La dominación masculina
| Sábado 07 diciembre, 2013
“Es indispensable escudriñar las estructuras de ese inconsciente androcéntrico que sobrevive tanto en hombres como en mujeres, con el fin de desarticular los mecanismos y las instituciones que llevan a cabo la producción del eterno masculino”
La dominación masculina
El Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer nos lleva, inexorablemente, a reflexionar sobre un tema más profundo, madre de esta violencia: la “dominación masculina”.
La violencia contra la mujer es consecuencia de la discriminación que sufre, tanto en las leyes como en la práctica, y de la persistencia de desigualdades por razón de género, apadrinadas por una “dominación masculina” profundamente encarnada en nuestro inconsciente que ya ni la percibimos; el “orden establecido” se ha encargado de naturalizarla, la vuelve invisible, una “violencia simbólica”.
Es indispensable escudriñar las estructuras de ese inconsciente androcéntrico que sobrevive en el ser humano, con el fin de desarticular los mecanismos y las instituciones que llevan a cabo la producción del “eterno masculino”.
A partir de la Edad Media, las virtudes de la caballería dan al hombre el “honor”, inaccesible a la mujer, permitiéndole al género masculino construir lo que P. Bourdieu denomina la “cultura falocentrista”. Esta tendencia del honor caballeresco se prolongará en Europa hasta el siglo XVIII, y será exportado a América. El siglo XIX da nacimiento “legal” —en el estricto sentido de ley positiva— a la dominación masculina, a través del Código Civil en Francia, donde se estipula poder y protección al hombre en detrimento de la mujer.
La “división sexista” del trabajo, los “habitus” femeninos y masculinos que surgen influenciados por dicho Código, hacen del hombre y de la mujer dos sociedades separadas, donde la mujer se somete al hombre, permitiéndole la institucionalización del “eterno androcentrismo”, convirtiéndose en cómplice inconsciente de la dominación masculina.
No en vano, Virginia Woolf, en su analogía etnográfica, explica el “poder hipnótico” de la dominación masculina a través de una sociedad como lugar de conspiración contra la mujer. Esta conspiración está canalizada por el propio Estado y su aparato ideológico, la escuela, como el órgano que permite universalizar e institucionalizar la dominación hombre sobre mujer.
Las mujeres han superado al hombre en la evolución mental de sus derechos, luchas infinitas para alcanzar la plenitud de la igualdad dan testimonio de dicha evolución, en la que no han contado con el respaldo masculino, por anquilosamiento mental del género varonil.
Para desnaturalizar la “violencia simbólica”, la desigualdad e ilegalidad de la dominación masculina, no es suficiente la paridad de hombre-mujer en la participación socio-política; se necesita una toma de conciencia de la problemática y una legítima voluntad política para neutralizar las estructuras incorporadas, el “habitus”, la ideología predominante y reproductora de una socialización endrocéntrica, particularmente a través de la escuela y del Estado; aceptando, eso sí, que tanto hombres como mujeres son diferentes; sin que ello signifique que uno sea superior al otro.
Ricardo Sossa
Periodista y politólogo