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Agujas en media calle

| Jueves 21 julio, 2011




Hoy en día muchas de las alamedas están convertidas en parqueos, especialmente porque aumentó el número de vehículos y la costumbre se impuso a la ley por la imposibilidad de hacerla cumplir

Columna invitada
Agujas en media calle


En el vecindario donde habito, en La Unión, Cartago, vecinos preocupados por los robos en sus viviendas, decidieron poner obstáculos en las vías públicas como medida de protección: cadenas y “agujas” o tubos de metal operados por vigilantes privados.
Se dispuso impedir el libre tránsito y acceso a su calle en varias intersecciones, sobre todo en horas de la noche, fines de semana y días libres. Recientemente el Alcalde previno a los vecinos para que retiren las agujas, medida pendiente de ejecutarse.
Esta reacción social no es nueva, tiene sus antecedentes, que analizaremos para prever el desenlace de esta historia.
A mediados del siglo pasado surgió la idea de construir complejos de viviendas para personas con poco poder adquisitivo, construidas con concreto, una sola pared de por medio, espacios reducidos pero cómodas, que facilitaron el desarrollo de conglomerados con dignidad y bienestar.
También se les llamó ciudades “satélite” y en nuestro país se llamó urbanizaciones del INVU. Se empezó en Hatillo con el número uno y así fue creciendo hasta llegar a ocho ciudadelas. Uno de los promotores fue el expresidente Rodrigo Carazo Odio, quien para esa época era el Gerente del INVU y apoyó con entusiasmo la idea. Se le premió nombrándosele en un cargo similar en Venezuela, país al que viajaba regularmente para fomentar el desarrollo de proyectos similares.
Las viviendas se hacían en cuadrantes distribuidos en áreas pequeñas, con patios para dar luz y ventilación y, para un mayor aprovechamiento del terreno, se construyeron en el centro, en forma de cruz, paseos peatonales a los que se llamó alamedas, con aceras y una jardinera para ornato.
Lo que nadie imaginó es que un residente de esas viviendas llegaría a tener su carro y ahí se originó el problema, porque no se previó espacio para garaje ni áreas de parqueo.
La solución se improvisó cuando fueron varios los vecinos con carro y dispusieron “cerrar” las alamedas con portones a las entradas, demoler las jardineras y asfaltar el espacio, originando los reclamos de algunos residentes, primero en la municipalidad y posteriormente en la Defensoría de los Habitantes.
La orden a la municipalidad no se hizo esperar, abran las alamedas y pongan maceteras en sus entradas para evitar el ingreso de vehículos. La municipalidad acató y demolió los portones sin poder señalar responsable dada la impersonalidad de los autores pero, pasados unos días, los dueños de vehículos las volvieron a construir al amparo de la noche.
Finalmente, la municipalidad, ante las gestiones de vecinos y la Defensoría, argumentó que le era imposible estar demoliendo y construyendo maceteros porque eso requería inversión y distraía al personal destinado a realizar otras obras importantes; además, no podían poner un policía en cada alameda para evitar que volvieran a cerrarlas.
Hoy en día muchas de las alamedas están convertidas en parqueos, especialmente porque aumentó el número de vehículos y la costumbre se impuso a la ley por la imposibilidad de hacerla cumplir.
En Derecho se dice que el interés común está por encima del interés de las partes, lo que significa que los vecinos que no quieren ver sus alamedas como zonas de parqueo tienen que aguantárselas en aras del resto de los que se benefician.
Este final nos permite deducir qué pasará en el residencial donde habito con las agujas en media calle.

Alfredo Blanco Odio
Economista y abogado
Doctor en Estudios Latinoamericanos

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