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COLUMNISTAS


Ante una situación no revolucionaria

Vladimir de la Cruz vladimirdelacruz@hotmail.com | Miércoles 12 diciembre, 2018


Pizarrón

Para la izquierda histórica y la izquierda política la situación revolucionaria es un concepto clave de su lucha por el poder. Es vital para entender las posibilidades de triunfo político ante quienes detentan el poder, considerado como un poder despótico, de la clase dominante sobre el resto de la población, en sus diversas clases y estamentos sociales.

Los acontecimientos que acabamos de vivir, por varias semanas, con motivo de la discusión parlamentaria de la reforma fiscal, por el movimiento convocado para paralizar el país, por la vía de la huelga política, a través de las huelgas que llamaron varios sindicatos a realizar, como huelgas laborales, con la intención de que se retirara de la corriente legislativa el proyecto de ley de la reforma fiscal, algunos dirigentes sindicales, y algunos militantes de la izquierda, consideraron, según me he enterado recientemente, que se estaba a las puertas de una situación revolucionaria, en que se pensó incluso en una insurrección militar, y en actos militares provocativos orientados hacia su preparación.

Lenin fue el que desarrolló inicialmente este concepto. Trotski y otros revolucionarios lo enriquecieron.

Pero, ¿realmente estuvimos ante una situación revolucionaria?

Para Lenin sin esta situación no es posible la revolución. Lenin señala en su libro “Qué hacer” que la revolución es imposible sin una situación revolucionaria, y que no toda situación revolucionaria desemboca en una revolución.

¿Cuáles son, entonces para Lenin, en términos generales, los síntomas que distinguen la situación revolucionaria? Él señala tres aspectos como los principales:

1) La imposibilidad para las clases dominantes de mantener inmutable su dominación. Esto lo considera Lenin una crisis de las “alturas”, una crisis en la política de la clase dominante que abre una grieta por la que irrumpe el descontento y la indignación de las clases oprimidas. Aun así, para que estalle la revolución no suele bastar que “los de abajo no quieran” seguir siendo dominados, sino que hace falta, además, que “los de arriba no puedan” seguir viviendo como hasta entonces, ni pueden ya mantener su dominación.

2) Que exista una agravación, extrema, fuera de lo común, de la miseria, de los sufrimientos y carencias de las clases oprimidas.

3) Que haya una intensificación considerable, por estas causas, de la actividad de las masas, huelgas, paros, marchas, que en tiempos de “paz” se dejan expoliar o explotar tranquilamente, pero que en épocas turbulentas, de conmoción social, son empujadas, tanto por toda la situación de crisis, como por los mismos “de arriba”, a una acción histórica independiente de esas clases dominantes.

Sin estos cambios objetivos, existentes fuera de la voluntad de las personas, e independientes de la voluntad de los distintos grupos y partidos, como de la voluntad de las diferentes clases, la revolución es, por regla general, imposible.

El conjunto de estos cambios objetivos es precisamente lo que se denomina situación revolucionaria, porque no toda situación revolucionaria se origina o surge de una revolución, sino solo de una situación en la que a los cambios objetivos se suma un cambio subjetivo que es fundamental, que es la capacidad de la clase revolucionaria, la clase obrera o trabajadora, para Lenin, para llevar a cabo acciones revolucionarias de masas lo bastante fuertes como para destruir, o quebrar al gobierno el que jamás “caerá”, ni siquiera en las épocas de crisis, si no se le “hace caer”.

Estos son, en su esencia, los puntos de vista marxistas sobre la revolución, muchas veces desarrollados y reconocidos como indiscutibles por todos los marxistas,

Para Lenin está el deber indiscutible y esencial de todos los socialistas, de todos los revolucionarios, de los comunistas, de revelar a las masas la existencia de una situación revolucionaria, de explicar su amplitud y su profundidad, de despertar la conciencia y la decisión del proletariado, o de la clase trabajadora, y de ayudarlo a pasar a las acciones revolucionarias y a crear las organizaciones que respondan a la situación revolucionaria y sirvan para trabajar en esa dirección.

