A raíz de una muerte sin sentido
Eleonora Badilla ebadilla@castrocarazo.ac.cr | Viernes 08 julio, 2022
El asesinato, sin sentido, de un joven estudioso, bueno y comprometido, nos ha conmocionado en días recientes. Nos ha llenado de un profundo dolor y ha generado múltiples reacciones y manifestaciones. El mensaje del padre del joven fue un de aceptación y perdón ejemplarizante, que nos movió hasta las lágrimas.
Entre las reflexiones que más me han impactado, está la de Gilda Jiménez Montealegre, prima por mi familia paterna, de quien tomo prestado el título para este artículo. Me llegó hasta las fibras más íntimas algunas de las primeras frases que expresó Gilda: “Tanto las víctima como los victimarios son producto de nuestra sociedad. Todo lo bueno y positivo que sucede así como las cosas más viles y atroces, son el resultado de la suma de lo que todos los habitantes de este país aportamos. Todo suma o resta en el conjunto de elementos con los que construimos el tejido social”.
Llama Gilda a tomar conciencia de la responsabilidad que tenemos como sociedad y de las consecuencias de nuestros actos individuales y colectivos. Sobre los primeros, dice ella: “Cada vez que decimos una palabra amable, que damos las gracias, que arreglamos una silla, que sembramos un árbol o que brindamos un simple gesto de amistad, cada vez que respondemos sin violencia ante la imprudencia de alguien que atraviesa su carro indebidamente, estamos sumando”. Por el contrario, cuando no cuidamos, cuando reacconamos con violencia, cuando no nos interesa, estamos restando. Para ella, “todos en este tejido social estamos sumando y restando constantemente pero debemos detenernos por un momento y empezar a sumar con consciencia y también con consciencia empezar a disminuir las restas”. Hace un llamado para revisar nuestros propios actos y a sumar de manera consciente, y a revisarnos para dejar de restar.
Me sumo a la reflexión de Gilda y al pésame que tantas personas le hemos dado a la familia doliente y quisiera volver a llamar la atención hacia la responsabilidad colectiva que tenemos en la construcción del clima y la paz social, y en la necesidad de que tomemos conciencia de las consecuencias de nuestras decisiones, actos y omisiones.
En el año 2011, cuando conocíamos que los niños y niñas que estaban en educación primaria no sabían leer, publiqué un artículo de opinión en el que alertaba sobre esa terrible realidad. Y señalaba que, por supuesto, se trataba de los hijas e hijas de “los otros”, porque nuestros hijas e hijas sí sabían leer.
Me lamenté, porque el no saber leer, condena a creer todo lo que escuchan; porque nohay capacidad de interpretar ni de discernir en el maremagnum de información; porque se consume todo lo que llega con intereses insospechados. Porque no saber leer condena al desempleo, a la dependencia y a la pobreza; porque sin poder leer se carece de argumentos y de voz; solo quedan los reclamos y las protestas.
Y yo que en aquel momento, y en este sí tengo voz, la alzaba para preguntar y la vuelvo a elevar para repetir:
¿Por qué no estamos enseñando a leer a los hijos de los otros? ¿Por qué solamente a los nuestros?
¿Por qué estamos cultivando esta enorme inequidad?
¿Por qué estamos incubando la violencia?
En el 2011 el menor de edad de 14 años que se entregó estos día por haber participado en el asesinato del joven, tenía 3 años. Iniciaba una educación que no le permitía aprender a leer, y que a partir de entonces se ha ido deteriorando paulatina pero sostenidamente, abriendo una gran brecha con quienes sí han tenido la posibilidad de una educación de calidad. Y allí, en esa inequidad, es donde se cultiva la desesperanza y la violencia.
Nuestra responsabilidad colectiva, que debemos asumir, es haber ignorado y descuidado la educación de “los otros”, preocupándonos solamente por la de los nuestros. Hemos cavado una desigualdad profunda que, entre las terribles consecuencias que trae, es la violencia social. Este desinterés es un búmerang que ya nos está llegando de vuelta.
¿Cuándo vamos a asumir respondabilidad por la calidad de la educación nacional? Si no por convicción, por conveniencia. Porque como decía Marco Aurelio, el emperador romano conocido como El Sabio en su obre Meditaciones:“Los hombres han nacido los unos para los otros. Por tanto, edúcalos o padécelos”.
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