Acreditar el pasado
Eleonora Badilla ebadilla@castrocarazo.ac.cr | Lunes 18 mayo, 2020
Acreditar significa demostrar y dar fe que algo es auténtico o verdadero. Desde una perspectiva académica se trata de un sello que se recibe de un ente externo, al verificar este la calidad de una experiencia educativa y la búsqueda del mejoramiento constante.
Existen agencias acreditadoras que dan fe pública, mediante dicho sello, que una carrera, un programa o una institución educativa tiene un nivel mínimo de calidad y que se ha comprometido con solventar las carencias que aún tiene. Para hacelo, la institución somete a la agencia un informe sobre un largo y cuidadoso proceso autoevaluación. Pares externos (nacionales e internacionales), contratados por la agencia verifican, in situ, la veracidad del informe. Con base en el dictamen de los pares y el compromiso de mejora de la institución, la agencia otorga (o no) el sello de calidad mínima.
Sin embargo, aunque la mirada prospectiva, con la promesa de mejoramiento es fundamental para avanzar hacia la excelencia, no es posible acreditar el futuro. Por lo tanto, la calidad que se acredita se refiere a lo que se ha hecho en el pasado. Y hasta ahora, los sistemas educativos muy previsibles en términos curriculares (carreras, planes de estudio, número de créditos), docentes (formación disciplinar de alto nivel, publicaciones, nombramietos de tiempo completo) y de infraestructura (número y tamaño de aulas, cumplimiento de ley 7600), entre muchos otros criterios, podían hacer acreditar su calidad pasada. Y, además, el hecho de contar con un sello de calidad mínima otrogado por una agencia externa, junto con el compromiso de mejora, se podía considerar como una acción predictiva sobre la calidad futura.
Y entonces llegó la pandemia.
La calidad pasada, debidamente acreditada, fundamentada en enfoques pedagógicos fabriles y con énfasis en espacios y presencias fisicas, demostró que los sistemas educativos no estaban preparados para enfrentar, con calidad, un futuro incierto que se transformó en un presente desconocido en (literalmente) un abrir y cerrar de ojos. De esta forma, los criterios para verificar la calidad académica y las mejoras propuestas en un tiempo a.p. (antes de la pandemia), han demostrado ser (necesarios pero) insuficientes, obsoletos y sin capacidad predictora de la calidad en un futuro que se presenta impreciso.
Las diversas crisis que estamos viviendo (ambiental, social, cognitiva y civilizatoria) que la pandemia nos ha evidenciado de manera dramática, nos obligan a repensar lo que consideramos calidad hoy, para tratar de prepararnos para lo inimaginable. De esa forma, los criterios para evaluar la calidad académica deben reformularse en concordancia.
Enfrentar la incertidumbre y las crisis que nos seguirán amenazando exige el desarrollo de al menos cuatro condiciones en la formación de personas, profesionales, artistas e investigadores: i) habilidades subjetivas (blandas, les dicen); ii) una conciencia planetaria; iii) un pensamiento sistémico, complejo y transdisciplinar y iv) la capacidad de aprender en contextos diversos.
Las habilidades subjetivas (blandas) que son imprescinidibles para la vida social y del trabajo se refieren a la capacidad para la convivencia, el trabajo en equipo, la colaboración, la comunicación asertiva, empatía, capacidad de negociación, facilidad de adaptación.
La conciencia planetaria implica que, como complemento al conocimiento disciplinar, debe desarrollarse el entendimiento de la necesidad de cuidar del hábitat social y natural, y de otras formas de vida, pues de eso depende nuestra supervivencia como especie.
El desarrollo del pensamiento sistémico, complejo y transdisciplinar, ayuda a comprender la interrelación dinámica entre las causas, consecuencias, conceptos así como la disolución de las fronteras entre las disciplinas.
Extender las actividades educativas más allá del aula física, significa entender las posibilidades y limitaciones de las personas para aprender en distintos contextos, así como el potencial que ofrece cada contexto. De esta manera, es necesario adecuar el abordaje pedagógico para cada contexto. Las personas docentes por lo tanto, además de tener un sólido conocimiento en la materia o disciplina, deben contar con formación pedagógica.
Esas cuatro condiciones son las que deberían orientar los procesos de autoevaluación de las instituciones educativas (carreras, programas, niveles) y ser evidencias verificables de manera externa para otorgar (o no) la acreditación o sello de calidad.
Solo así podremos, más que solamente acreditar el pasado, intentar visualizar el camino para la calidad en un futuro incierto.
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