Lenin analizó la situación revolucionaria considerando las épocas revolucionarias en Europa en la década del 1860, en Alemania, particularmente la situación en 1859-1861, la de Rusia en 1879-1880, así como los sucesos durante la Primera Revolución Rusa de 1905, analizando también el Manifiesto de Basilea de 1912 y lo qué ocurrió en 1914-1915, como la bancarrota de la Segunda Internacional, en junio de 1915.

Por su parte, Trotski distingue la situación revolucionaria entre las condiciones económicas y sociales de una situación revolucionaria y la situación revolucionaria misma.

Las condiciones económicas y sociales de una situación revolucionaria se dan, según Trotski, cuando las fuerzas productivas de un país están en decadencia; cuando disminuye sistemáticamente el peso del país capitalista en el mercado mundial y los ingresos de las clases también se reducen sistemáticamente; cuando el desempleo ya no es simplemente la consecuencia de una fluctuación coyuntural, sino un mal social permanente con tendencia a incrementarse.

Trotski también señala que no se debe olvidar que a la situación revolucionaria se define políticamente, no solo sociológicamente, y aquí entra el factor subjetivo, el cual no consiste solamente en el problema de la existencia del partido del proletariado, sino que es una cuestión de conciencia de todas las clases y, por supuesto, fundamentalmente, del proletariado y su partido.

Así, para Trotski, la situación revolucionaria solo se da cuando las condiciones económicas y sociales que permiten la revolución provocan cambios bruscos en la conciencia de la sociedad y en sus diferentes clases.

Trotski, al definir la situación revolucionaria, analizaba la situación de Inglaterra en 1931 considerando tres clases sociales: la capitalista, la clase media, el proletariado. Son muy diferentes los cambios de mentalidad necesarios en cada una de estas clases.

Para Trotski el proletariado británico sabía muy bien, mucho mejor que todos los teóricos políticos y económicos, que la situación económica era muy grave. Pero la situación revolucionaria solo se desarrolla cuando el proletariado comienza a buscar una salida, no sobre los caminos de la vieja sociedad sino por la vía de la insurrección revolucionaria contra el orden existente. Esta es la condición subjetiva más importante, para Trotski, de una situación revolucionaria.

Lo que Trotski llama la intensidad de los sentimientos revolucionarios de las masas es uno de los índices más importantes de la madurez de la situación revolucionaria.

Para Trotski la etapa siguiente a la situación revolucionaria es la que permite al proletariado convertirse en la fuerza dominante de la sociedad, y esto va a depender hasta cierto punto de las ideas y sentimientos políticos de la clase media, de su desconfianza en todos los partidos tradicionales, reformistas y conservadores, y de que deposite sus esperanzas en un cambio radical, revolucionario de la sociedad, y no en un cambio contrarrevolucionario, de tipo fascista, o de corte reformista…para que todo siga igual.

Los cambios en el estado de ánimo de la clase media y del proletariado, en la concepción clásica de los marxistas, corresponden y son paralelos a los cambios en el estado de ánimo de la clase dominante, cuando ésta ve que es incapaz de salvar su sistema, que pierde confianza en sí misma, que comienza a desintegrarse, cuando se divide en fracciones y camarillas.

No se puede saber por adelantado, dice Trotski, ni indicar con exactitud matemática, en qué momento de estos procesos está madura la situación revolucionaria. El partido revolucionario, para él, solo puede descubrirlo a través de la lucha por el crecimiento de sus fuerzas e influencia sobre las masas, sobre los campesinos y la pequeña burguesía de las ciudades etcétera; y por el debilitamiento de la resistencia de las clases dominantes.

En términos políticos, esto significa que el proletariado debe perder su confianza no solo en los conservadores, los reformistas y en los liberales, tiene que concentrar su voluntad y su coraje en los objetivos y métodos revolucionarios.

Igualmente, la clase media debe perder su confianza en la gran burguesía, en líderes políticos tradicionales y volver los ojos hacia el proletariado revolucionario. ¿Pero, qué es, es existente, y quién representa este proletariado revolucionario en Costa Rica?

Del mismo modo, las clases poseedoras, las camarillas gobernantes, rechazadas por las masas, deben perder su confianza en sí mismas.

