Al borde del abismo
| Jueves 24 septiembre, 2009
Al borde del abismo
El cambio climático se produce más rápidamente de lo que creíamos hace dos años. Continuar como si no pasara nada, significa casi con certeza un cambio climático peligroso, quizás catastrófico, durante el curso de este siglo. Este es el desafío más importante para la actual generación de políticos.
Estoy muy preocupado por las perspectivas de la próxima Cumbre de Copenhague. Las negociaciones están peligrosamente cerca de un callejón sin salida.
Se corre el riesgo de que las negociaciones fracasen en un clima de enfrentamiento, quizás sobre la base de una fractura profunda entre países desarrollados y en desarrollo. En la situación actual, el mundo no puede permitirse tal desastroso resultado.
Por eso confío en que, cuando esta semana en Nueva York y Pittsburgh los líderes mundiales contemplen el abismo que se abre antes sus pies, lleguemos juntos a la conclusión de que tenemos que hacer avanzar las negociaciones.
No es momento de jugar al póquer. Hay que poner ofertas en la mesa que lleguen al límite de nuestras posibilidades políticas. Eso es lo que Europa ha hecho y continuará haciendo.
Parte de la respuesta radica en identificar el punto de partida del potencial compromiso que todavía podría llevarnos a un resultado positivo.
La primera parte del compromiso es que todos los países desarrollados aclaren sus planes sobre la reducción de emisiones a medio plazo, y mostrar el liderazgo necesario, que al menos esté en consonancia con nuestra responsabilidad por las emisiones del pasado.
Si queremos lograr por lo menos una reducción del 80% antes de 2050, los países desarrollados deben esforzarse en lograr necesariamente reducciones colectivas de entre un 25% y un 40% antes de 2020. La UE está dispuesta a pasar del 20% hasta el 30% si otros hacen esfuerzos comparables. En segundo lugar, los países desarrollados deben admitir desde ahora explícitamente que todos tendremos que desempeñar un papel importante en la financiación de las medidas de reducción de los países en desarrollo.
Calculamos que estos antes de 2020 necesitarán aproximadamente 100 mil millones de euros ($150 mil millones) más por año para abordar el cambio climático. Una parte será financiada por los propios países en desarrollo más avanzados en el plano económico. Pero la mayor parte debería proceder del mercado del carbono, si tenemos el valor de crear un sistema mundial ambicioso.
Otra parte deberá financiarse mediante flujos de transferencias de los países desarrollados a los países en desarrollo, por un importe entre 22 mil millones y 50 mil millones de euros ($30 mil a $70 mil millones) anuales antes de 2020.
Dependiendo del resultado de las negociaciones sobre la distribución de esta carga a nivel internacional, la parte de la UE podría ser de entre el 10% y el 30%, es decir, hasta 15 mil millones de euros ($22 mil millones) anuales. Espero con interés debatir sobre todo esto con los líderes de la UE cuando nos encontremos a finales de octubre.
Necesitamos mostrar que estamos dispuestos a tratar las cuestiones financieras esta semana. La contraparte es que los países en desarrollo, al menos los más avanzados económicamente, tienen que precisar más lo que están dispuestos a hacer para atenuar sus emisiones de carbono como parte de un acuerdo internacional.
Por otra parte, hacen hincapié, comprensiblemente, en que, según lo acordado en Bali, la financiación del carbono por el mundo rico es un requisito previo para sus medidas de atenuación. Pero el mundo desarrollado no tendrá nada que financiar si no hay ningún compromiso respecto a tal acción.
Disponemos de menos de 80 días naturales antes de ir a Copenhague. A partir de la reunión de Bonn el mes pasado, el texto del proyecto tiene unas 250 páginas: una profusión de opciones alternativas, una montaña de corchetes.
Si no lo arreglamos, corre el riesgo de convertirse en la carta de suicidio más larga y global de la historia.
Copenhague es probablemente la última oportunidad de influir, colectivamente, en la trayectoria de las emisiones, para que el calentamiento del planeta se mantenga por debajo de 2º C (3,6º Fahrenheit).
