Anarquía cívica
| Miércoles 26 septiembre, 2007
Anarquía cívica
Para quién posea cierto grado de apreciación crítica y haya intentado seguir de manera desinteresada el debate y proceso en general del TLC durante los últimos meses, no queda más que un profundo sentimiento de desilusión cívica y resignación intelectual.
La mayoría de los actores no han logrado matizar sus puntos de vista. Se limitan a argumentar bajo las reglas de un pésimo formato SI-NO que impide posiciones matizadas, o al menos, menos simplistas o radicales.
Solo se escuchan discursos blancos o negros, cuando la respuesta no puede ser otra más que gris.
Un tema tan complejo como un tratado de libre comercio con la principal potencia de nuestro planeta no puede encasillarse como algo malo o bueno, como un tema solo económico o social. No puede ni debe encasillarse en un anuncio de televisión de 30 segundos, sin ningún tipo de contenido más que el de un vulgar pleito ideológico entre dos grupos de niños escasos de cultura política y comunicación social.
El tratado de libre comercio con Estados Unidos debe verse como la puerta que abre o cierra una gama gigantesca de consecuencias positivas, negativas, y elementos incalculables para Costa Rica. Como proceso macroeconómico influye sin duda materias políticas, sociales y medio-ambientales. El electorado podría poner todas las variables posibles en una balanza y hacerse la pregunta: de qué manera nos vemos mi sociedad y yo más beneficiados, o en el peor de los casos, menos afectados.
Pero el electorado no ha recibido los insumos necesarios para generar criterio profundo que permita tomar una decisión digna de un sistema teóricamente democrático
No podemos pretender respuestas o verdades “totales” sobre el TLC. En primer lugar, nadie esta en capacidad de cuantificar las consecuencias absolutas del tratado, y aunque éstas estuvieran a disposición, los ciudadanos no solo ven consecuencias absolutas, sino también relativas.
El TLC no afectará de la misma manera a todos los costarricenses, por lo que intentar venderle el mismo discurso a un pulpero o un empleado de Intel, no es ni más ni menos que un intento de manipulación política.
Millones de colones se han gastado y se seguirán gastando en politiquería barata. La población se siente más confundida y enajenada que nunca ante la problemática. Como ya se está haciendo costumbre en Costa Rica, será un grupo de indecisos el que definirá, posiblemente motivados por su estado de humor o un flash mercadotécnico, si el TLC es “bueno” o “malo”. Entonces me pregunto: ¿no sería más fácil tirar una moneda al aire?
Ronny De Greef
Bruselas, 19 de setiembre
Para quién posea cierto grado de apreciación crítica y haya intentado seguir de manera desinteresada el debate y proceso en general del TLC durante los últimos meses, no queda más que un profundo sentimiento de desilusión cívica y resignación intelectual.
La mayoría de los actores no han logrado matizar sus puntos de vista. Se limitan a argumentar bajo las reglas de un pésimo formato SI-NO que impide posiciones matizadas, o al menos, menos simplistas o radicales.
Solo se escuchan discursos blancos o negros, cuando la respuesta no puede ser otra más que gris.
Un tema tan complejo como un tratado de libre comercio con la principal potencia de nuestro planeta no puede encasillarse como algo malo o bueno, como un tema solo económico o social. No puede ni debe encasillarse en un anuncio de televisión de 30 segundos, sin ningún tipo de contenido más que el de un vulgar pleito ideológico entre dos grupos de niños escasos de cultura política y comunicación social.
El tratado de libre comercio con Estados Unidos debe verse como la puerta que abre o cierra una gama gigantesca de consecuencias positivas, negativas, y elementos incalculables para Costa Rica. Como proceso macroeconómico influye sin duda materias políticas, sociales y medio-ambientales. El electorado podría poner todas las variables posibles en una balanza y hacerse la pregunta: de qué manera nos vemos mi sociedad y yo más beneficiados, o en el peor de los casos, menos afectados.
Pero el electorado no ha recibido los insumos necesarios para generar criterio profundo que permita tomar una decisión digna de un sistema teóricamente democrático
No podemos pretender respuestas o verdades “totales” sobre el TLC. En primer lugar, nadie esta en capacidad de cuantificar las consecuencias absolutas del tratado, y aunque éstas estuvieran a disposición, los ciudadanos no solo ven consecuencias absolutas, sino también relativas.
El TLC no afectará de la misma manera a todos los costarricenses, por lo que intentar venderle el mismo discurso a un pulpero o un empleado de Intel, no es ni más ni menos que un intento de manipulación política.
Millones de colones se han gastado y se seguirán gastando en politiquería barata. La población se siente más confundida y enajenada que nunca ante la problemática. Como ya se está haciendo costumbre en Costa Rica, será un grupo de indecisos el que definirá, posiblemente motivados por su estado de humor o un flash mercadotécnico, si el TLC es “bueno” o “malo”. Entonces me pregunto: ¿no sería más fácil tirar una moneda al aire?
Ronny De Greef
Bruselas, 19 de setiembre