Estas actitudes, para Trotski, se desarrollarán inevitablemente, pero en la Inglaterra de 1931, todavía no existían, época de la gran depresión mundial. Pueden desarrollarse en un lapso breve debido a la agudeza de la crisis. Este proceso puede llevar dos o tres años, incluso un año. Pero en ese momento era una perspectiva, no un hecho.

Las condiciones políticas de una situación revolucionaria se desarrollan simultánea, y más o menos paralelamente, sin que signifique que madurarán todas al mismo tiempo. Esta es la peor situación que tiene el movimiento sindical, y los trabajadores organizados sindicalmente, hoy en el país, la más inmadura, que es la ausencia de un partido revolucionario del proletariado, de la clase obrera o trabajadora nacional, de un partido comunista o socialista reconocido como vanguardia real y efectiva de las clases trabajadoras nacionales, de un partido reconocido como revolucionario en opción alternativa a los partidos existentes y a los que ha detentado el poder o el gobierno. En Alemania en 1923 se produjo una situación similar sin existir maduramente un partido comunista. Por eso, es un error considerar que una lucha social, como la que se dio estas semanas, pueda desarrollarse a objetivos más revolucionarios sin tener esa fuerza orgánica dirigente. Para decirlo más gráficamente, el movimiento sindical no es la fuerza motriz de la revolución social, pero, eso sí, ha arrastrado a su cola a los partidos “revolucionarios” existentes en el país.

¿Cuánto tiempo necesitarán el movimiento obrero y la clase trabajadora costarricense para romper sus vínculos con los tres partidos burgueses, para llamarlos de esta manera, en la visión de los dirigentes sindicales, la Unidad Social Cristiana, Liberación Nacional y Acción Ciudadana, al que ya incorporaron como parte de este trío? Porque en esta coyuntura tímidamente se arroparon con los grupos pentecostales de la Asamblea Legislativa que estaban contra el llamado Combo Fiscal. En esta lucha ni el Frente Amplio catalizó nada. Lo que sí movió fue a los grupos pentecostales legislativos contra la reforma fiscal.

Es muy posible que, con una política correcta, un partido revolucionario crezca proporcionalmente a la bancarrota y desintegración de los demás partidos. Pero, ¿están en bancarrota y desintegración los demás partidos? El objetivo y el deber de todo revolucionario es concretar esa posibilidad.

Lo más cerca que ha habido de una situación revolucionaria de este tipo en la Costa Rica reciente, a mi modo de ver, fue en el periodo de la lucha del Combo del ICE, particularmente desde el 20 de marzo de 2000 hasta que se integró la Comisión extraparlamentaria que finalmente desenrolló lo acordado por la Asamblea Legislativa. Fue el periodo cuando a pesar de desactivar el trabajo parlamentario, paralizando la Asamblea Legislativa, la gente se mantuvo en la calle en su actividad de protesta que crecía cada día más.

En el caso de la lucha actual contra la reforma fiscal faltó el factor subjetivo, el partido del proletariado, de la clase obrera, el partido de las clases medias, el partido de las redes sociales, el partido conductor político de esa lucha, la que resultó en este sentido una lucha anárquica y anómala, mal dirigida, hepáticamente dirigida por algunos dirigentes sindicales.

Quienes dirigieron estas protestas se basaron en hechos posibles del futuro, pero no en los de la Costa Rica de hoy.

La izquierda histórica costarricense en esta lucha contra la reforma fiscal no se sintió presente, conductora, como alternativa política de las fuerzas que impulsaban esta reforma. De hecho esta izquierda es casi inexistente y electoralmente con poco significado.

Los sindicatos no son partidos políticos, ni pueden actuar como tales, ni los pueden sustituir. La lucha que encabezaron algunos dirigentes sindicales, careció de contenido político, a pesar de que decían que la huelga era “política”, sin explicar adecuadamente este carácter, más allá de solicitar en este extremo que se retirara de la corriente legislativa el proyecto de reforma fiscal. Esa era su lucha.

Si se pretendía acabar con el gobierno de Carlos Alvarado, o hacerlo caer, ni siquiera lo tambalearon. De manera que de una situación de movilización como la realizada no se avanzaba a ninguna revolución ni situación revolucionaria, para desde allí saltar a la revolución social y la toma del poder.