José Manuel Barroso
Presidente de la Comisión Europea
El cambio climático se produce más rápidamente de lo que creíamos hace dos años. Continuar como si no pasara nada, significa casi con certeza un cambio climático peligroso, quizás catastrófico, durante el curso de este siglo. Este es el desafío más importante para la actual generación de políticos.
Estoy muy preocupado por las perspectivas de la próxima Cumbre de Copenhague. Las negociaciones están peligrosamente cerca de un callejón sin salida.
Se corre el riesgo de que las negociaciones fracasen en un clima de enfrentamiento, quizás sobre la base de una fractura profunda entre países desarrollados y en desarrollo. En la situación actual, el mundo no puede permitirse tal desastroso resultado.
Por eso confío en que, cuando esta semana en Nueva York y Pittsburgh los líderes mundiales contemplen el abismo que se abre antes sus pies, lleguemos juntos a la conclusión de que tenemos que hacer avanzar las negociaciones.
No es momento de jugar al póquer. Hay que poner ofertas en la mesa que lleguen al límite de nuestras posibilidades políticas. Eso es lo que Europa ha hecho y continuará haciendo.
Parte de la respuesta radica en identificar el punto de partida del potencial compromiso que todavía podría llevarnos a un resultado positivo.
La primera parte del compromiso es que todos los países desarrollados aclaren sus planes sobre la reducción de emisiones a medio plazo, y mostrar el liderazgo necesario, que al menos esté en consonancia con nuestra responsabilidad por las emisiones del pasado.
Si queremos lograr por lo menos una reducción del 80% antes de 2050, los países desarrollados deben esforzarse en lograr necesariamente reducciones colectivas de entre un 25% y un 40% antes de 2020. La UE está dispuesta a pasar del 20% hasta el 30% si otros hacen esfuerzos comparables. En segundo lugar, los países desarrollados deben admitir desde ahora explícitamente que todos tendremos que desempeñar un papel importante en la financiación de las medidas de reducción de los países en desarrollo.
Calculamos que estos antes de 2020 necesitarán aproximadamente 100 mil millones de euros ($150 mil millones) más por año para abordar el cambio climático. Una parte será financiada por los propios países en desarrollo más avanzados en el plano económico. Pero la mayor parte debería proceder del mercado del carbono, si tenemos el valor de crear un sistema mundial ambicioso.
Otra parte deberá financiarse mediante flujos de transferencias de los países desarrollados a los países en desarrollo, por un importe entre 22 mil millones y 50 mil millones de euros ($30 mil a $70 mil millones) anuales antes de 2020.
Dependiendo del resultado de las negociaciones sobre la distribución de esta carga a nivel internacional, la parte de la UE podría ser de entre el 10% y el 30%, es decir, hasta 15 mil millones de euros ($22 mil millones) anuales. Espero con interés debatir sobre todo esto con los líderes de la UE cuando nos encontremos a finales de octubre.
Necesitamos mostrar que estamos dispuestos a tratar las cuestiones financieras esta semana. La contraparte es que los países en desarrollo, al menos los más avanzados económicamente, tienen que precisar más lo que están dispuestos a hacer para atenuar sus emisiones de carbono como parte de un acuerdo internacional.
Por otra parte, hacen hincapié, comprensiblemente, en que, según lo acordado en Bali, la financiación del carbono por el mundo rico es un requisito previo para sus medidas de atenuación. Pero el mundo desarrollado no tendrá nada que financiar si no hay ningún compromiso respecto a tal acción.
Disponemos de menos de 80 días naturales antes de ir a Copenhague. A partir de la reunión de Bonn el mes pasado, el texto del proyecto tiene unas 250 páginas: una profusión de opciones alternativas, una montaña de corchetes.
Si no lo arreglamos, corre el riesgo de convertirse en la carta de suicidio más larga y global de la historia.
Copenhague es probablemente la última oportunidad de influir, colectivamente, en la trayectoria de las emisiones, para que el calentamiento del planeta se mantenga por debajo de 2º C (3,6º Fahrenheit).
José Manuel Barroso
Presidente de la Comisión Europea