores cometidos con el desmembramiento del Imperio Otomano al concluir la Primera Guerra Mundial.
Extendiéndose desde Rabat hasta Muscat y de Trabazon a Aden, éste era un imperio que controlaba varios de los estrechos marítimos más estratégicos de la geografía mundial [Gibraltar, Bab al-Mandab, Hormuz, Dardanelos, Bósforo y desde 1869 la entrada y salida del Canal de Suez]. Era sin embargo un imperio enfermo, debilitado por la derrota en la Guerra de Crimea [1853-1856], la mala administración y la corrupción, así como algunas primeras duplicidades y anexiones territoriales de las potencias europeas. La errada decisión de apoyar al Eje durante la Primera Guerra Mundial, terminó de sellar su desmembramiento.
Con los acuerdos de Sykes-Picot [1916] y Sevres [1920], entre otros, cada kilómetro cuadrado fue repartido en una vorágine imperialista. En ningún caso, a pesar de las inspiradas letras del Tratado de Versailles [1919], las potencias permitieron que fuerzas autóctonas lideraran la construcción de estados independientes.
Pocos de los líderes nacionalistas árabes más moderados contaron realmente con el apoyo decidido de las potencias de entonces. Los intereses económicos y geopolíticos de éstas, convalidadas por el “aislamiento espléndido” de los Estados Unidos, frustraron los anhelos de libertad de todos los pueblos, salvo uno.
Aunque imperfecto, el más exitoso de todos los experimentos iniciados al concluir la Primera Guerra Mundial fue precisamente aquel que nació a contrapelo de los intereses europeos y que frustró la partición acordada entre las potencias en la Conferencia de San Remo [1920]. Turquía surgió como república independiente en el epicentro del Imperio Otomano gracias a la visión de Mustafa Kemal Atatürk y a las victorias alcanzadas en el campo de batalla [Armisticio de Mudanya, 1922] y la mesa de negociación [Tratado de Lausanne, 1923]. Hoy representa una alternativa interesante al ofrecer un modelo de democracia secular dispuesta a actuar de puente entre Oriente y Occidente.
Contrariamente a entonces, cuando la prolongada enfermedad del Imperio le otorgó a las potencias todo el tiempo necesario para hacerse con las suyas, los acontecimientos de las últimas semanas los han sorprendido.
Los planes de contingencia se están desarrollando sobre la marcha. La incómoda transición de antiguos socios de los déspotas ahora en la mira, a aliados de la libertad en la región, requerirá de un reacomodo de prioridades. A los intereses económicos y geopolíticos que han privilegiado desde fechas inmemoriales, deberán ahora agregar un decidido apoyo a favor de aquellas fuerzas realmente comprometidas con la libertad.
Entretanto, dependiendo de cómo proceden unos y otros, y cuánto han aprendido de sus respectivos errores en el pasado, lo mejor o lo peor está aún por venir.
Bruno Stagno Ugarte
Ex ministro de Relaciones Exteriores
Ante el sorpresivo despertar de los anhelos de libertad en los países árabes, algo podemos aprender de los errores cometidos con el desmembramiento del Imperio Otomano al concluir la Primera Guerra Mundial.
Extendiéndose desde Rabat hasta Muscat y de Trabazon a Aden, éste era un imperio que controlaba varios de los estrechos marítimos más estratégicos de la geografía mundial [Gibraltar, Bab al-Mandab, Hormuz, Dardanelos, Bósforo y desde 1869 la entrada y salida del Canal de Suez]. Era sin embargo un imperio enfermo, debilitado por la derrota en la Guerra de Crimea [1853-1856], la mala administración y la corrupción, así como algunas primeras duplicidades y anexiones territoriales de las potencias europeas. La errada decisión de apoyar al Eje durante la Primera Guerra Mundial, terminó de sellar su desmembramiento.
Con los acuerdos de Sykes-Picot [1916] y Sevres [1920], entre otros, cada kilómetro cuadrado fue repartido en una vorágine imperialista. En ningún caso, a pesar de las inspiradas letras del Tratado de Versailles [1919], las potencias permitieron que fuerzas autóctonas lideraran la construcción de estados independientes.
Pocos de los líderes nacionalistas árabes más moderados contaron realmente con el apoyo decidido de las potencias de entonces. Los intereses económicos y geopolíticos de éstas, convalidadas por el “aislamiento espléndido” de los Estados Unidos, frustraron los anhelos de libertad de todos los pueblos, salvo uno.
Aunque imperfecto, el más exitoso de todos los experimentos iniciados al concluir la Primera Guerra Mundial fue precisamente aquel que nació a contrapelo de los intereses europeos y que frustró la partición acordada entre las potencias en la Conferencia de San Remo [1920]. Turquía surgió como república independiente en el epicentro del Imperio Otomano gracias a la visión de Mustafa Kemal Atatürk y a las victorias alcanzadas en el campo de batalla [Armisticio de Mudanya, 1922] y la mesa de negociación [Tratado de Lausanne, 1923]. Hoy representa una alternativa interesante al ofrecer un modelo de democracia secular dispuesta a actuar de puente entre Oriente y Occidente.
Contrariamente a entonces, cuando la prolongada enfermedad del Imperio le otorgó a las potencias todo el tiempo necesario para hacerse con las suyas, los acontecimientos de las últimas semanas los han sorprendido.
Los planes de contingencia se están desarrollando sobre la marcha. La incómoda transición de antiguos socios de los déspotas ahora en la mira, a aliados de la libertad en la región, requerirá de un reacomodo de prioridades. A los intereses económicos y geopolíticos que han privilegiado desde fechas inmemoriales, deberán ahora agregar un decidido apoyo a favor de aquellas fuerzas realmente comprometidas con la libertad.
Entretanto, dependiendo de cómo proceden unos y otros, y cuánto han aprendido de sus respectivos errores en el pasado, lo mejor o lo peor está aún por venir.
Bruno Stagno Ugarte
Ex ministro de Relaciones Exteriores