La lucha social que sostuvieron algunos sindicatos no puso en evidencia que la dominación de clase en Costa Rica estuviera en cuestionamiento. La lucha ni siquiera se colocó en este punto político, de lucha de clases. No evidenció tampoco que al interior del Gobierno, de lo que con él se representa, hubiera una ruptura, una crisis, una desbandada que demostrara que no podían seguir gobernando. El resultado de esta lucha ha demostrado la fortaleza del gobierno institucionalmente hablando, y políticamente fortalecido con el resultado de la aprobación de la reforma fiscal, y el agrupamiento que ello ha provocado a su alrededor del resto de la sociedad política y económica productiva, pero también de la población que un 72% señalaba estar de acuerdo en diferente encuestas con la aprobación de la reforma fiscal, aunque el 52% de la misma población estuviera de acuerdo en el ejercicio del derecho de huelga. Y ha salido fortalecida, de este proceso, una alianza legislativa que puede llegar a tener una importante huella e importante significado en los próximos años.

La lucha sindical no alcanzó el nivel de demostrar que “los de abajo”, no querían seguir siendo gobernados por los de arriba. El Partido Acción Ciudadana ha tenido históricamente en sus segundas vueltas las votaciones nacionales más altas de la historia costarricense, que reflejan alrededor de esas votaciones la inmensa mayoría social que favorece la acción de gobierno de este Partido. Esto me parece no se ha alterado en esta lucha.

La agravación de la situación económica, que no se puede ocultar, todavía es sostenible por los grupos sociales más vulnerables, los más pobres, los pobres, las clases medias gracias, entre otros aspectos, al papel que desempeñan las mujeres en el proceso de la producción nacional y a que el 50% de ellas son cabeza de familias, que mantienen hogares aún cuando tienen esposos o compañeros. Y la desocupación es menor a esta situación y número de las mujeres cabeza de familia. Pero, la desocupación de la población de entre 18 y 35 años sí puede llegar a ser una bomba de tiempo, si no se atiende este problema con prontitud

Que hay protestas por las redes sociales puede haberlas, de manera intensificada, orientadas a desacreditar a todo el conjunto político, a la política, a los partidos políticos, a los políticos, a la democracia, a la institucionalidad política. Pero, estas redes, ¿de quién son voceras?

El elemento subjetivo de la situación revolucionaria, el partido político de la clase obrera, de la clase trabajadora, o de las clases trabajadoras urbanas y campesinas costarricenses, ¿existe hoy más allá del papel en el país?

El gobierno no cae por sí solo, en política hay que hacerlo caer. Y la forma de hacerlo caer en el país es por medio de procesos electorales. Y para eso hay que organizarse… y también hay que esperarse hasta 2022.

Sobre la existencia de las clases sociales en el país, ni siquiera se ha hecho un buen análisis y estudio de las mismas. ¿A qué clase social, si a ello se refiere, se debe organizar un partido político hoy en Costa Rica que quiera hacer la revolución? ¿Al proletariado? ¿A la clase obrera? ¿A los clases y sectores campesinos? ¿A las clases medias, especialmente urbanas? ¿A las clases sociales de internautas y de las redes sociales? ¿Qué papel deben jugar los intelectuales y los llamados intelectuales orgánicos? ¿Pasa la lucha social como se da en la Costa Rica de hoy por etapas de insurrección militar, como algunos la pensaron en estas semanas? ¿Y las alianzas de clases, y de partidos políticos que las representan, en una situación de crisis nacional son posibles hoy, como se dieron el pasado costarricense?

El riesgo más grande de continuarse con este tipo de luchas “políticas”, sin conducción política seria, es que surjan populistas de todo signo, especialmente los que se apropian de la lucha contra todo lo que signifique el statu quo para levantarse con severo daño a las estructuras democráticas, a las libertades públicas y a los derechos ciudadanos.

Urge entender y actuar en una situación como la que tiene el país, en su estructura fiscal, con criterio de unidad nacional. Y urge entender y actuar para que, en esta coyuntura, se avance con decisión hacia una profunda reforma de Estado, si queremos mejorar el orden democrático nacional.

El Gobierno de la República hoy representa esta posibilidad de avanzar. Actuemos con la sensatez que este momento demanda.





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