Verdades ineludibles
| Sábado 02 mayo, 2009
Verdades ineludibles
Recién pisábamos la arena (era Semana Santa) cuando ya estaban sacando al primer ahogado (Jueves Santo en la playa, ¡qué no diría mi abuelo!). El sitio estaba lleno, ningún signo de crisis económica o de ley seca. La vista era hermosa, pero el espectáculo de la muerte y el morbo atento de decenas de turistas dominaban la escena.
Ya en el hotel, la historia era otra: extranjeros que se encontraron con la idiosincrasia de algún oficial de tránsito con carencias económicas; algunos lugareños con sueños de grandes hoteles y miles de visitantes, como si eso fuera a devolver el agua que ya escasea. Y por otro lado están los árboles: ¿dónde los metemos para dar paso al desarrollo?
Llegamos a ver muy pocos animales, por causa de los cazadores furtivos nos explican; vimos también mucha basura, eso no requiere explicaciones. Otro día más que arde el sol en mi espalda, otro ahogado que no aparece y cientos de verdades que no podemos eludir.
A los ojos del mundo exponemos nuestro mar y nuestra selva. Exponemos también nuestra falta de control sobre los recursos naturales, el crecimiento desmedido, la tala indiscriminada, el agua que se agota. Nuestro tico amable, con tortilla y gallo pinto; nuestros borrachos, los imprudentes, los corruptos y otros dignos representantes nacionales. Y a todo esto: ¿Será pecado irse a vacacionar en Semana Santa? ¿O será un pecado lo que le hacemos a nuestra tierra?
De regreso en San José, luego de un par de misas (más por gusto que para expiar culpas), estuve de vuelta en mi vida ordinaria. Muy lejos de mi mente quedó cuanta cosa triste encontré por las costas, después de todo, entre el tráfico urbano y los problemas cotidianos, a nadie le importan ríos, playas o montañas.
Por mi casa un hidrante tiene una fuga, la reporté antes de irme de paseo y aún no han venido a arreglarlo. Práctica resultó la Semana Mayor para la reflexión y la penitencia: yo reflexiono, el mundo pena, ¿ahora qué?
Rafael León Hernández
Psicólogo
Recién pisábamos la arena (era Semana Santa) cuando ya estaban sacando al primer ahogado (Jueves Santo en la playa, ¡qué no diría mi abuelo!). El sitio estaba lleno, ningún signo de crisis económica o de ley seca. La vista era hermosa, pero el espectáculo de la muerte y el morbo atento de decenas de turistas dominaban la escena.
Ya en el hotel, la historia era otra: extranjeros que se encontraron con la idiosincrasia de algún oficial de tránsito con carencias económicas; algunos lugareños con sueños de grandes hoteles y miles de visitantes, como si eso fuera a devolver el agua que ya escasea. Y por otro lado están los árboles: ¿dónde los metemos para dar paso al desarrollo?
Llegamos a ver muy pocos animales, por causa de los cazadores furtivos nos explican; vimos también mucha basura, eso no requiere explicaciones. Otro día más que arde el sol en mi espalda, otro ahogado que no aparece y cientos de verdades que no podemos eludir.
A los ojos del mundo exponemos nuestro mar y nuestra selva. Exponemos también nuestra falta de control sobre los recursos naturales, el crecimiento desmedido, la tala indiscriminada, el agua que se agota. Nuestro tico amable, con tortilla y gallo pinto; nuestros borrachos, los imprudentes, los corruptos y otros dignos representantes nacionales. Y a todo esto: ¿Será pecado irse a vacacionar en Semana Santa? ¿O será un pecado lo que le hacemos a nuestra tierra?
De regreso en San José, luego de un par de misas (más por gusto que para expiar culpas), estuve de vuelta en mi vida ordinaria. Muy lejos de mi mente quedó cuanta cosa triste encontré por las costas, después de todo, entre el tráfico urbano y los problemas cotidianos, a nadie le importan ríos, playas o montañas.
Por mi casa un hidrante tiene una fuga, la reporté antes de irme de paseo y aún no han venido a arreglarlo. Práctica resultó la Semana Mayor para la reflexión y la penitencia: yo reflexiono, el mundo pena, ¿ahora qué?
Rafael León Hernández
Psicólogo