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EDITORIAL


Mismas oportunidades

| Miércoles 12 diciembre, 2012




Para atender los problemas de criminalidad y delincuencia no solo se necesitan policías, recursos y justicia pronta y cumplida


Mismas oportunidades

¿Qué han hecho pueblos como Santo Domingo de Heredia o Nandayure de Guanacaste, que los diferencia de Alajuelita o Sarapiquí?
La respuesta la daba esta semana el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) al presentar los siempre reveladores datos del Indice de Desarrollo Humano del país, en el cual se evidenciaban una vez más las grandes desigualdades que existen entre unas y otras comunidades.
Uno de los pilares que diferencian a las buenas comunidades de las no tan buenas ha sido la educación. En aquellos pueblos donde el desarrollo humano es alto, los niveles de matrícula en primaria y secundaria son elevados.
Pareciera —a primera vista— el descubrimiento del agua tibia. Sin embargo es un problema complejo que va más allá y que requiere acciones más integrales que simplemente poner escuelas y colegios en cada esquina.
Apuntaba el PNUD que por ejemplo en Alajuelita, que ocupa uno de los últimos lugares en desarrollo humano, los niños no van a la escuela por el temor de sus padres a que les ocurra algo en la esquina de su hogar. Aquí el problema ya no es solo falta de educación, sino que se vuelve en inseguridad.
Pero para atender los problemas de criminalidad y delincuencia no solo se necesitan policías, recursos y justicia pronta y cumplida. La ecuación, todos lo sabemos, se completa con más oportunidades de empleo que competen a empresas privadas y al gobierno, planes de salud eficientes que logren desestimular males como la drogadicción muy elevada en estos lugares, y por supuesto, una atención social oportuna para las clases más necesitadas.
Vemos entonces que se vuelve un problema complejo. La simple falta de educación se monta en una especie de noria que gira sobre sí misma y cae al final de cuentas al problema inicial: deficiente educación que impide a la población tener mayores oportunidades.
No es que queramos ver el vaso medio vacío; sin embargo, es una triste realidad. Alguien con brazo firme debe venir pronto con una fuerte vara a parar de golpe esta noria para que no siga girando. Los niños de Sarapiquí tienen el mismo derecho que los de Nandayure de ir a las aulas y superarse. Las madres de Alajuelita deben sentir la misma tranquilidad que las de Santo Domingo, de que sus hijos no serán lastimados, tras pasar el portón de sus hogares.

 







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